Robe Iniesta, fundador de Extremoduro y figura clave del rock en español, ha muerto a los 63 años tras meses de complicaciones de salud y una embolia pulmonar que ya le había obligado a cancelar conciertos.

El rock en español amaneció este miércoles con una noticia devastadora: la muerte de Robe Iniesta, fundador de Extremoduro, leyenda absoluta de la música urbana, poeta áspero y voz irreemplazable de varias generaciones.

Con 63 años, el artista extremeño deja un vacío difícil de llenar, una herencia musical inmensa y un eco emocional que recorre España de punta a punta.

Su marcha, confirmada tras meses de complicaciones de salud, ha golpeado especialmente a sus seguidores más fieles, aquellos que crecieron escuchando su voz rasgada y sus letras brutales, sinceras y desgarradas.

Robe llevaba años librando una batalla silenciosa contra la enfermedad. El año pasado, ya había tenido que cancelar conciertos debido a una embolia pulmonar que lo obligó a frenar una gira que prometía ser una de las más especiales de su carrera en solitario.

Su última aparición pública en un proyecto artístico fue en un videoclip junto a Leiva, donde abordaban la depresión con una sensibilidad que dejó a muchos sin palabras.

Ese Robe vulnerable, genuino y profundamente humano fue el que el público había aprendido a acompañar desde hacía décadas.

La historia de Robe Iniesta siempre estuvo marcada por una mezcla de rebeldía, precariedad, valentía y autenticidad artística. Cuando empezó, no tenía ni estudio, ni dinero, ni apoyos.

Para grabar su primer disco con Extremoduro recurrió a una idea que hoy forma parte de la mitología del rock español: vendió mil tickets de mil pesetas en su ciudad natal, Plasencia.

Con esa recaudación pagó la grabación, y cuando el álbum estuvo listo, se lo regaló a todos los que habían confiado en él antes incluso de escuchar una sola canción.

Ese gesto, a medio camino entre la necesidad y la convicción, marcó el nacimiento de un fenómeno que décadas después sigue siendo objeto de culto.

Corría 1987 cuando Robe lanzó su primer tema y dio comienzo el viaje de Extremoduro, una banda que rompió esquemas en estilo, letras, temática y visceralidad.

Dos años más tarde llegó su primer disco, “Tú en tu casa, yo en la hoguera”, un álbum que incluía canciones que hoy son himnos indiscutibles del rock español.

A partir de ahí comenzó una etapa ferozmente productiva: en apenas 13 años publicaron ocho discos que contenían más de 60 canciones, muchas de ellas convertidas en piezas esenciales para entender la música española contemporánea.

Los conciertos se multiplicaban, la banda crecía, los seguidores se contaban por miles y Robe se consolidó como un compositor único, capaz de unir crudeza, poesía y energía visceral en cada verso.

El final de la etapa de Extremoduro llegó oficialmente en 2013, cuando la banda publicó su último disco.

Fue entonces cuando Robe emprendió un nuevo camino artístico que, lejos de ser un epílogo, se convirtió en una segunda vida creativa. En solitario exploró sonidos más íntimos, letras más introspectivas y una forma de componer más libre.

“No me importa el tipo de música que la gente espere que vaya a hacer”, dijo en una ocasión, reafirmando su independencia creativa.

Su voz seguía siendo la misma: rota, intensa, inconfundible. Pero su mirada artística se había ampliado. En sus últimos trabajos contó con músicos también extremeños, buscando siempre mantener su raíz y su identidad local, esa que nunca abandonó pese a su enorme fama.

Plasencia, la ciudad que lo vio crecer y a la que volvió siempre que pudo, se prepara ya para rendirle homenaje.

Hace tan solo un mes lo habían nombrado Hijo Predilecto, un reconocimiento que se sumaba a la Medalla de Extremadura y a otros premios que fue acumulando a lo largo de su carrera.

Nadie imaginaba entonces que ese homenaje sería prácticamente una despedida. Las autoridades locales han anunciado que preparan un tributo especial en su honor, un acto que se espera multitudinario y cargado de emoción.

La muerte de Robe deja “huérfanos”, como muchos seguidores han dicho, a quienes encontraron en su música un refugio emocional, un altavoz para la rabia, la tristeza, el amor o la locura. Su obra ha marcado a varias generaciones con una fuerza inusual en la música española.

No solo fue un músico, fue un poeta eléctrico, un cronista del desgarro, un símbolo de autenticidad en un mundo cada vez más prefabricado.

Hoy, miles de fans recuerdan aquellas primeras estrofas que compartió con el mundo a finales de los 80, los conciertos interminables, las letras imposibles de olvidar y la figura de un hombre que vivió como cantaba: sin filtros, sin máscaras, sin concesiones.

La despedida es dolorosa, pero también profundamente bella, como muchas de sus canciones.

Su propia obra parece anticiparlo: incluso en el adiós hay un hueco para la belleza, un destello de luz en medio de la sombra.

Robe Iniesta se marcha, pero su voz seguirá sonando durante décadas. Cada acorde de Extremoduro y de su carrera en solitario será ahora un homenaje eterno.

Su legado queda grabado en la memoria colectiva de un país que lo vio nacer como músico, crecer como mito y partir como leyenda. Hoy el rock llora, Extremadura llora, España entera lo llora. Y en algún lugar, probablemente, Robe sigue cantando.