La noche en que Miguel Uribe Turbay fue ingresado de urgencia al hospital, Colombia entera se detuvo.

Nadie estaba preparado para la brutalidad del ataque que había sufrido el político y precandidato presidencial.
El Dr. Juan Camilo Zapata Castro, jefe de neurocirugía del Hospital Fundación Santa Fe de Bogotá, fue testigo de una de las escenas más desgarradoras que se han vivido en un quirófano.
“Lo que vi fue simplemente inhumano”, confesó el doctor en una reciente entrevista, rompiendo el silencio sobre lo ocurrido esa noche.
Miguel llegó con un trauma craneoencefálico severo, múltiples impactos y un cuerpo destrozado por las balas.
Las puertas del quirófano se abrieron con estrépito, alertando a todo el equipo médico.
El ambiente era tenso; gritos y órdenes entrecortadas resonaban mientras los médicos se preparaban para una cirugía de urgencia.
El Dr. Zapata, que estaba finalizando otra operación, corrió sin dudarlo.
Sin embargo, ni sus años de experiencia ni los procedimientos que había llevado a cabo lo prepararon para lo que iba a presenciar.
Al llegar, Miguel estaba siendo sostenido con vida apenas por los aparatos.
La sangre empapaba su camisa blanca, y un hilo rojo descendía por su cuello, mezclándose con la mancha oscura que se expandía desde su cabeza.

“Su cuerpo se estremecía de forma involuntaria”, recuerda el doctor, mientras uno de los residentes murmuraba con horror que Miguel podría estar entrando en coma.
La orden fue inmediata: craneotomía de urgencia.
Mientras el equipo se apresuraba a preparar el quirófano, el Dr. Zapata examinó rápidamente el daño.
Una bala había entrado por la parte superior del parietal derecho, causando un daño cerebral severo.
Otra había atravesado el muslo izquierdo, rompiendo el fémur.
Pero lo más inquietante fue que la trayectoria de los disparos no parecía aleatoria.
“Esto no fue un intento de asesinato al azar, fue una ejecución planificada”, afirmó el Dr. Zapata.
Durante la cirugía, el ambiente era denso, cargado de tensión.

El bisturí abrió con precisión la parte del cráneo afectada, y el electroencefalograma mostraba picos irregulares.
En un instante estremecedor, al levantar parte del hueso craneal dañado, el doctor vio la realidad: tejido cerebral inflamado y zonas completamente destruidas.
“Lo que vi me va a perseguir toda la vida”, confesó el médico.
Fue como ver cómo le disparaban directamente al alma de un país.
Mientras el equipo drenaba la hemorragia interna y estabilizaba el cráneo, una enfermera de turno comenzó a llorar en silencio.
El rostro de Miguel, ya desfigurado por la hinchazón y la sangre seca, era irreconocible.
Pero de pronto, entre todo el caos, sucedió algo que dejó a todos congelados por un instante.
Miguel intentó hablar, un gemido leve como un intento de pronunciar algo salió de su garganta.
“No era un sonido humano claro, era un lamento ahogado”, dice el doctor, recordando cómo estremeció a todos los presentes.
“En ese instante entendí que él aún estaba consciente, atrapado en su cuerpo”, agrega.

Mientras la cirugía continuaba, los doctores debatían sobre un descubrimiento aún más oscuro.
Las balas utilizadas eran de alta precisión, y una de ellas parecía haber sido modificada.
“Esto es un ataque profesional”, concluyó el Dr. Zapata.
Las horas pasaron, y la cirugía duró más de cinco.
Finalmente, Miguel fue conectado a un respirador artificial bajo coma inducido.
Su pronóstico era reservado, pero para el Dr. Zapata, el daño ya era irreversible.
“El daño cerebral es grave, no sé si va a despertar”, dijo el doctor, angustiado.
Al salir del quirófano, el médico fue interceptado por miembros del cuerpo de seguridad y asesores del gobierno.
Nadie quería que la verdad saliera a la luz tan pronto; querían calma y control.
Sin embargo, el Dr. Zapata ya no podía callar.
Días después, en una conversación privada con otro neurocirujano, el doctor reveló lo que había presenciado.
“Esto no fue una bala perdida, fue un mensaje”, dijo, enfatizando la gravedad de la situación.
La madre de Miguel llegó al hospital y, al ver a su hijo postrado, no pudo contener el llanto.
Se acercó, tomó su mano y dijo algo que hizo temblar al personal médico: “Te perdono, hijo. Te perdono por todo, solo vuelve”.
Una lágrima rodó por el rostro dormido de Miguel, y el Dr. Zapata supo que nada volvería a ser igual.
La sala de urgencias aún conservaba el eco del caos.
El ataque contra Miguel Uribe no solo había sido quirúrgicamente ejecutado, sino que había sido planeado por alguien que conocía todos sus movimientos.
Eran las 9:10 de la noche cuando el fiscal delegado llegó acompañado de un equipo forense.

Los paramédicos describieron la escena del ataque: tres disparos, uno de ellos directamente a la cabeza.
Sin embargo, al limpiar el cuerpo y revisar los orificios de entrada, los médicos notaron una particularidad.
Uno de los proyectiles no se comportó como un arma convencional.
El Dr. Zapata supo en ese instante que estaban frente a un ataque profesional.
Mientras tanto, a pocas cuadras del lugar del atentado, agentes de inteligencia recuperaban grabaciones de las cámaras de seguridad.
En una de ellas, captada a las 9:25 de la tarde, aparece una figura encapuchada caminando con una naturalidad escalofriante.
El ataque a Miguel Uribe dejó una herida profunda en Colombia, marcando un antes y un después en la historia política del país.
Hoy, su historia vive en los documentos filtrados y en las sospechas que aún no se han apagado.
La lucha por la verdad continúa, y el legado de Miguel Uribe Turbay sigue resonando en la conciencia de quienes creen que la verdad puede valer más que el poder.
https://www.youtube.com/watch?v=Ggl6ceHboYs