La doctora puso el foco en el coste humano y social de esta situación

«No podemos dar pena con los sueldos que tenemos, pero nadie piensa que trabajamos 250 horas al mes». La frase resuena como un golpe seco en la conciencia de un país que presume de tener una de las mejores sanidades del mundo.
La pronunció Tamara Contreras del Pino, médica y autora del libro *La vida intensiva*, en una entrevista que ha sacudido a medio país.
Su voz, serena pero firme, expuso una verdad incómoda: los médicos españoles están al límite, atrapados en un sistema que exige sacrificios inhumanos disfrazados de vocación.
Tamara no habla desde el resentimiento, sino desde la experiencia.
Con la mirada cansada de quien ha pasado demasiadas noches sin dormir, relató la realidad de miles de médicos que viven entre guardias de 24 o 30 horas, consultas interminables y una carga mental que no se mide en nóminas, sino en agotamiento.
“Trabajamos 24 horas, y si hace falta 30. Y si no hay quien cubra, te quedas. Porque alguien tiene que hacerlo”, decía, con la naturalidad de quien lleva años repitiendo lo impensable.

España, el país de los aplausos en los balcones y las medallas simbólicas, parece haber olvidado el precio que pagan quienes sostienen su sanidad.
Detrás de cada bata blanca hay un cuerpo agotado y una mente al borde del colapso. Tamara denunció que su jornada media alcanza las 250 horas mensuales, una cifra que haría temblar a cualquier otro sector.
Pero lo más escandaloso, según ella, no es solo el número, sino la forma en que el sistema lo ha normalizado: «144 horas en 14 días es lo normal en este país. Y no solo normal, sino legal».
La médica explica que todo se justifica con la llamada “jornada complementaria”, un eufemismo que permite estirar el horario hasta límites absurdos.
En la práctica, los facultativos acumulan horas extra mal pagadas, sin cotizar y, muchas veces, sin descanso. “Dicen que el máximo son 48 horas semanales, pero el cómputo es semestral.
Puedes trabajar 96 horas una semana, y te dicen que no pasa nada porque en seis meses se compensa”, contaba con una mezcla de indignación y resignación.

La ironía es cruel: quienes se encargan de cuidar la salud de todos viven en condiciones que atentan contra la suya propia.
Tamara lo dejó claro con una frase que heló a los espectadores: «Estoy despierta a las tres de la mañana haciendo cosas de las que dependen vidas humanas».
Y lo más triste, añadía, es que cuando un médico se atreve a protestar, la respuesta institucional es fría y matemática: “En el cómputo semestral te salen las cuentas”.
La doctora no solo señala el exceso de horas, sino también el coste personal y familiar. Detrás de cada turno de 24 horas hay cumpleaños perdidos, cenas familiares canceladas y niños que aprenden a dormir sin sus padres.
“Mi familia y mis hijos están con su madre 72 horas fuera de casa”, confiesa, como quien ya se ha resignado a una vida partida en dos: la del hospital y la de un hogar que apenas se pisa.
El problema, dice, no es solo económico. “Gano más que mis amigas, claro, pero porque trabajo el doble o el triple. No porque sea médico”, explica. A su juicio, esta comparación ha alimentado un mito peligroso: el del médico privilegiado.
La realidad, insiste, es muy distinta. “No damos pena, pero nadie se para a pensar que trabajamos 250 horas al mes y que si quieres vacaciones, tienes que hacer el doble de guardias antes o después porque no hay personal”.

Lo más grave, según Contreras, es que gran parte de esas horas ni siquiera se reflejan correctamente en la cotización. “Se cotiza por día trabajado, da igual si haces siete horas o veinticuatro.
Si hiciéramos el cálculo real, podríamos jubilarnos seis años antes que el resto, porque ya lo hemos trabajado”, afirmó. En su caso, calcula que ronda las 2.400 horas anuales. Un número que, traducido en vidas, es escalofriante.
El discurso de Tamara no es solo una denuncia, sino un grito de auxilio colectivo. “Todo esto, en nombre de la vocación y del servicio, está acabando con la sanidad pública”, advierte.
Muchos de sus compañeros ya se plantean abandonar España, buscar trabajo en otros países donde los turnos sean humanos y la vida, posible. Pero ella no se rinde tan fácilmente.
“Necesitamos un estatuto propio, que nuestras condiciones las negociemos los que las sufrimos. No alguien que no ha estudiado 12 años ni sabe lo que es trabajar 30 horas seguidas”.
Sus palabras resumen la paradoja de una profesión que se ha vuelto rehén de su propia entrega. En el imaginario colectivo, ser médico es una vocación casi sagrada, pero esa misma idea se ha convertido en excusa para tolerar lo intolerable.
La devoción por el paciente no debería justificar que un profesional llegue a operar o diagnosticar con el cuerpo exhausto y la mente a punto de colapsar.

El rostro de Tamara Contreras, más que cansado, parecía decidido. No es la rabia lo que la mueve, sino la convicción de que hablar es el primer paso para cambiar. Su campaña, *No podemos más*, ha comenzado a ganar fuerza entre médicos de toda España.
Ya no se trata solo de sueldos o guardias, sino de dignidad. Porque si la sanidad pública sigue apoyándose en héroes agotados, no tardará en derrumbarse bajo su propio peso.
En un país donde los titulares sobre corrupción o política ocupan los informativos, su testimonio irrumpe como una sacudida de realidad.
Nos obliga a mirar más allá del estereotipo del “médico bien pagado” y entender que detrás hay personas con límites, cansancio y sueños. Y que el verdadero lujo, para muchos de ellos, no es el dinero, sino poder dormir una noche entera sin una llamada urgente.
La entrevista terminó, pero el eco de sus palabras sigue resonando: “No podemos dar pena, pero nadie sabe lo que cuesta sostener este sistema”.
Una frase que debería estar escrita en la entrada de cada hospital público del país. Porque si los médicos están pidiendo auxilio, quizá ya sea hora de escuchar.