“La Noche Que Los Persigue: La Verdad Oculta Detrás del Caso Colmenares Sale a la Luz” 🌙

 

Han pasado más de trece años desde aquella madrugada del 31 de octubre en que la vida de Luis Andrés Colmenares se apagó bajo circunstancias que aún hoy dividen a Colombia.

Desde entonces, los nombres de Laura Moreno y Jessy Quintero se convirtieron en sinónimo de sospecha, de teorías, de juicios interminables.

Durante todo este tiempo, guardaron un silencio férreo, casi insoportable.

Pero ahora, en una entrevista inesperada, ambas decidieron hablar.

Y el país volvió a contener la respiración.

La conversación comenzó con un tono sereno, pero en el aire flotaba una tensión palpable.

No había periodistas agresivos ni cámaras invasivas.

Solo dos mujeres frente a un micrófono, dispuestas —por primera vez— a hablar sin guion, sin abogados, sin miedo.

Jessy fue la primera en romper el hielo.

Su voz, baja y quebrada, apenas se escuchaba: “No hay un solo día en que no piense en esa noche.

En cómo todo cambió…para todos.”

Laura, visiblemente nerviosa, respiró hondo antes de intervenir.

“Hemos cargado con algo que no se puede explicar.

La gente piensa que callar es no sentir.

Pero el silencio también puede ser una forma de dolor.

” Sus palabras resonaron con una mezcla de culpa y cansancio.

No fue una confesión directa, pero sí un reconocimiento de lo que muchos sospechaban: que el peso de aquella tragedia nunca las abandonó.

Ambas recordaron los años posteriores a la muerte de Colmenares: los juicios, las miradas en la calle, los insultos en redes sociales.

“Nos trataron como monstruos”, dijo Jessy, con la mirada fija en el suelo.

“Y quizás merecíamos preguntas, pero no odio.

Porque nadie sabe realmente lo que pasó esa noche.

Nadie excepto nosotros.

” Esa frase encendió todas las alarmas.

El entrevistador no interrumpió.

Solo dejó que el silencio hiciera su trabajo.

Fue entonces cuando Laura, entre lágrimas, soltó lo que muchos esperaban escuchar: “Sí, sentimos remordimiento.

No por haber hecho algo, sino por no haber podido evitarlo.

Porque si hubiéramos actuado diferente, tal vez Luis Andrés estaría vivo.

” Esa frase cayó como una bomba.

No fue una admisión de culpa legal, pero sí una confesión emocional.

El tipo de verdad que hiere más que cualquier sentencia.

Hablaron del miedo, de las noches interminables reviviendo cada detalle, de cómo la opinión pública las convirtió en villanas de una historia que, según ellas, nadie comprendió del todo.

“Yo también he tenido que enterrar una parte de mí”, confesó Jessy, mientras su voz se quebraba.

“El país nos juzgó sin escucharnos.

Pero ahora, ya no me importa quién me crea o no.

Lo que me importa es que sepan que el dolor nunca se fue.

”

Laura, con un tono más firme, agregó algo que heló la sangre de todos: “Hay verdades que no se pueden decir con palabras.

Pero lo que muchos piensan.

.

.

no fue así.

” Esa frase ambigua, misteriosa, fue suficiente para reabrir un debate que parecía cerrado.

¿Estaban insinuando que hubo más detrás de aquella noche? ¿Que alguien más sabía lo que realmente ocurrió? La entrevista no lo aclaró.

Pero la tensión en sus rostros decía más que mil palabras.

Cuando el entrevistador preguntó si perdonarían a quienes las señalaron, Jessy respondió con una calma desconcertante: “No necesito que me perdonen.

Solo quiero dormir sin escuchar su nombre cada noche.

” Laura, en cambio, cerró los ojos y dijo: “A veces me pregunto si él me perdonó.”

El ambiente se volvió insoportablemente denso.

No había lágrimas forzadas, solo silencios prolongados y miradas perdidas.

Era evidente que, más allá de lo legal, ambas vivían en una cárcel invisible: la del recuerdo, la del “qué hubiera pasado si”.

La entrevista terminó sin grandes revelaciones, sin frases contundentes…pero con una sensación innegable de verdad.

Una verdad rota, emocional, humana.

Después de la transmisión, las redes ardieron.

Algunos las acusaron de manipular la opinión pública; otros, en cambio, vieron en sus palabras un destello de arrepentimiento genuino.

El país volvió a dividirse, como en los viejos tiempos.

Pero algo cambió: por primera vez, Laura Moreno y Jessy Quintero hablaron no como sospechosas, sino como personas marcadas por una tragedia que jamás pudieron dejar atrás.

Y aunque no todos les crean, una cosa quedó clara: el remordimiento, real o simbólico, las acompaña desde aquella noche.

Esa verdad, la que se escapa entre lágrimas y silencios, es quizá la más brutal de todas.

Porque cuando el pasado se niega a morir, el alma no descansa.

Y ellas, por fin, lo admitieron.