Manuel López Ruiz nunca imaginó que su taquería en la costera Miguel Alemán se convertiría en el escenario de una venganza meticulosa.

A sus 38 años, era un padre de familia y dueño de un negocio honesto.
Sin embargo, todo cambió cuando los sicarios del CJNG asesinaron a su hermana Claudia frente a un hotel y el sistema judicial archivó el caso sin investigar.
Algo se quebró en su interior.
No hubo gritos ni amenazas, solo un taquero que conocía las plantas tóxicas de la sierra guerrerense y tenía acceso directo a quienes destruyeron su familia.
Entre septiembre y diciembre de 2022, 12 extorsionadores comieron en su local.
Ninguno sobrevivió para contar lo que había en la salsa.
La madrugada del 28 de diciembre de 2022 amaneció fría en Acapulco.
Patrullas de la Policía Ministerial rodearon la taquería “Los Tacos de Manu” en la colonia Icacos.
Mientras las primeras luces del día apenas rozaban la costera Miguel Alemán, Manuel estaba preparando salsas como cada mañana desde hacía 16 años.

Escuchó los golpes en la puerta trasera y supo exactamente qué venía.
No corrió, no gritó, simplemente se limpió las manos en el delantal rojo con el logo de su negocio.
Caminó hacia la entrada y abrió con la misma calma con la que servía tacos al pastor a las 2 de la madrugada.
“Ya sabía que vendrían”, dijo mientras extendía las muñecas.
Las esposas cerraron con un click metálico que resonó en la cocina vacía.
Afuera, una ambulancia de la Cruz Roja esperaba como parte del protocolo en operativos de alto riesgo.
Los paramédicos atendían a uno de los agentes que había sufrido una crisis de nervios durante el despliegue.
Vecinos en pijama observaban desde sus ventanas.
Una mujer se cubrió la boca al ver a Manuel siendo escoltado hacia la patrulla.
Es el de los tacos, susurró alguien, el que siempre nos daba salsa extra.
Manuel López había nacido en Chilpancingo en 1984 y llegó a Acapulco en 2006 con un sueño sencillo: abrir una taquería que le permitiera mantener a su familia.
Su esposa Leticia, sus dos hijos Emiliano y Sofía, y su hermana menor Claudia formaban el centro de su universo.
La taquería funcionaba de 11 de la mañana a 2:30 de la madrugada, con días de 17 horas de trabajo que le dejaban las manos callosas y pequeñas cicatrices de quemaduras en los antebrazos.
Los ingresos eran estables, entre 12,000 y 18,000 pesos semanales, dependiendo de la temporada turística.
El local estaba ubicado en la esquina de calle Horacio Nelson y la costera, a 200 metros de la playa.
Era una zona turística relativamente segura donde taxistas, policías y trabajadores nocturnos se detenían a comer antes del amanecer.

La especialidad era el taco al pastor con salsa de la casa, una receta secreta que Manuel heredó de su madre y que solo compartía con Claudia.
Cada domingo a las 10 de la mañana, los hermanos se reunían en la cocina de la taquería para preparar los ingredientes de la semana.
Claudia cortaba cebollas mientras Manuel tostaba chiles.
Emiliano y Sofía jugaban entre las mesas vacías, disfrutando de esos momentos familiares.
Desde 2019, Manuel entregaba 5,000 pesos mensuales a una célula local del cártel Jalisco Nueva Generación, que controlaba la colonia.
Era el derecho de piso, un impuesto invisible que cientos de comerciantes pagaban para operar sin problemas.
Los cobradores comían regularmente en su taquería, y había una relación funcional donde nadie hacía preguntas incómodas.
Sin embargo, todo cambió tras el asesinato de Claudia.
La noche del 7 de agosto de 2022, dos sicarios entraron al hotel donde trabajaba y le dispararon.
La noticia devastó a Manuel y su familia.
La Fiscalía General del Estado abrió una carpeta de investigación, pero no hubo avances.
Manuel decidió que no podía esperar más.

Comenzó a planear su venganza.
Durante los meses siguientes, eliminó uno a uno a los responsables de la extorsión y la muerte de su hermana.
Cada víctima comía en su taquería sin saber que su comida sería la última.
La policía finalmente llegó a su taquería, y Manuel fue arrestado.
La noticia de su arresto se volvió viral en las redes sociales.
Algunos lo consideraban un héroe, mientras que otros lo veían como un criminal.
Manuel enfrentó un juicio por 12 homicidios calificados.
Su defensa argumentó que actuó en estado de emoción violenta, pero la fiscalía presentó evidencia abrumadora.
El juez dictó sentencia de 240 años de prisión.
La historia de Manuel López Ruiz es un recordatorio escalofriante de cómo la impunidad y la violencia pueden transformar a un hombre común en un justiciero.
Su vida, su familia y su negocio se desmoronaron, pero su búsqueda de justicia dejó una huella imborrable en Acapulco.
La venganza tuvo un precio, y Manuel pagó con su libertad.
La pregunta queda en el aire: ¿Es justicia cuando el sistema falla, o simplemente más violencia disfrazada de rectitud moral?
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