La Reina, este martes 3 de diciembre en Londres
El estado de salud de la reina Camila preocupa. El rey Carlos y el príncipe y la princesa de Gales han dado la bienvenida al líder qatarí al Reino Unido durante el tradicional saludo formal en el Horse Guards Parade de Londres.
Ha sido la primera visita de Estado en la que participa Kate Middleton desde su diagnóstico de cáncer, anunciado en marzo, como parte de su regreso gradual a las funciones públicas.
La Reina Camila, de 77 años, no se ha unido a esta tradicional ceremonia por “unos efectos secundarios persistentes”, que le han dejado “las reservas de energía mermadas”, publicaba Daily Mail citando fuentes de Buckingham.
Es la última actualización del estado de salud de la esposa de Carlos III después de padecer una infección en el pecho, que la obligó a estar de baja médica durante unos días y ausentarse de la agenda hace unas semanas.
Se había filtrado la información de que la Reina no estaría presente en el viaje en carruaje de regreso al Palacio de Buckingham, que forma parte de la ceremonia de bienvenida de los Reyes al jeque de Qatar y a su mujer. De ahí que en la foto de familia solo hayamos visto al monarca y a los príncipes de Gales.
Mientras ha tenido lugar este acto, Camila se ha trasladado al Palacio de Buckingham para sumarse a la recepción oficial posterior (foto superior).
El programa del día en Londres
Se servirá un almuerzo en palacio y está previsto que la comitiva visite la exposición de la galería de imágenes.
La Reina también asistirá al banquete de estado el martes, pero Kate se perderá ese evento. Se espera que esté presente en la despedida del emir el miércoles.
Sin embargo, este detalle ha hecho que todo el mundo se pregunte qué hay detrás de esa infección persistente en el pecho, la que ahora ha vuelto a doblegar su calendario, obligándola a alejarse, una vez más, de uno de sus compromisos públicos.
La reina, a sus 77 años, se encuentra en un periodo que combina la dignidad de la corona con la vulnerabilidad de la carne.
En un momento en que la Casa Real parecía haber encontrado un respiro tras meses de tensiones —con la recuperación de Kate Middleton, tras su tratamiento de quimioterapia, como símbolo de esperanza—, Camila se ha visto arrastrada por una dolencia que no termina de sanar. Una reina está hecha de gestos.
El saludo, el desfile, la sonrisa entre los sombreros. Todo esto, ahora, parece ausente en Camila, y su ausencia se convierte en la presencia más comentada en las tertulias británicas y en las redes sociales.
Las apariciones que tuvieron lugar en semanas recientes fueron como destellos engañosos. Pero los eventos cancelados y las medidas de precaución sugieren que la batalla es más larga de lo esperado.
Una fuente palaciega citada por la BBC insiste en la necesidad de mantener a la reina al margen de sus actividades públicas mientras continúe recuperándose.
En concreto, su ausencia en el evento al aire libre del Desfile de la Guardia a Caballo, una cita relevante durante la visita de Estado del emir de Qatar y su esposa.
Con una diplomacia que siempre se ajusta a las circunstancias, el Palacio recalca que la decisión responde a un consejo médico: reposo absoluto.
Sin embargo, entre las líneas, se filtra algo más que un diagnóstico. Está el peso de lo no dicho, las especulaciones inevitables, el escepticismo que se alimenta de la falta de detalles.
¿Qué ocurre realmente con Camila? ¿Qué significa esta enfermedad para la estabilidad emocional y política de Carlos III, que sigue navegando su propio curso en el difícil arte de reinar?
Los ciclos de la fragilidad
La salud de los reyes británicos ha sido históricamente un tema de escrutinio público, y Camila no ha sido la excepción. Hace solo unas semanas, Palacio compartió una imagen menos protocolaria de la reina lamentando la pérdida de su perrita, una fiel compañera que había estado junto a ella en los buenos y malos momentos.
Aquella fotografía íntima ahora parece premonitoria: una figura solitaria, doblegada por el tiempo y por los golpes inevitables que la vida otorga.
El estado de ánimo de Camila se mezcla con los vaivenes de una salud que se resiente ante cada esfuerzo. La reciente gira del rey y la reina por Australia y Samoa no solo mostró la resistencia de la Corona, sino también sus límites.
Camila volvió con un sistema inmunológico debilitado, y lo que comenzó como una infección pasajera ha devenido en algo que persiste, un eco que no se extingue. En un gesto que combina cortesía y preocupación, Buckingham ha dejado abierta la posibilidad de que Camila participe en el almuerzo previsto tras el desfile del martes, pero sin garantía alguna.
Todo dependerá de su evolución. La prioridad no es la agenda, sino la recuperación de la reina. Cada evento al que Camila falta es un hilo que se deshace en el bordado de la vida pública británica. La cancelación más significativa ocurrió en el Día del Recuerdo, un momento cargado de simbolismo en el que la familia real debía mostrar unidad.
La reina, convaleciente, no pudo asistir. Su ausencia cedió todo el protagonismo a Kate Middleton, que, con una compostura impecable, sostuvo la solemnidad del acto mientras el vacío de Camila se hacía palpable en los balcones del Palacio. La imagen de Carlos III en solitario en estos actos resalta las preocupaciones sobre el futuro de la pareja real.
A sus 76 años, el rey también enfrenta desafíos médicos y emocionales. Es evidente que cada una de las decisiones tomadas está pensada para proteger a ambos, más allá de las expectativas públicas o las exigencias de protocolo.
El delicado arte de callar
En la Casa Real, lo que no se dice a menudo tiene más peso que lo que se anuncia.
El comunicado de Buckingham trata de equilibrar dos fuerzas: la transparencia y la discreción. Por un lado, calma las especulaciones y reitera que la reina está en manos de los mejores médicos.
Por otro, guarda silencio sobre los detalles más específicos, dejando un espacio que los tabloides llenan con teorías y rumores. La salud de Camila, en este sentido, no es solo un tema personal.
Refleja la delicada posición de una institución que sigue siendo el eje de la identidad británica. Cada enfermedad, cada gesto, cada ausencia, se lee como un indicio de algo mayor: la resiliencia o el agotamiento de una monarquía que ha sobrevivido durante siglos a todo tipo de tempestades. Desde hace años, Camila ha sabido cómo moverse entre las sombras y la luz.
Su papel, primero como consorte y ahora como reina, siempre ha sido el de encontrar el equilibrio entre la tradición y la modernidad.
Pero ahora, en este momento de debilidad física, es el tiempo quien tiene la última palabra. Mientras tanto, los británicos esperan. Esperan verla reaparecer, recuperada, en algún acto oficial.
Esperan la próxima Navidad, donde la familia real, al completo, debería posar para la tradicional fotografía. Y esperan, en silencio, que la corona brille, pese a todo. Porque, al final, la reina no es solo una persona: es un símbolo.
Y los símbolos, aunque puedan quebrarse, siempre encuentran la manera de permanecer.