La exmujer de Bertín Osborne ha compartido las crisis más recientes de Kike Osborne y cómo afronta ella y su entorno tan difícil situación.

Hay testimonios que no necesitan dramatismo para conmover. Bastan la verdad y la serenidad con la que se cuentan.

Así habló Fabiola Martínez en su reciente entrevista con Joaquín Prat en *El tiempo justo* (Telecinco), donde abrió su corazón para compartir cómo enfrenta cada día la vida junto a su hijo Kike Osborne, diagnosticado con discapacidad y epilepsia.

La exmujer de Bertín Osborne, ahora volcada en sus propios proyectos personales y empresariales, describió con crudeza y ternura una realidad que viven miles de familias en España, marcada por la incertidumbre, la resiliencia y un amor que no conoce descanso.

“Es como vivir con una espada de Damocles”, confesó sin rodeos.

“Siempre en alerta. Justo ayer, mientras hablaba con una compañera del programa para ultimar detalles de esta entrevista, Kike tuvo una crisis. En mi casa todos sabemos cómo actuar, pero cuando suena el teléfono, no lo pienso: salgo corriendo”.

La imagen de esa madre que interrumpe cualquier momento para acudir a su hijo define toda una vida marcada por el equilibrio entre la entrega total y el intento constante de mantener la normalidad.

A sus 52 años, Fabiola demuestra que la fuerza no está en la ausencia de miedo, sino en la capacidad de seguir adelante a pesar de él.

Y mientras muchos la recuerdan como la pareja de Bertín Osborne, ella lleva tiempo forjando su propio camino: el de una mujer que construye, educa, emprende y lidera una causa social que va mucho más allá de su historia personal.

Acaba de inaugurar *Bon Bini*, su tienda de moda en Madrid, un proyecto que ha levantado “a base de sacrificar horas de sueño”, confiesa entre sonrisas y cansancio.

“Si te organizas, llegas. Pero cuesta. El domingo estuve hasta la madrugada terminando los últimos detalles antes de la apertura”.

Joaquín Prat, visiblemente impresionado, le preguntó cómo logra mantener ese equilibrio entre el trabajo, la maternidad y la fundación que lleva el nombre de su hijo.

Ella respondió con calma y determinación: “No soy muy amiga del multitask. Cada cosa lleva su tiempo para que salga bien, pero a veces hay demasiadas cosas por delante y se hace complicado”.

En sus palabras hay una mezcla de disciplina venezolana y ternura maternal que no se contradicen, sino que se complementan con una naturalidad admirable.

Kike, su hijo mayor, está a punto de cumplir 19 años. “El tiempo pasa volando”, dice con un suspiro que mezcla orgullo y melancolía. Su otra joya, Carlos, el pequeño, se ha convertido en su aliado más fiel.

Le ayuda en el negocio, le acompaña en las largas jornadas de trabajo y, sobre todo, entiende la dinámica de una familia donde la empatía es una forma de vida. “El fin de semana Kike estuvo con sus abuelos. Ellos me ayudan muchísimo. Sin ese apoyo sería imposible”.

El amor que Fabiola siente por sus hijos no necesita adornos. Está en cada gesto, en cada palabra y en la serenidad con la que asume que la vida no le ha dado tregua, pero sí propósito.

“Así vivimos muchas familias en España”, explicó mirando a cámara, con la voz quebrada pero firme.

“Porque la discapacidad de Kike es invisible muchas veces. Y esa invisibilidad duele, porque la gente no siempre entiende que detrás de un niño que parece estar bien hay un esfuerzo diario enorme, un cuidado constante y una alerta que nunca se apaga”.

Esa vivencia la llevó, hace algunos años, a crear la **Fundación Kike Osborne**, una iniciativa que nació con el objetivo de dar apoyo, visibilidad y recursos a familias que conviven con la discapacidad.

“La fundación tomó su nombre cuando Kike cumplió 18 años. Quería que fuera un símbolo de esperanza, no de pena. Algo que recordara que la vida sigue, que hay mucho por hacer, y que juntos podemos cambiar muchas cosas”.

Este martes, la fundación celebrará una nueva edición de los **Premios Dona2**, galardones que reconocen a personas, empresas y organizaciones que han hecho una labor significativa por la inclusión y la visibilidad de las personas con discapacidad.

Fabiola, visiblemente emocionada, compartió lo que significan para ella estos reconocimientos: “Cada premiado representa una historia de superación. No se trata de caridad, sino de justicia. Porque todos merecemos las mismas oportunidades, la misma dignidad”.

Durante la conversación, Fabiola también habló de cómo el estrés afecta a su salud y cómo ha aprendido a protegerse del agotamiento emocional.

“He tenido que aprender a frenar. Si me dejo llevar por la culpa o el cansancio, no rindo. Me organizo para que el estrés no me pase factura. Hay días que me derrumbo, pero luego miro a mis hijos y recuerdo por qué lo hago todo”.

En un momento de la entrevista, Joaquín Prat le preguntó si alguna vez ha sentido miedo al futuro. Su respuesta fue tan sincera como desarmante: “Miedo, sí. Todos los días. Pero aprendí que el miedo no desaparece, se gestiona. El secreto está en no dejar que te paralice”.

Detrás de esa entereza hay una mujer que, lejos de renegar de su pasado, lo ha convertido en una fuente de impulso.

Su relación con Bertín Osborne, con quien mantiene una buena comunicación, fue parte importante de su historia, pero ahora su energía está centrada en lo que viene: en seguir construyendo una vida donde su hijo pueda tener la mayor independencia posible y donde otras familias no se sientan solas.

“Cada crisis de Kike me recuerda que la normalidad es un regalo. Que hay que valorar los días tranquilos”, dijo al final de la charla, con una sonrisa serena. “La epilepsia es eso, una espada de Damocles.

Pero también es la oportunidad de amar más fuerte, de vivir con más conciencia, de no dar nada por hecho”.

Cuando se despidió del programa, el público la ovacionó. Y no era para menos. Fabiola Martínez no solo habló de su hijo, sino de todas las madres y padres que, en silencio, sostienen el mundo cada día.

Lo hizo sin victimismo, sin dramatismo, solo con la autoridad de quien ha aprendido que la fortaleza se mide en actos cotidianos: en levantarse una y otra vez, en sonreír cuando el cansancio pesa y en convertir la adversidad en motor de cambio.

Su historia no necesita artificios. Basta escucharla para entender que, detrás de cada crisis, hay un corazón que late con más fuerza. Y que en esa mezcla de dolor y esperanza reside el verdadero heroísmo.