Santiago Abascal protagonizó un tenso enfrentamiento con Pedro Sánchez en el Congreso, burlándose de él por los abucheos del 12 de octubre y su encuentro con Donald Trump.

La tensión política volvió a estallar en el Congreso de los Diputados.
En una sesión que pasó del debate institucional al duelo personal, Santiago Abascal (Vox) lanzó uno de los discursos más feroces contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, combinando ironía, sarcasmo y acusaciones que incendiaron el hemiciclo.
Con tono desafiante, el líder de Vox no solo arremetió contra las políticas del Ejecutivo, sino que se burló abiertamente de Sánchez por los recientes abucheos sufridos durante el desfile del 12 de octubre y por su incómoda foto junto a Donald Trump.
“¿Por qué protege usted a los delincuentes mientras abandona y persigue a los españoles honrados?”, comenzó Abascal, directo al ataque. La bancada de Vox lo acompañó con aplausos y risas.
“La respuesta que no dará es fácil: porque los delincuentes le protegen a usted mientras los españoles honrados le abuchean”.
Desde ese primer momento, el tono del enfrentamiento quedó claro: sin concesiones, sin filtros y con un objetivo preciso —retratar a Sánchez como un presidente acorralado por la calle y cuestionado en el exterior.
El líder de Vox acusó al Gobierno de “perseguir a los trabajadores y premiar a los corruptos”, en referencia a las polémicas subidas de cuotas a los autónomos y a las amnistías y perdones a políticos condenados.
“Su hermano vivía en la Moncloa mientras fingía trabajar en Extremadura y residir en Portugal para no pagar impuestos aquí”, lanzó con un tono entre incrédulo y mordaz, levantando murmullos y exclamaciones en el pleno.
“¿Aún le sorprende no poder pisar las calles de España después de todo esto?”, remató, mirando directamente a Sánchez con media sonrisa.
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El presidente del Gobierno respondió con una mezcla de serenidad y desprecio calculado. “Celebro verle, señor Abascal. Ha tratado de ser protagonista el 12 de octubre robándole el protagonismo a las Fuerzas Armadas y al jefe del Estado”, replicó.
“Sus proyectos reaccionarios se basan siempre en el miedo: el miedo al migrante, el miedo al cambio climático, el miedo a las mujeres libres”.
Sánchez intentó dar la vuelta al ataque presentándose como defensor del progreso frente a lo que calificó de “ideología del miedo y del odio”.
Pero Abascal no se dio por vencido. Con la misma sonrisa desafiante, volvió a la carga: “Miedo el suyo, señor Sánchez, a los españoles. Hace un año que no sale a la calle y la última vez lo que hizo fue salir corriendo de Paiporta y dejar abandonado al rey bajo una lluvia de barro”.
Las carcajadas y aplausos en el lado derecho del hemiciclo hicieron que la presidenta de la Cámara pidiera silencio. Abascal continuó sin pestañear: “Y cuando sale fuera, tampoco le va mucho mejor.
Le vimos anteayer, nervioso, autoinvitado, detrás del mismísimo Donald Trump, ese al que tanto critica. ¿Temía acaso que se enterase de lo suyo con Maduro? Créame, lo sabe, señor Sánchez. Lo sabe”.
El comentario provocó un murmullo generalizado. La mención a Maduro, cargada de insinuación y teatralidad, buscaba no solo atacar a Sánchez, sino también ridiculizarlo ante la opinión pública.
“Ahora haga esa risa de Joker”, concluyó Abascal, en referencia a la sonrisa que el presidente suele mostrar durante los debates tensos. “Ya sabe lo que pienso de usted, y lo que pienso de usted es verdad. Y además, es lo que piensa la inmensa mayoría de los españoles”.

Sánchez, visiblemente molesto, intentó mantener la compostura: “No sé de qué me habla, señor Abascal. No tengo nada que ver con Maduro”. Pero enseguida retomó su tono de profesor ante una clase díscola.
“Usted deshumaniza a los migrantes, se burla de la ciencia y quiere perpetuar las desigualdades. Su discurso no es rebelde, es reaccionario”.
El intercambio, más cercano a un combate verbal que a una sesión parlamentaria, dejó frases que ya circulan por las redes sociales.
La imagen de Abascal riéndose de Sánchez y mencionando a Trump ha sido reproducida miles de veces, mientras los seguidores de Vox celebran lo que consideran una “humillación política” al presidente.
En cambio, desde el PSOE, los portavoces insisten en que “Abascal solo sabe hacer ruido y manipular emociones con bulos”.
Fuera del Congreso, la repercusión no se hizo esperar. Los abucheos a Sánchez en el desfile del 12 de octubre y su encuentro con Trump en Nueva York han reforzado el relato de Vox de que el presidente “ya no representa al pueblo español”.
Abascal ha sabido aprovechar el descontento ciudadano, mezclando indignación, ironía y populismo con una precisión calculada.
Sánchez, por su parte, se aferra a los datos económicos y a su papel en Europa para demostrar que España “va por buen camino”.
“Somos uno de los gobiernos más decentes y eficaces de Europa”, repitió varias veces durante la sesión, apelando al FMI y a las agencias de calificación que han mejorado la nota de la deuda española.
Pero sus palabras se diluyeron entre las risas, los murmullos y las réplicas afiladas del líder de Vox.

“Deje de hablar de triple A”, le había dicho minutos antes Feijóo, “porque lo único que usted sube tres veces son los impuestos”.
Y Abascal, recogiendo el guante, fue aún más duro: “Con usted, trabajar da rabia. Rabia de ver cómo la decencia no cotiza, cómo se castiga al honrado y se premia al ladrón”.
La sesión terminó sin conclusiones, pero con un ambiente eléctrico. Sánchez volvió a Moncloa consciente de que los abucheos del desfile y los ataques de Abascal se han convertido en símbolos de su creciente desgaste político.
Abascal, por su parte, salió satisfecho: había logrado lo que buscaba, poner al presidente a la defensiva y convertir el Congreso en su escenario personal.
En un país dividido entre quienes ven en Sánchez a un líder que mantiene a flote la economía y quienes lo acusan de vivir desconectado de la realidad, el duelo con Abascal no fue solo un intercambio de palabras.
Fue la imagen de una España crispada, donde la política se ha convertido en espectáculo y la oratoria, en arma.
Y mientras las cámaras se apagaban y los diputados abandonaban la sala, quedaba flotando en el aire una sensación inevitable: la política española ha entrado en un punto de no retorno.
Entre los abucheos, las risas y las réplicas feroces, nadie parece dispuesto a ceder. Ni Sánchez, ni Abascal. Porque en esta batalla, más que ganar votos, ambos buscan algo más grande: dominar el relato.