El Ministro de Israel Llama “Terroristas” a Ada Colau y Greta Thunberg

Ben Gvir acusó a los activistas de apoyar a Hamás y criticó al Gobierno por deportarlos en lugar de encarcelarlos, lo que desató una ola de indignación global y división política en Israel.

 

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En un giro inesperado de los acontecimientos, el Ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben Gvir, ha desatado una tormenta política al calificar a Ada Colau y Greta Thunberg como “terroristas”.

Este incendiario comentario surge en el contexto de la reciente intervención de la Marina israelí, que interceptó a una flotilla de activistas, entre los que se encontraban estas dos figuras prominentes, en un intento por llevar ayuda humanitaria a Gaza.

La situación ha escalado rápidamente, generando un debate candente sobre la naturaleza de la protesta y el papel de los activistas internacionales en el conflicto israelo-palestino.

Ben Gvir, conocido por sus posturas firmes y controvertidas, no se ha contenido.

En un video que ha circulado por las redes sociales, el ministro critica abiertamente la decisión del primer ministro Benjamín Netanyahu de deportar a los activistas detenidos, argumentando que es un “error fundamental”.

“Debemos mantenerlos aquí en la cárcel israelí durante algunos meses”, afirma con determinación, sugiriendo que esta medida es necesaria para que los activistas “se acostumbren al olor del ala terrorista”.

Sus palabras han provocado una ola de indignación y apoyo a partes iguales, polarizando aún más la opinión pública.

La flotilla, que se había presentado como una misión humanitaria, ha sido desmantelada por el Gobierno israelí, que ahora la califica de “farsa política”.

 

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Ben Gvir sostiene que los barcos no transportaban ayuda, sino que eran parte de una estrategia para apoyar a Hamás, el grupo que controla Gaza y que es considerado terrorista por Israel y otros países.

“No vinieron a traer ayuda, sino a hacer propaganda en favor de los terroristas de Gaza”, subraya el ministro, mientras las imágenes de los activistas, custodiados por fuerzas israelíes y gritando consignas como “Free Palestine”, dan la vuelta al mundo.

La situación se complica aún más con la presión creciente dentro de Israel para que estos activistas no sean simplemente deportados, sino que enfrenten un castigo ejemplar en forma de encarcelamiento.

La retórica de Ben Gvir ha resonado en los círculos políticos, donde algunos líderes de la oposición y del propio Gobierno piden medidas más drásticas.

La cuestión se convierte así en un campo de batalla simbólico: ¿debería Israel mostrar una mano dura ante lo que consideran provocaciones externas, o debería permitir que estos activistas regresen a sus países?

Entre los nombres más destacados del activismo se encuentran Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, y Greta Thunberg, la joven activista sueca conocida por su lucha contra el cambio climático.

Su presencia en la flotilla ha añadido un matiz adicional a la controversia, ya que ambas son figuras reconocidas a nivel internacional y sus acciones tienen el poder de atraer la atención global hacia la situación en Gaza.

Colau, quien ha defendido abiertamente los derechos humanos y la justicia social, se enfrenta ahora a un ataque directo desde el Gobierno israelí, que busca deslegitimar su misión.

 

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La respuesta de la comunidad internacional no se ha hecho esperar. Grupos de derechos humanos y activistas han condenado las declaraciones de Ben Gvir, calificándolas de “desproporcionadas” y “peligrosas”.

La idea de que se considere a activistas pacíficos como “terroristas” plantea serias preguntas sobre la libertad de expresión y el derecho a protestar en el contexto de un conflicto tan complejo como el israelo-palestino.

La comunidad internacional observa con preocupación, preguntándose hasta dónde llegará la represión de voces disidentes en Israel.

Mientras tanto, la situación en Gaza sigue siendo crítica. La población enfrenta una grave crisis humanitaria, y la llegada de ayuda es más crucial que nunca.

Sin embargo, el Gobierno israelí parece decidido a mantener su postura, argumentando que cualquier apoyo a Gaza podría ser interpretado como un respaldo a Hamás. Esta lógica ha llevado a un ciclo de violencia y represión que muchos consideran insostenible.

La polarización en torno a este tema es palpable. Por un lado, hay quienes apoyan firmemente las acciones del Gobierno israelí, argumentando que la seguridad del país debe ser la prioridad.

Por otro, hay quienes ven en estas acciones una violación de los derechos humanos y una falta de compasión hacia una población en crisis.

La figura de Ben Gvir se erige como un símbolo de esta tensión, representando una línea dura que muchos en Israel apoyan, pero que también enfrenta una creciente resistencia.

 

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En este contexto, la figura de Greta Thunberg y Ada Colau se convierte en un punto focal. Su activismo ha trascendido fronteras, y su involucramiento en esta situación ha puesto de relieve la intersección entre la lucha por los derechos humanos y la justicia climática.

Las críticas que enfrentan son un reflejo de cómo el activismo puede ser percibido como una amenaza en un entorno tan cargado de emociones y conflictos.

El futuro de estos activistas es incierto. La decisión de su encarcelamiento o deportación podría sentar un precedente importante en la forma en que Israel maneja las protestas internacionales.

A medida que la presión aumenta, tanto a nivel interno como externo, la resolución de este conflicto se vuelve más apremiante.

La comunidad internacional, los líderes políticos y los ciudadanos de a pie deben reflexionar sobre el papel que juegan en esta narrativa y cómo sus acciones pueden influir en el desenlace.

En conclusión, el escándalo generado por las declaraciones de Ben Gvir no solo ha puesto en el centro de la atención a Ada Colau y Greta Thunberg, sino que también ha abierto un debate crucial sobre los límites del activismo, la seguridad y los derechos humanos.

A medida que el mundo observa, la pregunta persiste: ¿qué significa realmente ser un activista en tiempos de conflicto?

La respuesta podría definir no solo el futuro de estos individuos, sino también el rumbo de un país que lucha por encontrar su identidad en medio de la controversia.

 

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