Sarah Santaolalla ha sido denunciada ante el Consejo General de la Abogacía Española por presentarse como “abogada” sin tener aún el título, lo que ha desatado un debate sobre el intrusismo profesional.

El reciente silencio de Irene Montero ha desatado una ola de críticas en redes sociales, luego de que se conociera la agresión sexual sufrida por una joven universitaria en Pamplona.
Este caso no solo ha reavivado el debate sobre la violencia de género, sino que también ha puesto en entredicho la coherencia del feminismo institucional en España.
La exministra, conocida por su fervoroso activismo durante el caso de la primera “manada”, ahora se enfrenta a un torrente de reproches por su falta de respuesta ante esta nueva situación, en la que los agresores son presuntamente inmigrantes magrebíes.
La indignación es palpable. “Cuando la manada era de españoles, Irene Montero removió cielo y tierra”, afirman numerosos usuarios en plataformas como X.
La ausencia de una condena clara ha llevado a muchos a cuestionar la autenticidad de su compromiso con la causa feminista. “Si no pone el grito en el cielo por esta, entonces ya sabéis quién paga a Irene Montero”, se lee en uno de los comentarios más compartidos.
Esta percepción de doble moral ha calado hondo, generando un debate sobre la verdadera naturaleza del feminismo y su capacidad para enfrentar la violencia sin prejuicios ideológicos.

El caso ha sido especialmente doloroso para la comunidad navarra, que aún se recupera del impacto del brutal asalto. Las redes sociales se han convertido en un campo de batalla donde se enfrentan opiniones y sentimientos encontrados.
Muchos internautas han criticado no solo a Montero, sino también a la actual ministra de Igualdad, Ana Redondo, quien también ha guardado silencio. “Tres de los hombres de la nueva manada de Pamplona tenían orden de expulsión.
¿Dónde están las feministas?”, cuestionan varios usuarios, evidenciando una creciente frustración con un movimiento que, según ellos, parece selectivo en su defensa de las víctimas.
El feminismo institucional se encuentra en una encrucijada. La percepción de que el movimiento actúa con un sesgo ideológico ha llevado a algunos a calificarlo de “delirante y ofensivo”.
“Si los agresores encajan en su relato, hay condena; si no, silencio absoluto”, denuncia una usuaria, reflejando un sentimiento generalizado de traición hacia las víctimas que no encajan en el marco narrativo del feminismo predominante.

La falta de respuesta de figuras clave en el feminismo político ha abierto una herida profunda. “Callar ante una agresión por no incomodar a tus aliados ideológicos es traicionar a las víctimas”, sentencia un mensaje que resuena con fuerza en el contexto actual.
Este silencio no solo afecta a las víctimas directas, sino que también socava la credibilidad del movimiento en su conjunto.
La lucha por la igualdad y la justicia no puede permitirse el lujo de ser selectiva; cada caso de violencia debe ser tratado con la misma seriedad, independientemente de la nacionalidad o el contexto de los agresores.
Mientras tanto, la sociedad navarra se encuentra en un estado de conmoción. La brutalidad del asalto ha dejado una marca indeleble, y muchos se preguntan cómo es posible que aquellos que antes clamaban justicia ahora guarden silencio.
Este cambio de postura ha generado un clima de desconfianza hacia el feminismo institucional, que es visto por algunos como incapaz de adaptarse a las realidades complejas de la violencia de género en el mundo contemporáneo.
El caso de la joven universitaria en Pamplona no es un hecho aislado; es un reflejo de las tensiones que existen dentro del feminismo en España.
La lucha por la igualdad de género se ha vuelto más complicada en un contexto donde las identidades y las narrativas se entrelazan de maneras inesperadas.
La polarización de opiniones y la fragmentación del movimiento feminista han hecho que muchas voces se sientan silenciadas o ignoradas.
A medida que las críticas hacia Irene Montero y otros líderes feministas continúan creciendo, la pregunta que queda en el aire es: ¿cómo puede el feminismo institucional recuperar su credibilidad?
La respuesta podría residir en un compromiso renovado con la justicia para todas las víctimas, sin importar su origen. El feminismo debe ser inclusivo y universal, capaz de abordar la violencia de género en todas sus formas y contextos.
La sociedad exige respuestas y acciones concretas. Las víctimas merecen apoyo institucional y una voz que las represente sin prejuicios.
La lucha por la igualdad no puede ser un juego de intereses; debe ser una causa que trascienda las ideologías y se centre en el bienestar de quienes sufren.
La historia de la joven agredida en Pamplona es un recordatorio de que el silencio no es una opción, y que cada voz cuenta en la lucha por un mundo más justo.
En este momento crítico, es esencial que los líderes feministas escuchen y respondan a las demandas de la sociedad. La lucha por la justicia y la igualdad debe ser un esfuerzo colectivo, donde cada voz, cada historia y cada víctima sean valoradas y escuchadas.
Solo así se podrá avanzar hacia un futuro donde el feminismo sea verdaderamente inclusivo y eficaz en su misión de erradicar la violencia de género en todas sus formas.