La visita de Irene Montero a la Universidad de Granada terminó en tensión, con estudiantes protestando y gritándole consignas por la polémica ley del “solo sí es sí”.

La reciente visita de Irene Montero a la Universidad de Granada ha dejado un sabor amargo en el ambiente académico.
La eurodiputada de Podemos, conocida por su defensa del feminismo radical, se encontró con un grupo de estudiantes que la recibió con gritos y abucheos en un momento que debería haber sido de reflexión y diálogo.
La charla, titulada “Feminismo para cambiarlo todo”, se convirtió rápidamente en un escenario de confrontación, revelando la profunda división que su figura genera en la sociedad española.
Al llegar a la Facultad de Ciencias Políticas, Montero fue recibida por un coro de voces que clamaban “¡Suelta violadores!”, “¡Comunista!” y “¡Terrorista!”.
Estas consignas, que resonaban con fuerza, hacían referencia a la polémica ley del “solo sí es sí”, una legislación impulsada por Montero que ha sido objeto de críticas severas debido a la reducción de condenas y la excarcelación de agresores sexuales en el país.
En lugar de abordar las preocupaciones de los estudiantes, la eurodiputada optó por minimizar la situación: “Son cuatro, pero han venido”, dijo con desdén desde el escenario, mientras los abucheos continuaban en el exterior.

Durante su intervención, Montero intentó justificar las protestas, acusando a sus detractores de ser “nazis” y “escuadristas”. Este tipo de retórica no solo evidenció su falta de autocrítica, sino que también pareció más un intento de provocación que una búsqueda de conciliación.
En un contexto universitario marcado por el debate y la pluralidad de ideas, su discurso chocó con la realidad de un auditorio dividido. Muchos asistentes percibieron su actitud como soberbia, desconectada de las preocupaciones reales de la sociedad.
La exministra de Igualdad continuó su intervención con un tono combativo, afirmando que “nuestras abuelas ya ganaron al fascismo y nosotras les vamos a volver a ganar”.
Sin embargo, estas palabras fueron interpretadas por muchos como una muestra de arrogancia, especialmente considerando el impacto negativo que su gestión ha tenido en la percepción pública de la igualdad de género.
En lugar de reconocer las consecuencias de sus decisiones, Montero pareció revivir un discurso de “ofensiva feminista”, ignorando las críticas que ha recibido por su enfoque.

Además, la eurodiputada no dudó en atacar al periodista Vito Quiles y a sus seguidores, a quienes acusó de lucrarse con discursos antifeministas.
Esta referencia provocó murmullos entre el público, revelando el nerviosismo de Montero ante el creciente número de voces críticas que cuestionan su legado en las redes sociales y en espacios públicos.
La escena en la Universidad de Granada dejó claro que la figura de Irene Montero sigue generando rechazo y división, lo que debería ser motivo de reflexión para una política que se presenta como líder del feminismo en España.
Lo que comenzó como una charla sobre feminismo se transformó en un nuevo episodio de crispación. Los abucheos y gritos de “¡suelta violadores!” no solo reflejan el descontento hacia Montero, sino que también evidencian el impacto de su gestión en la opinión pública.
Muchas personas no olvidan los efectos devastadores de su ley y de su enfoque en el Ministerio de Igualdad.
La polarización que ha generado su figura es palpable, y se hace evidente que su discurso no resuena de la misma manera en todos los sectores de la sociedad.
En este contexto, es crucial preguntarse: ¿qué futuro le espera al feminismo en España si sus representantes no logran conectar con la ciudadanía? La respuesta puede ser inquietante.
La falta de diálogo y la confrontación constante pueden llevar a un estancamiento en la lucha por la igualdad, algo que debería ser una prioridad.
La división que se ha instaurado en torno a la figura de Montero pone en riesgo no solo su legado, sino también los avances conseguidos en la lucha por los derechos de las mujeres.

La situación en la Universidad de Granada es un microcosmos de lo que está ocurriendo en el país.
La polarización política y social se refleja en el rechazo hacia figuras como Montero, que, a pesar de sus buenas intenciones, no logran captar el apoyo necesario para llevar adelante sus propuestas.
La necesidad de un feminismo inclusivo y dialogante se hace más evidente que nunca, y es responsabilidad de todos los actores involucrados trabajar hacia esa dirección.
La charla de Irene Montero en Granada debería haber sido una oportunidad para fomentar el debate y la reflexión, pero se convirtió en un espectáculo de confrontación.
La exministra, en lugar de buscar puntos en común y abrir espacios de diálogo, eligió el camino de la provocación y la victimización.
Este enfoque no solo aleja a posibles aliados, sino que también perpetúa la división y el enfrentamiento en un tema tan crucial como la igualdad de género.
En conclusión, el episodio en la Universidad de Granada es un claro indicador de que el feminismo en España enfrenta un desafío significativo. La figura de Irene Montero, lejos de ser un unificador, se ha convertido en un símbolo de la división que atraviesa la sociedad.
La lucha por la igualdad debe ser una causa compartida, y es imperativo que sus líderes escuchen las voces de todos los sectores, en lugar de encerrarse en una burbuja de autocomplacencia. Solo así se podrá avanzar hacia un futuro más justo e igualitario para todos.