El senador que dejó sin palabras a Pedro Sánchez: una sesión que hizo temblar los cimientos del Congreso

Un senador confronta a Pedro Sánchez en el Congreso con preguntas directas sobre la residencia de su hermano y posibles vínculos con Aldama y Begoña, generando un momento de máxima tensión política.

 

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El aire en la sala era denso. Nadie se movía. Nadie respiraba. En un instante, el bullicio habitual del Congreso se congeló.

Fue el momento exacto en el que un senador —con voz firme y mirada directa— lanzó una pregunta que desató el caos político y dejó al presidente Pedro Sánchez en una posición incómoda, casi acorralada: *“¿Vivía su hermano en Elvas, señor Sánchez?”*

Lo que parecía una comparecencia más sobre los contratos de mascarillas durante la pandemia se transformó en un duelo político sin precedentes. La pregunta, aparentemente trivial, escondía una carga explosiva.

El senador no hablaba solo de residencia: apuntaba a un posible entramado de conexiones, sociedades pantalla y relaciones personales que, según él, podrían vincular al entorno de Sánchez con figuras clave como Koldo García, Víctor de Aldama y, sorprendentemente, su propio hermano.

Sánchez intentó mantener la compostura, pero la insistencia del senador fue implacable.
—*“¿Vivía o no vivía su hermano en Elvas?”* —repitió, elevando la voz mientras el silencio se hacía insoportable.
—*“Voy a responder…”* —empezó Sánchez, buscando recuperar el control— *“…primero sobre las mascarillas. Lo he dicho antes y lo repito…”*
—*“No, no, señor presidente. Le he hecho una pregunta muy concreta.”*

 

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El intercambio se volvió tenso, casi teatral. El presidente, acostumbrado a dominar los tiempos parlamentarios, parecía por primera vez atrapado en su propio discurso.

Cada intento de desviar la conversación hacia los decretos de emergencia o la legalidad de los contratos era devuelto con la misma pregunta: *“¿Residía su hermano en Elvas, sí o no?”*

El senador no se detuvo ahí. Cuando el presidente rehusó responder, el golpe fue directo al orgullo:
—*“Lo que usted no quiere es responder, señor Sánchez. ¿Tanto tiene que ocultar?”*

Las miradas se cruzaron. La tensión podía cortarse con un cuchillo. En ese momento, incluso los más veteranos en la política española supieron que estaban presenciando algo que trascendía la rutina parlamentaria.

Y entonces llegó el segundo ataque.
—*“¿Es moralmente aceptable, para un socialista, que alguien de su entorno se lucre con la prostitución o use a mujeres como mercancía?”*

 

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El golpe fue demoledor. Sánchez reaccionó con un tono más firme, apelando a la moral del Partido Socialista y subrayando su compromiso con la abolición de la prostitución.

Pero el daño ya estaba hecho. El senador le recordó, con ironía, que era incapaz de responder sobre su hermano, pero rápido para hablar de la vida de los demás.

El intercambio se volvió personal, afilado. El senador acusó al presidente de “jugar con una doble moral”, de hablar cuando le convenía y callar cuando la verdad podía doler. Sánchez, visiblemente irritado, replicó:
—*“No voy a entrar en su juego.”*
—*“No es un juego, señor presidente,”* contestó el senador con una sonrisa casi burlona. *“Es la verdad.”*

El clímax llegó cuando se mencionó a Víctor de Aldama, el empresario señalado en la trama Koldo. Las palabras “Aldama” y “Begoña” sonaron en el hemiciclo y un murmullo recorrió la sala.

Según el senador, Aldama habría compartido habitación con la esposa del presidente durante un viaje oficial a San Petersburgo.

La acusación cayó como una bomba. Sánchez, intentando mantener el temple, negó tener relación alguna con Aldama y aseguró que las afirmaciones eran “invenciones desesperadas”.

Pero el senador no soltó la presa:
—*“Si es una invención, ¿por qué no se querella contra él, señor Sánchez? Si miente, demuéstrelo.”*

 

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El presidente guardó silencio unos segundos que parecieron eternos. Luego habló, con una calma que contrastaba con el caos del momento:
—*“El guía de ustedes era Aldama, no el mío.”*

El senador asintió, con una expresión que mezclaba ironía y triunfo. La frase había sonado a defensa, no a negación. Y lo sabía.

A partir de ahí, la sesión se convirtió en un intercambio continuo de acusaciones: donaciones opacas, empresas pantalla, crowdfundings sin transparencia y sociedades vinculadas a familiares.

Se mencionó incluso a las “saunas” de San Bernardo 36, propiedad del suegro fallecido de Sánchez, insinuando que pudieron haber financiado campañas internas del PSOE.

El presidente lo negó con aparente serenidad, pero cada respuesta parecía hundirlo un poco más en la sospecha pública.

—*“¿Hubo donaciones de más de 50.000 euros?”*
—*“No me consta, señoría.”*
—*“¿Dinero venezolano?”*
—*“No me consta.”*
—*“¿Financiación de la empresa Consinabar?”*
—*“No me consta.”*

 

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Tres palabras. Una y otra vez. “No me consta.” Como un eco que llenaba la sala.

Y cuando el senador remató con un desafío: *“¿Se sometería usted a un careo con Aldama y Ábalos en esta cámara?”*, el presidente, ya sin rastro de sonrisa, respondió con evasivas. Fue el punto final de un duelo político donde la palabra “transparencia” quedó flotando, vacía.

Los murmullos, las risas nerviosas y los rostros tensos de los presentes confirmaron lo que todos pensaban: aquella comparecencia no sería una más.

No porque se demostrara nada concluyente, sino porque dejó al descubierto algo más profundo —la erosión de la confianza, la duda permanente, la sensación de que en el poder ya nadie responde con claridad.

Al salir de la sala, un periodista veterano lo resumió en voz baja:
—“Hoy no se habló de contratos ni de decretos. Hoy se habló de miedo.”

Y tenía razón. Porque en política, a veces el silencio pesa más que cualquier respuesta. Y en ese silencio, Pedro Sánchez quedó atrapado, frente a un país que todavía espera que alguien, de una vez por todas, conteste: *¿Vivía su hermano en Elvas?*

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