“Perú en vilo: la exmandataria que evaporó su rastro tras ser destituida”
Cuando el Congreso de Perú votó su vacancia, Dina Boluarte ya no era solo una figura política en crisis: era un personaje cargado de acusaciones, investigaciones abiertas y enemigos en múltiples frentes.

En medio de ese escenario, la noticia estalló: el fiscal de la Nación, Tomás Gálvez, ordenó solicitar un impedimento de salida del país para la exmandataria.
Esa medida cautelar, que podría durar hasta 36 meses por el caso “Los Dinámicos del Centro”, busca evitar que Boluarte escape mientras los procesos contra ella avanzan.
Pero la narrativa no se quedó ahí.
Poco después de que se hiciera pública la vacancia y la orden fiscal, comenzaron a circular versiones estremecedoras: ¿la expresidenta huiría del Perú? Se hablaba de asilo político, de vuelos secretos, de rutas que conectarían su destino con ciudades seguras fuera del país.
Su abogado, Juan Carlos Portugal, intentó calmar los ánimos desde temprano: negó que Boluarte hubiera salido del país o solicitado asilo, y aseguró que ella “está en su casa”.
Ese fue su paradero oficial, al menos hasta el momento.
Mientras tanto, la Fiscalía no dio tregua: todos los procesos abiertos en su contra—incluyendo casos por enriquecimiento ilícito, presunto financiamiento irregular, responsabilidad por muertes en protestas, uso de recursos oficiales durante su gestión—siguen su curso.
Sin la inmunidad del cargo, el escenario judicial para Boluarte cambió radicalmente.
Los pedidos de medidas cautelares, como el impedimento de salida, cobran ahora fuerza institucional.
El país entero está en alerta.
Los rumores se multiplican: algunos dicen que Boluarte se encuentra en una embajada, otros que viajó a un país vecino con conexiones políticas.
Las redes sociales se mueven como lava caliente entre quienes creen que escapó y quienes confían en que la justicia la encontrará en su residencia.
Las autoridades —Fuerzas del orden, inteligencia, organismos fronterizos— han activado operativos para rastrear cualquier movimiento hacia el mar o los aeropuertos.
Nada es seguro.

Las fronteras, aunque vigiladas, están plagadas de rutas clandestinas.
Los documentos pueden ser falsificados, los vuelos privados pueden eludir los controles.
En este país donde la corrupción y la fugacidad caminan juntas, la posibilidad de una escapatoria efectista es demasiado real.
Y el telón de fondo de todo esto es una crisis política extendida.
La vacancia de Boluarte no sorprende: su gobierno fue objeto de varias mociones por “incapacidad moral permanente”, acusaciones de no controlar la inseguridad, irregularidades en patrimonio, además del explosivo “Caso Rolex” por supuesta posesión de relojes de lujo no declarados.
Su salida del poder se da en un momento volátil del país: elecciones próximas, disturbios, descontento social y una institucionalidad fragmentada.
Para muchos, su desaparición en este punto no es un acto desesperado, sino una jugada calculada: un suspenso dramático, diseñado para evadir responsabilidades o ganar tiempo.
Para otros, el riesgo es mayor: podría tener consecuencias al estilo de una fuga de Estado, exponiendo vacíos legales que permitirían que una figura tan controvertida quede fuera del alcance de la justicia.
Mientras tanto, el Perú contiene la respiración.
Los ciudadanos esperan respuestas, los medios persiguen pistas, las instituciones cruzan equipos y agendas.
Y en medio de ese torbellino, una pregunta resuena con fuerza: ¿quién es Dina Boluarte esta mañana: fugitiva o ciudadana bajo protección? La respuesta podría definir no solo su futuro, sino también el rumbo político de todo el país.