La historia de Rodrigo Méndez, conocido como “El Sargento Justiciero”, ha capturado la atención de México y del mundo.

Este hombre de 63 años, un padre de familia y exmilitar, se ha convertido en un símbolo de resistencia tras eliminar a 12 miembros del cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) que atentaron contra su hija.
La Guardia Nacional lo detuvo en la sierra de Jalisco, pero su historia es mucho más compleja de lo que los medios han reportado.
“Apaga esa televisión, hijo”, dice Rodrigo con voz firme.
“No crean todo lo que dicen esos noticieros.
Ellos dicen que soy un asesino despiadado, un Rambo viejo que perdió la cabeza.
Pero mírame bien, aquí sentado en este catre de cemento, con las manos esposadas y el frío calándome los huesos.
Solo soy un padre, un padre que tuvo que recordar quién era para salvar lo único que importaba”.
La vida de Rodrigo cambió drásticamente cuando su hija Lucía, una joven de 22 años, fue secuestrada por miembros del CJNG.
Ese día, el teléfono sonó y escuchó las risas burlonas de los delincuentes.
“Juramos que alguien iba a pagar”, recuerda Rodrigo, “pero no con denuncias que los fiscales tiran a la basura, sino con sangre”.
La historia de Rodrigo es una mezcla de amor paternal y venganza implacable.
Conocía la sierra mejor que los coyotes y estaba decidido a hacer justicia por su propia mano.
“Lo que esa célula del cártel no calculó es que este viejo de 63 años, que veían cuidando vacas, era un sargento de la vieja escuela”, dice con orgullo.
Durante su tiempo en el ejército, Rodrigo fue un tirador selecto, experto en el uso de armas y tácticas militares.

Pero, tras 30 años de servicio, había colgado su uniforme y se había convertido en un ganadero, buscando una vida tranquila.
Sin embargo, el fuego de la venganza lo llevó a desenterrar su rifle Remington 700, un compañero fiel de sus días en el ejército.
“Cuando sonó el teléfono y escuché la voz de esos muchachos burlándose de mi hija, supe que tenía que actuar”, afirma.
El viernes pasado, Lucía salió con su uniforme de enfermera, sin saber que el peligro la acechaba.
Rodrigo recuerda cómo el silencio de la noche se transformó en angustia al no verla regresar.
“Cada segundo que pasaba sin que cruzara esa puerta era una puñalada”, confiesa.
Cuando finalmente recibió la llamada de los secuestradores, su mundo se desmoronó.
“Queremos que sepas quién manda aquí ahora, sargento”, le dijeron.
“Pero no voy a pagar por su libertad”, respondió con determinación.
“Eres un hombre que ha hecho mucho por su familia, pero te aseguro que si no cooperas, tu hija pagará las consecuencias”.
Fue entonces cuando Rodrigo comprendió que las instituciones no lo protegerían.
La policía, que supuestamente debía ayudarlo, estaba más interesada en proteger a los criminales.
“Entendí que no había ley, que la placa que portaban no era un escudo, sino una licencia para venderme”, dice con amargura.
Decidido a actuar, Rodrigo se preparó para la cacería.
Desenterró su rifle y se armó con la determinación de un hombre que ha perdido todo.
Su misión era clara: eliminar a los responsables de la muerte de su hija y restaurar el honor de su familia.
“Si alguien lastima a los que amas, debes estar dispuesto a hacer lo que sea necesario para protegerlos”, afirma con convicción.
Los días siguientes fueron una serie de asesinatos metódicos.
Rodrigo comenzó a cazar a los miembros del CJNG, utilizando sus habilidades de francotirador.

Cada vez que eliminaba a un objetivo, sentía que la venganza se acercaba un poco más.
Pero el cártel no se quedaría de brazos cruzados.
La noticia de sus acciones se esparció rápidamente, y el miedo comenzó a apoderarse de los criminales.
Rodrigo sabía que debía ser cuidadoso.
Cada movimiento tenía que ser calculado, cada ataque tenía que ser preciso.
La tensión aumentaba, pero su determinación nunca flaqueó.
“Esto no es solo una historia de venganza, es una historia de un padre que se niega a ser una víctima”, dice.
La historia de Rodrigo Méndez se ha convertido en una leyenda en México.
La gente lo ve como un héroe, un símbolo de resistencia contra el crimen organizado.
Pero él sabe que su camino está lleno de peligros.

La venganza puede consumir a una persona, transformándola en algo que nunca imaginó ser.
“Si pudiera volver el tiempo atrás, lo único que cambiaría es haber actuado antes, haber sacado ese rifle el primer día que esos buitres llegaron a mi tierra”, reflexiona.
Hoy, Rodrigo está en prisión, pero su historia sigue resonando en las calles.
“Soy un hombre que ha hecho lo que tenía que hacer para proteger a su familia”, dice con orgullo.
El legado del Sargento Justiciero vive, no solo en la memoria de quienes lo conocen, sino también en la lucha constante contra la injusticia.
“Si estás viviendo un infierno similar, busca ayuda, busca a Dios, pero nunca pierdas la dignidad”, concluye.
La historia de Rodrigo Méndez es un recordatorio de que la lucha por la justicia a veces requiere hacer sacrificios inimaginables.
Y en un mundo donde el mal parece reinar, un padre decidido a proteger a su familia se convierte en un verdadero justiciero.