En medio del caos provocado por la reciente DANA en Paiporta, Valencia, emergen relatos de residentes que denuncian una desconexión entre las cifras oficiales y la realidad vivida en el terreno.

Uno de estos testimonios, cargado de indignación y desesperación, proviene de una agricultora que asegura que los datos sobre víctimas y afectados han sido minimizados.

Su relato pone de manifiesto la magnitud del desastre y la insuficiencia de las ayudas recibidas.

La agricultora, visiblemente afectada, comienza explicando que ella y otros vecinos han contado más víctimas de las reconocidas oficialmente.

“Me han dicho que han sacado cuatro o cinco personas de los coches que estaban en el barranco, y yo lo creo porque vivo aquí.

Las cifras que están dando son mentira.

Vas contando los coches y ves que no cuadran”, afirma, con la voz entrecortada.

Su declaración refleja la frustración de una comunidad que siente que su sufrimiento no se está visibilizando adecuadamente.

La mayoría de las muertes, según su testimonio, ocurrieron en los garajes, donde las personas intentaron salvar lo poco que tenían.

“Aquí la gente murió intentando rescatar sus coches.

Somos gente obrera, no tenemos dinero, y lo único que tenemos es el coche”, explica.

Con un ejemplo personal, relata cómo su familia perdió un automóvil nuevo, adquirido con la indemnización por despido de su marido tras 24 años de trabajo.

Otro aspecto destacado en su relato es la falta de coordinación en las tareas de rescate y ayuda.

“El otro día los bomberos de Toledo estaban aquí ayudando y les dieron la orden de retirada.

Se fueron, y nos quedamos igual.

Hace falta maquinaria y ayuda real, pero no está llegando”, denuncia.

Además, critica que se priorice la limpieza de espacios públicos sobre la atención a las necesidades básicas de los afectados.

“Primero lo público, después los garajes privados, dijo la ministra.

Pero aquí no tenemos ni agua ni luz”, lamenta.

La agricultora también se refiere a las largas colas para acceder a comida caliente y agua potable.

“Por la noche ponen comida caliente en el auditorio, pero la cola es interminable, sobre todo de personas mayores.

Ayer nos negaron la comida caliente y nos dieron un bocadillo”, señala.

Según su testimonio, para acceder a agua potable deben presentar su DNI, y los pabellones habilitados permanecen cerrados por las noches, lo que genera aún más dificultades para los afectados.

La situación en Paiporta es crítica, y el testimonio de esta mujer es un reflejo de la precariedad que enfrentan muchas familias.

Yo misma lo he visto.

No tienen luz, no tienen nada”, asegura.

Su relato se mezcla con la frustración de ver cómo la ayuda que llega es limitada y, en ocasiones, mal gestionada.

“Nosotros necesitamos maquinaria para limpiar y sacar escombros, pero lo que tenemos es insuficiente”, enfatiza.

En medio de este panorama desolador, la agricultora destaca la solidaridad de los vecinos, quienes han intentado suplir las carencias de las autoridades.

“La gente ha salvado a otras personas tirando sábanas desde los balcones y ayudando como podía.

Pero esto no es suficiente.

Necesitamos ayuda real y organizada”, reclama.

El testimonio también incluye una reflexión sobre la desconexión entre la cobertura mediática y la realidad.

Según la agricultora, los medios no están mostrando la verdadera magnitud de la tragedia.

“Lo que no cuentan es que hay muchas más víctimas de las que dicen.

La gente está sufriendo, y parece que lo quieren minimizar”, concluye.

La tragedia en Paiporta no solo ha dejado pérdidas materiales, sino también un sentimiento de abandono entre los afectados.

La comunidad clama por una respuesta efectiva que alivie su sufrimiento y que no deje a nadie atrás.

Este desgarrador relato es un recordatorio de las historias humanas que se esconden tras las cifras oficiales, y de la urgencia de escuchar y atender las voces de quienes han vivido la tragedia en carne propia.