“Cuando la televisión se hunde y el silencio fiscal retumba: la noche en que Salinas Pliego quiso independizarse de todo” 🕯️
El momento parecía protocolario, casi folclórico, pero terminó siendo un escenario de tensión cargada de simbolismo.

Salinas Pliego, con la soberbia que siempre lo ha caracterizado, dio el grito de Independencia con un aire desafiante, como si las palabras que repetía ante el pueblo escondieran un mensaje personal: la independencia que más anhela es la de sus propias cuentas con el fisco.
Lo que podría haber sido una celebración patriótica se transformó en un acto que muchos interpretaron como burla, una provocación abierta en medio de un contexto donde las deudas fiscales pesan sobre su imperio.
TV Azteca, su buque insignia, ya no es la máquina poderosa de entretenimiento que fue en décadas pasadas.
Los pasillos de la televisora respiran un aire de incertidumbre, los recortes se sienten, las producciones carecen del brillo de antaño.
Y aun así, Salinas Pliego no titubea en presentarse con la misma fuerza que antes, como si las grietas de su imperio mediático no fueran visibles para todos.

Lo inquietante es que, pese a esta decadencia evidente, hay quienes lo siguen viendo como una figura aspiracional, incluso como un potencial candidato a la presidencia del país.
El contraste no podría ser más brutal.
Por un lado, los señalamientos de evasión fiscal, las acusaciones de deber miles de millones al SAT y los cuestionamientos sobre su transparencia.
Por otro, la voz de un sector que lo ve como “el empresario que México necesita”, alguien capaz de hablar sin filtros y de plantar cara al poder político.
Esa contradicción mantiene en vilo a la opinión pública: ¿cómo puede un supuesto evasor fiscal convertirse en ícono de independencia y honestidad para algunos sectores de la sociedad?
El episodio más inquietante es que no se trata solo de un asunto fiscal o mediático.
Salinas Pliego también controla múltiples propiedades en la Liga MX, lo que lo convierte en un actor con tentáculos que alcanzan el entretenimiento, el deporte y la política.
Ese poder múltiple le ha permitido blindarse en el pasado, pero hoy, en plena crisis económica y con TV Azteca tambaleando, la pregunta resuena más fuerte que nunca: ¿qué tan sostenible es este imperio y hasta cuándo podrá seguir desafiando al Estado mexicano sin consecuencias reales?
El grito de Independencia que lanzó no fue recibido con la misma emoción de otros años.
Hubo aplausos, sí, pero también miradas de desconfianza, murmullos de crítica y un eco incómodo que se replicó en redes sociales.
Memes, comentarios sarcásticos y denuncias simbólicas se multiplicaron al instante, convirtiendo lo que debería haber sido un acto de unión nacional en un recordatorio del desencanto con las élites empresariales.

Para algunos, la imagen de Salinas Pliego levantando la voz era la caricatura perfecta de un país donde la justicia fiscal sigue siendo un terreno desigual.
Lo más escalofriante no es solo lo que ocurre con él, sino lo que dice de la sociedad mexicana.
Que existan voces que lo promuevan como presidente, a pesar de las denuncias que lo rodean, revela una paradoja oscura: el hartazgo con la política tradicional es tan profundo que algunos prefieren abrazar al empresario rebelde, aunque su rebeldía esté cimentada en esquivar las obligaciones que el resto de los ciudadanos cumplen con resignación.
Esa fascinación con la figura del “outsider” se mezcla con un descontento que amenaza con romper cualquier lógica.
Mientras tanto, TV Azteca parece vivir sus últimos capítulos gloriosos.
Los rumores sobre quiebras inminentes, ventas disfrazadas y crisis internas crecen día con día.

Algunos insiders del medio aseguran que los pasillos ya no respiran optimismo, sino miedo.
La pregunta no es si habrá un colapso, sino cuándo.
Y todo esto mientras su dueño sigue mostrando una sonrisa desafiante frente a cámaras, como si nada ocurriera detrás del telón.
El eco de este grito de Independencia no se apagó con la fiesta.
Al contrario, se convirtió en un símbolo de un país dividido entre quienes ven en Salinas Pliego a un líder necesario y quienes lo señalan como el ejemplo más cínico de impunidad.
En medio de esa tensión, la figura de Mauro Morales y su salida repentina de proyectos vinculados al entorno televisivo sumó más leña al fuego, alimentando teorías sobre ajustes internos, venganzas y reacomodos en el poder mediático.
El rumor de que fue “corrido” se convirtió en la comidilla que nadie se atreve a confirmar, pero que todos repiten con morbo.
Lo que queda claro es que la historia de Salinas Pliego se ha convertido en un reflejo brutal de México: un país que celebra la independencia mientras lidia con cadenas invisibles de corrupción, desigualdad y poder desmedido.
Su grito no fue solo un acto simbólico; fue un recordatorio de que los verdaderos grilletes no siempre se rompen con campanas ni banderas, sino con la justicia que aún no termina de alcanzarlo.
Y quizá lo más perturbador de todo es que, a pesar de los escándalos, de las deudas y del derrumbe mediático, la pregunta sigue flotando en el aire como una amenaza: ¿qué pasaría si algún día realmente decidiera lanzarse a la presidencia?