También ha aterrizado con ella el concejal Jordi Coronas. A última hora de la tarde han llegado a Barajas otros 19 tripulantes españoles que también han sido liberados este domingo

Barcelona vivió un domingo de emociones encontradas y tensión contenida mientras Ada Colau, exalcaldesa de la ciudad, y el concejal de ERC Jordi Coronas aterrizaban finalmente en el Aeropuerto de El Prat después de cuatro días de detención en Israel.
La escena de bienvenida fue vibrante: amigos, familiares, compañeros de partido y ciudadanos se agolpaban entre banderas palestinas y cánticos que reclamaban el “fin del genocidio”, formando un mosaico de solidaridad que reflejaba la indignación y la esperanza de muchos.
Vestidos todavía con la ropa blanca que les proporcionaron en la cárcel, Colau y Coronas se abrieron paso entre los abrazos y vítores, alzando el puño con una mezcla de fuerza y alivio que encarnaba la tensión vivida en el exilio forzoso.
“Ha sido una experiencia muy dura que ha mostrado lo peor y lo mejor de la humanidad”, resumió Coronas, recordando que ejercía como capitán de uno de los barcos que intentaron romper el bloqueo a Gaza. “Han vulnerado todos nuestros derechos fundamentales.
Israel es un estado genocida, pero va a haber más flotillas y vamos a seguir en pie”, afirmó Colau con determinación, señalando que la lucha por Gaza continúa más fuerte que nunca.
El relato de su detención y estancia en cárceles israelíes como Saharonim, un centro del desierto del Neguev, pinta un panorama de hostilidad y tensión que deja perplejo al lector.
Los activistas describen un ambiente en el que la incomodidad, el hacinamiento y la falta de acceso a servicios básicos se mezclan con el acoso constante de las autoridades.
“Durante el traslado hasta la cárcel nos quitaron la ropa, bajaron el aire acondicionado, no nos permitieron comer, y muchos enfermos no recibieron sus medicinas. Incluso los soldados firmaban documentos en nuestro nombre”, relató Coronas con indignación.
Las palabras de Colau completaban la imagen: “En mi celda había unas 15 mujeres hacinadas, y una gran fotografía de Gaza destrozada con un mensaje en árabe: ‘Bienvenidos a la nueva Gaza’.
Israel busca cansarnos y asustarnos, pero no lo conseguirán”, aseguró, reafirmando su compromiso con futuras acciones para romper el bloqueo impuesto a Gaza.

El regreso de los primeros 21 activistas españoles, entre los que también se encontraba Jordi Coronas, marca solo el inicio de una operación de repatriación que continúa bajo la presión de la opinión pública y la sociedad civil.
El vuelo en el que regresaron Colau y Coronas, que despegó a las 16 horas desde Tel Aviv hacia Madrid, trasladó también a otros 19 miembros de la flotilla, mientras que algunos activistas, entre ellos miembros de la CUP y representantes de Podemos, permanecieron en cárceles israelíes por negarse a firmar documentos que implicaban reconocer la soberanía israelí sobre Gaza.
La negativa de estos activistas no es un mero acto simbólico; se trata de un posicionamiento político que mantiene viva la presión internacional desde el interior de la prisión, mostrando que la resistencia continúa incluso en condiciones extremas.
El ambiente en el aeropuerto de Barcelona fue de celebración, pero también de reflexión y tensión.
Mientras las familias esperaban en salas privadas, amigos, militantes y miembros de Comuns y ERC se concentraban en la zona pública, compartiendo conversaciones nerviosas, cánticos de apoyo y banderas palestinas.
La presencia de figuras como Oriol Junqueras, Jèssica Albiach y Elisenda Alamany añadía un componente político evidente, consolidando la importancia de este regreso no solo desde el punto de vista humanitario, sino también como un acto de visibilidad y apoyo a la causa palestina.
La multitud, superior a los 70.000 asistentes según estimaciones, reflejaba la fuerza de un movimiento ciudadano que ha seguido de cerca cada detalle de la flotilla y sus vicisitudes, convirtiendo el aeropuerto en un escenario de protesta, solidaridad y reivindicación al mismo tiempo.
El relato de los activistas sobre las condiciones que sufrieron durante su detención es escalofriante. “Agresiones, amenazas y acoso, privación de agua, baños y medicamentos”, denuncian, un relato que contrasta con las declaraciones oficiales de Israel.
Estas acusaciones abren un debate crucial sobre derechos humanos, trato a los prisioneros y responsabilidad internacional. Colau y Coronas, pese a todo, mantienen un discurso de resiliencia:
“Vamos a seguir luchando. La opresión no nos va a detener”, repiten con fuerza, subrayando que la experiencia no ha logrado quebrar su espíritu ni su compromiso con la causa de Gaza.

Desde el punto de vista político, el regreso de Colau y Coronas genera una ola de reacciones.
El ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, ha confirmado que los primeros liberados ya están en España, pero ha evitado detallar la situación de quienes permanecerán en cárceles israelíes como Saharonim.
La estrategia del Gobierno español ha sido cuidadosa, equilibrando la presión internacional con la necesidad de mantener canales de diálogo abiertos con Israel.
Mientras tanto, los activistas liberados se han convertido en símbolos de la resistencia civil y humanitaria, su relato alimentando tanto la indignación ciudadana como la discusión política en torno al conflicto israelo-palestino.
El viaje de regreso también expuso las dificultades logísticas y las tensiones diplomáticas inherentes a este tipo de operaciones.
Algunas de las personas que formaban parte de la flotilla tuvieron que pasar la noche en Madrid debido a la falta de plazas en el avión, lo que subraya la complejidad de coordinar la repatriación de un grupo de activistas involucrados en un conflicto internacional.
Este detalle, aparentemente menor, refleja la magnitud de la operación y la presión que ejerce la sociedad civil sobre los gobiernos implicados para garantizar la seguridad y la integridad de los activistas.
El regreso de Colau y Coronas no solo es un acto de liberación física, sino también un hito simbólico.
Sus declaraciones y la cobertura mediática convierten a estos activistas en referentes de un movimiento que busca visibilizar la situación en Gaza y denunciar lo que consideran violaciones graves de derechos humanos.
La narrativa que emergió durante su estancia en Israel, marcada por testimonios de maltrato y condiciones inhumanas, ha amplificado el debate internacional y ha colocado a España en el centro de la atención global sobre la protección de ciudadanos involucrados en operaciones humanitarias de alto riesgo.

La historia de la flotilla y el regreso de los primeros activistas españoles también revela el peso de la presión popular.
Las protestas masivas en las calles de Barcelona, el seguimiento constante de medios locales e internacionales, y la coordinación entre familiares y ONG han sido determinantes para garantizar que los liberados recibieran un retorno seguro y digno.
Este hecho subraya la importancia de la movilización ciudadana y la influencia que puede ejercer sobre las decisiones diplomáticas y humanitarias.
En paralelo, la resistencia de aquellos que permanecen detenidos, negándose a firmar documentos de deportación, mantiene el foco en Gaza y el bloqueo impuesto por Israel.
Su postura no solo cuestiona la legalidad de la detención, sino que también plantea un desafío a la narrativa oficial sobre el conflicto.
Estos activistas buscan continuar ejerciendo presión desde la cárcel, demostrando que la lucha por la visibilidad y los derechos humanos puede persistir incluso en las circunstancias más adversas.
El regreso de Colau y Coronas también sirve para resaltar la complejidad del activismo internacional y la delgada línea entre la acción política y la acción humanitaria.
La cobertura mediática ha convertido este episodio en un referente de la lucha por los derechos humanos y en un ejemplo de cómo los activistas enfrentan riesgos significativos para dar visibilidad a crisis que, de otro modo, podrían pasar desapercibidas.
Cada declaración, cada gesto, y cada testimonio contribuyen a construir una narrativa que trasciende fronteras y coloca a los protagonistas en un escenario global.

La multitud que les recibió no solo celebraba su regreso, sino que también manifestaba su apoyo a la causa palestina y a la continuidad de acciones que desafían el bloqueo a Gaza.
Las palabras de Colau, insistiendo en que habrá más flotillas hasta que se acabe el genocidio, refuerzan el mensaje de persistencia y resistencia, convirtiendo el retorno de los activistas en un acto de afirmación política y moral.
Finalmente, este episodio deja en evidencia la interacción entre política, derechos humanos y movilización social. El regreso de Ada Colau y Jordi Coronas marca un punto de inflexión, tanto para los ciudadanos que los apoyan como para quienes critican la flotilla.
La narrativa que emerge de estos cuatro días de detención desafía al lector a reflexionar sobre los límites de la acción internacional, el compromiso cívico y la responsabilidad de los Estados ante la protección de activistas en contextos de conflicto.
En conclusión, la liberación de Ada Colau, Jordi Coronas y otros activistas españoles no solo significa el retorno físico a su país, sino que simboliza la fuerza de la resistencia, la presión de la ciudadanía y la importancia de la visibilidad internacional.
La experiencia vivida en Israel expone las vulneraciones de derechos, la dureza de la detención y la persistencia de un movimiento que se niega a ceder ante la opresión.
Este retorno es un recordatorio de que la lucha por la justicia, la solidaridad y los derechos humanos sigue viva, con Colau y Coronas como testigos y protagonistas de una historia que seguirá marcando la agenda social y política en España y más allá.