y hoy por hoy tiene el nombre que que tiene hoy por hoy en ese momento.

Durante unas horas todo el país creyó una sola versión, pero esa versión era falsa.
La mujer que murió junto a Mario Pineida no era su esposa.
Y cuando la verdad empezó a salir a la luz, ya era demasiado tarde para controlar el impacto.
La madre de Gisela Fernández rompió el silencio con una frase que lo cambió todo.
Mi hija vivía con él como su pareja.
Al mismo tiempo, la esposa legal de Pineida apareció para desmentirlo todo y exigir respeto.
Dos mujeres, dos familias, dos verdades opuestas.

Y en medio un video estremecedor donde Pineida levanta las manos sorprendido, segundos antes de caer abatido.
¿Quién era realmente la mujer que iba a su lado? ¿Y qué secreto personal convirtió esa noche en una ejecución? El asesinato de Mario Pineida ocurrió a plena luz del día, en un momento en el que nada parecía fuera de lo normal.
La ciudad seguía su rutina habitual cuando en cuestión de segundos una escena cotidiana se transformó en un crimen que conmocionó a la opinión pública y abrió una investigación llena de interrogantes.
Pineida se encontraba dentro de su vehículo acompañado por una mujer cuando varios sujetos armados se aproximaron de manera directa.
No hubo persecución previa mis señales de alerta que anticiparan lo que estaba a punto de suceder.
Los atacantes se acercaron con determinación, como si conocieran el lugar, el momento exacto y a las personas que se encontraban dentro del automóvil.

El ataque fue rápido y contundente.
No se registraron exigencias, amenazas verbales ni forcejeos.
Los disparos se produjeron casi de inmediato, sin margen de reacción.
Mario Pineida murió en el lugar y la mujer que lo acompañaba también perdió la vida.
Todo ocurrió en segundos, dejando el vehículo detenido en plena vía pública.
Uno de los elementos que más llamó la atención desde el inicio fue que los agresores huyeron sin llevarse ningún objeto de valor, no revisaron el automóvil ni mostraron interés alguno por pertenencias personales.
Ese detalle llevó a los investigadores a descartar rápidamente la hipótesis de un robo común y a considerar que se trataba de una acción planificada con un objetivo claro.

Los testigos que se encontraban en la zona relataron escenas de confusión y pánico.
Resultaba difícil comprender cómo un futbolista conocido, una figura pública reconocida por su carrera deportiva podía ser atacado de esa manera, en un espacio abierto y a plena vista de todos.
La noticia comenzó a difundirse con rapidez, primero como versiones preliminares y luego como una confirmación oficial que sacudió al país.
Horas después comenzaron a circular imágenes captadas por cámaras de seguridad del sector.
En los videos se observa el momento previo al ataque y un detalle que marcaría profundamente la interpretación del caso.
no intenta huir ni acelerar el vehículo, por el contrario, parece sorprendido por la situación y en un gesto que sería analizado una y otra vez, levanta las manos como si intentara indicar que no opondría resistencia.
Ese gesto generó nuevas preguntas.

Si no hubo resistencia, si no existió un intento de escape y si los agresores no buscaban robar, entonces el motivo del ataque debía ser otro.
La idea de que el futbolista pudiera haber sido víctima de un conflicto ajeno comenzó a tomar fuerza entre analistas y medios.
En medio de la conmoción, los primeros reportes periodísticos afirmaron que la mujer fallecida junto a Pineida era su esposa.
La información se replicó con rapidez y fue asumida como cierta por gran parte del público, en parte porque coincidía con la imagen de hombre de familia que el futbolista proyectaba desde hacía años.
Sin embargo, esa versión se desmoronó en pocas horas.
Desde el entorno cercano de Mario Pineida surgió una aclaración tajante.
Su esposa estaba viva y no había estado en el lugar del ataque.

La familia pidió respeto y exigió que los medios corrigieran la información difundida de manera apresurada, señalando el daño causado en un momento de profundo dolor.
Con esa rectificación, el caso adquirió una nueva dimensión.
Si la mujer que murió junto a Mario Pineida no era su esposa, la pregunta inevitable comenzó a resonar con más fuerza.
¿Quién era ella realmente y qué papel ocupaba en la vida del futbolista? A partir de ese momento, el crimen dejó de ser únicamente un hecho policial y se transformó en un rompecabezas donde la violencia, la vida privada y las versiones enfrentadas empezaron a entrelazarse.
El ataque ya había ocurrido, las víctimas ya no podían hablar y la verdad, lejos de aclararse, parecía cada vez más difícil de alcanzar.
Con el paso de las horas, el caso de Mario Pineida dejó de girar únicamente en torno al ataque armado y comenzó a adentrarse en un terreno mucho más incómodo, el de su vida privada.
La confusión inicial no solo fue informativa, también fue emocional, porque detrás de los titulares empezaron a aparecer dos familias con relatos opuestos y una misma tragedia imposible de revertir.
La primera voz que rompió el silencio fue la de la madre de Gisela Fernández.
En declaraciones que rápidamente circularon por distintos programas y redes sociales, afirmó que su hija no era un acompañante circunstancial ni una relación pasajera.
Según sus palabras, Gisela y Pineida habían vivido juntos durante varios años y mantenían una relación estable, una vida compartida que, a su entender tenía el mismo peso que un matrimonio.
Para ella no había dudas.
Su hija era la pareja de Mario Pineida.
Esa declaración introdujo una pregunta que golpeó con fuerza a la opinión pública.
Si Pineida tenía una esposa legal, como luego se confirmaría, ¿por qué se encontraba junto a Gisela en ese momento del día? La madre de la joven lo planteó sin rodeos, como un cuestionamiento directo, no solo al relato mediático, sino también a la imagen que durante años se había construido del futbolista.
Su dolor se mezclaba con una exigencia de reconocimiento, la de una relación que, según ella, había existido y había sido real, aunque invisible para el resto del mundo.
A partir de ahí, el relato comenzó a fragmentarse.
Mientras algunos aceptaban la versión de una convivencia prolongada y una relación formal fuera del foco público, otros empezaron a hablar de una posible relación extramarital.
El propio conductor del programa, que analizaba el caso, aportó elementos que alimentaron esa sospecha.
Hasta el año 2024, Pineida continuaba publicando en redes sociales imágenes familiares junto a su esposa y sus tres hijos, proyectando una imagen de estabilidad y normalidad.
Ese contraste se volvió imposible de ignorar.
Por un lado, una vida familiar visible, documentada y pública.
Por otro, una relación que de haber existido durante años no dejó rastro alguno en redes sociales ni en apariciones públicas.
No había fotografías, no había mensajes, no había gestos que confirmaran ante el mundo esa supuesta convivencia.
Ese silencio digital reforzó la hipótesis de que Gisela Fernández podría haber sido una relación mantenida en la sombra, una historia paralela cuidadosamente separada de la vida oficial del futbolista.
Mientras el debate crecía, apareció una tercera voz que terminaría de tensar la situación, la de la esposa legal de Mario Pineida.
Ante la avalancha de información errónea que aseguraba que ella había muerto en el ataque, decidió hablar públicamente.
Confirmó que estaba viva, que seguía siendo la esposa legítima del jugador y pidió respeto para ella y para sus hijos en un momento de profundo dolor.
Su intervención no buscó entrar en detalles sobre la relación entre Pineida y Gisela, pero sí dejó claro un punto fundamental.
La mujer que murió junto al futbolista no era su esposa.
Esa aclaración necesaria y humana terminó de desmontar la narrativa inicial y expuso con crudeza la complejidad del caso.
Ya no se trataba solo de un error periodístico, sino de una colisión entre verdades personales que nunca habían salido a la luz.
En cuestión de horas, Mario Pineida pasó de ser recordado únicamente como víctima de un ataque armado a convertirse en el centro de una discusión sobre lealtad, secretos y dobles vidas.