En un giro inesperado de los acontecimientos, un joven sicario ha hecho revelaciones sorprendentes que podrían sacudir los cimientos del poder en Colombia.
Felipe Quintero ha informado sobre los hallazgos en el teléfono celular del sicario, que fue recuperado en un allanamiento a su vivienda.
Este dispositivo contiene pruebas que podrían implicar a altos funcionarios del gobierno en un complot para silenciar a Miguel Uribe.
Las autoridades han comenzado la extracción forense del celular, y los primeros avances son alarmantes.
Se han encontrado 30 fotografías del alcalde mayor de Bogotá, Carlos Fernando Galán, y de la fiscal general de la nación, Luz Adriana Camargo.
Estas imágenes fueron tomadas al menos dos horas antes del ataque al senador, lo que indica una planificación meticulosa.
El adolescente, según las imágenes, descendió de una motocicleta negra en la que viajaba como pasajero.
Durante ese tiempo, tomó su celular, hizo una llamada y continuó dialogando con el conductor de la motocicleta.
Un video en poder de las autoridades muestra cómo el sicario rodeó al precandidato en el barrio hacia la avenida Ciudad de Cali para ubicar a su víctima.
Las autoridades inicialmente trataron al joven como un simple recluta del crimen organizado, posiblemente manipulado por la pobreza y el abandono.
Sin embargo, lo que nadie imaginaba era que este adolescente llevaba consigo un secreto capaz de hacer caer a figuras poderosas del Estado.
Al ser detenido, lo primero que hizo fue pedir hablar con un fiscal, no con un abogado ni con un defensor de menores.
Su insistencia era inusual, ya que repetía: “Quiero contar la verdad. No me usen más. Tengo todo aquí”.
En el interior de su mochila escolar había una libreta azul, aparentemente infantil, pero al abrirla, las páginas revelaban algo más oscuro.
Fechas, nombres, reuniones, ubicaciones y una frase que se repetía: “La orden vino de arriba”.
La fiscalía comenzó a prestar atención, y lo interrogaron en una sala sin cámaras, solo con anotaciones escritas a mano.
El menor, con una claridad sorprendente, comenzó a relatar la historia que cambiaría el rumbo de la investigación.
Contó que no fue reclutado en una esquina, sino abordado en un parque por un hombre de traje que le ofreció una misión importante.
Este hombre le prometió protección para su madre y su hermanito, asegurándole que lo cuidarían para siempre si cumplía.
Después de varios encuentros, lo llevaron a una casa en las afueras de Bogotá, donde firmó un documento que no entendía.
Le entregaron una pistola y lo entrenaron durante una semana, mostrándole una foto: la de Miguel Uribe.
En sus palabras, le dijeron que Miguel estaba a punto de hablar y que no se podía permitir, pues lo que iba a contar “prendería fuego a todo el país”.
Las autoridades quedaron heladas al escuchar esto.
El menor describía detalles que solo podían conocer personas dentro del entorno gubernamental, incluyendo nombres de agentes y direcciones protegidas.
Más impactante aún, señaló a un alto funcionario del gobierno actual, cuyo nombre pidió mantener en reserva hasta tener protección real.
Lo que contaba no era solo la confesión de un niño usado por el poder, sino el inicio de una cadena de revelaciones que evidenciaban un plan meticuloso para silenciar a un político incómodo.
En su cuaderno, Juan Sebastián había escrito: “Me dijeron que Miguel tenía pruebas de contratos falsos y que iba a denunciar a los que roban la plata del pueblo”.
La historia comenzó a filtrarse en los medios, primero como rumor y luego como escándalo.
¿Cómo era posible que un menor estuviera vinculado a una operación con implicaciones políticas?
Mientras tanto, Miguel Uribe seguía en cuidados intensivos, incapaz de hablar, pero su equipo político comenzó a presionar por respuestas.
La fiscalía, ante la presión mediática, admitió que el caso tenía nuevas aristas, investigando posibles vínculos institucionales en la planificación del atentado.
El país se dividió; algunos creían al menor, mientras otros decían que mentía.
Sin embargo, lo que contaba no podía ser ignorado.
Juan Sebastián fue trasladado a un lugar seguro, temiendo por su vida.
Dijo que desde su celda ya habían intentado callarlo, dejando una marca en su colchón con una navaja y un mensaje: “Si hablas, te callamos como a él”.
El país entró en un clima de tensión, transformando lo que parecía un acto aislado de violencia política en un escándalo sin precedentes.
En la última hoja de su libreta, escrita con una letra más grande y temblorosa, Juan Sebastián dejó una frase que hizo temblar a los fiscales: “Miguel no era el único. Hay una lista. Yo solo era el primero”.
Las noticias sobre la confesión del joven sicario no solo eran tendencia en redes sociales, sino que empezaban a tomar forma de terremoto político.
Juan Sebastián Rodríguez Casallas, de apenas 14 años, no solo había disparado contra Miguel Uribe; había sido el ejecutor de una operación mayor orquestada desde el poder.
La Fiscalía, hasta entonces hermética, filtró una parte de su testimonio, lo que provocó una reacción inmediata.
Los periodistas de investigación comenzaron a cruzar información, y la casa donde se habría firmado el documento de protección coincidía con una propiedad usada por el Ministerio del Interior.
La presión aumentó, y el fiscal general convocó una conferencia de prensa urgente.
Sin dar nombres, solo confirmó que el testimonio del menor abriría una nueva línea de investigación por presunta conspiración desde dentro del Estado.
Mientras tanto, Juan Sebastián fue llevado a un centro de protección para testigos menores de edad, pero él no quería esconderse más.
Pidió hablar y grabó una nueva declaración en video, donde su rostro se mantenía firme, aunque sus ojos delataban el terror.
Dijo: “No puedo callar más. Yo sé que si hablo me matan, pero si me callo seguirán usando a otros como yo”.
En ese video, mencionó por primera vez el nombre de un viceministro en funciones.
Dijo que fue él quien supervisó la operación y que le prometió protección a su familia.
La situación se tornó crítica, y el país entero comenzó a preguntarse: ¿Quién está detrás de todo esto?
Mientras tanto, la ciudadanía salió a las calles, organizando marchas con una consigna clara: queremos justicia.
El futuro de Colombia aún es incierto, pero este caso ha dejado claro que ni el miedo, ni el poder, ni el silencio pueden durar más que la verdad.
Gracias a Juan Sebastián, la verdad no murió en la oscuridad.
Salió, gritó y nadie pudo callarla.