Pedro Sánchez defendió la Constitución, resaltó los logros económicos y sociales de su Gobierno y reivindicó la salud pública y los derechos humanos como ejes centrales de su política.

El 47.º aniversario de la Constitución Española, una fecha que habitualmente busca proyectar unidad institucional y estabilidad democrática, terminó convertido en un campo de batalla político encendido, lleno de mensajes cruzados, advertencias veladas y un choque frontal entre el Gobierno de Pedro Sánchez y la oposición liderada por Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal.
Lo que debía ser una jornada de celebración se transformó, una vez más, en el escaparate perfecto para exponer las profundas tensiones que atraviesan la vida política española.
Y en medio de ese escenario cargado de simbolismo, la irrupción de Pepa Millán —portavoz de Vox en el Congreso— desató la tormenta que su partido buscaba: dinamitar cualquier apariencia de normalidad institucional y señalar directamente al Gobierno como responsable de una situación “insostenible, corrupta y profundamente inmoral”.
La mañana comenzó con una intervención larga y calculada del presidente Pedro Sánchez, que saludó a los medios con la serenidad que suele exhibir en los actos institucionales.
Con un discurso hilado sobre la fortaleza de la democracia y el éxito de la Constitución, Sánchez reivindicó la salud de España con un mensaje que no tardaría en convertirse en objeto de discusión.
Afirmó que el país atraviesa uno de los mejores momentos de su historia democrática, respaldándose en datos económicos como el crecimiento del 2,9%, el liderazgo en creación de empleo en Europa y el aumento del poder adquisitivo de las familias.
Además, defendió con énfasis la cohesión territorial y la acción de su Gobierno en políticas sociales, insistiendo en que los “profetas del desastre” no representan la realidad del país, sino viejas nostalgias o agendas reaccionarias.

Sánchez, además, quiso subrayar dos artículos de la Constitución: el artículo 43, que consagra el derecho a la protección de la salud, y el artículo 10, que enlaza directamente con la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Y lo hizo para lanzar un mensaje político directo contra las comunidades gobernadas por el PP y Vox, acusándolas de privatizar la sanidad pública, recortar servicios esenciales y degradar el Estado del bienestar.
En un contexto internacional marcado por guerras, tensiones geopolíticas y el auge de discursos ultraderechistas, Sánchez defendió la posición de España como país comprometido con el derecho internacional humanitario y crítico con la agresión de Vladimir Putin y con la actuación del Gobierno de Israel en Gaza.
Hasta aquí, su intervención parecía la tradicional defensa institucional del presidente durante fechas señaladas.
Sin embargo, la carga política que le imprimió —y la necesidad de contraponerse con la oposición— prepararon el terreno para la segunda gran puesta en escena del día: la respuesta, contundente y sin fisuras, de Vox.
Y es que, como ya habían anunciado previamente, la formación de Santiago Abascal renunció a participar en los actos institucionales organizados por el Gobierno, alegando que no puede validar “una falsa normalidad” y acusando al Ejecutivo de estar “acorralado por la corrupción”.
Fue Pepa Millán quien tomó la palabra ante los medios y, como era previsible, no se guardó nada.
Con tono firme y una estrategia claramente diseñada para romper la narrativa del Gobierno, la portavoz de Vox argumentó que España vive una situación “absolutamente anómala”, asegurando que cada día aparece un nuevo escándalo relacionado con el Ejecutivo, tanto político como económico.
Señaló especialmente las denuncias internas de acoso sexual dentro del PSOE, que —según afirmó— han sido ignoradas deliberadamente, convirtiéndose en “otro escalón más en el sótano de la inmoralidad que ocupa el Partido Socialista”.

Su discurso fue subiendo de intensidad cuando acusó al Gobierno de Sánchez de “pisotear la unidad nacional”, negociar en la sombra con fuerzas separatistas y emplear los actos oficiales para blanquear una estabilidad que —en palabras de Millán— “no existe”.
La portavoz reiteró que Vox no compartirá espacio con un gobierno que considera ilegítimo en su conducta moral y política.
Y como si no bastara con esta descarga inicial, Millán también respondió a preguntas sobre la política autonómica, subrayando la incapacidad del PP para sacar adelante los presupuestos en Aragón y Extremadura.
Criticó a los populares por tener “17 partidos diferentes”, acusándolos de incoherencia y de no adoptar un proyecto nacional claro.
Defendió a Vox como la única fuerza que mantiene una posición firme desde hace años respecto a la inseguridad, la inmigración y los pactos con el PSOE.
Dejó claro que cualquier acuerdo dependerá del PP, no de ellos, y remarcó que no aceptarán “continuismo socialista” bajo gobiernos supuestamente de derechas.
Mientras Vox utilizaba la jornada para amplificar su denuncia y marcar distancias, la intervención de Sánchez había buscado exactamente lo contrario: consolidar una imagen de institucionalidad, defensa constitucional y estabilidad económica.
Pero el efecto final fue una colisión narrativa tan intensa que convirtió el aniversario de la Constitución en un escaparate más de la guerra política permanente.

A la salida del acto, en los pasillos del Congreso, se percibía la tensión habitual en fechas simbólicas que deberían unir, pero que acaban separando aún más.
Los mensajes de ambos lados siguen una lógica completamente opuesta: el Gobierno habla de estabilidad, progreso y fortaleza democrática;
la oposición de Vox habla de caos, corrupción y degradación moral; el PP, por su parte, observa el tablero desde otra trinchera, intentando capitalizar la crítica institucional sin alinearse del todo con el discurso incendiario de Abascal.
Al final del día, una cosa quedó clara: la batalla por el relato constitucional está más viva que nunca. Cada actor político utiliza esta fecha para reforzar su marco ideológico y proyectar quién es, realmente, el “defensor legítimo” de la España de 1978.
Y con ese escenario incendiado, la irrupción estratégica de Pepa Millán terminó siendo el golpe de efecto que buscaba Vox: demostrar que no solo rompen con el Gobierno, sino también con las formas tradicionales de celebración institucional.
Porque si algo dejó esta jornada, fue la sensación de que, lejos de un aniversario solemne, España asistió a un nuevo capítulo de confrontación política extrema, donde cada palabra es un arma y cada gesto, una declaración de guerra simbólica.
Y ahí, en medio de esa tormenta, Vox supo jugar su carta: convertir un acto de Estado en un escenario perfecto para tensar aún más las costuras del país.
