Felipe González y Alfonso Guerra rindieron un emotivo homenaje a Javier Lambán en el Senado, destacando su integridad, su defensa del constitucionalismo y su compromiso con un proyecto común para España.

En un Senado lleno y visiblemente emocionado, Felipe González y Alfonso Guerra se reencontraron públicicamente para rendir homenaje al expresidente de Aragón y senador Javier Lambán, fallecido el pasado agosto.
Lejos de la confrontación política habitual, ambos dirigentes —símbolos de la Transición y de una generación que priorizó el pacto frente a la ruptura— articularon discursos cargados de memoria personal, reflexión política y advertencias sobre el presente.
González abrió su intervención reconociendo que hablar de Lambán le obligaba a hablar “desde los sentimientos”, admitiendo que aún conserva en su teléfono las conversaciones y mensajes del político aragonés.
“No me atrevo a borrarlos”, confesó, señalando que algunas ausencias “desgarran” por la dificultad de llenar el vacío que dejan.
En un discurso que navegó entre lo íntimo y lo político, González subrayó la coherencia intelectual de Lambán y su defensa de un proyecto común para España. Criticó abiertamente la dependencia del Gobierno actual de los apoyos independentistas para aprobar los presupuestos.
“Escuchar a la vicepresidenta decir con total tranquilidad que habrá presupuestos ‘si lo decide Puigdemont’ lo explica todo”, afirmó. A continuación, lanzó una pregunta retórica que resonó en el hemiciclo:
“¿Dónde se metería Lambán al oír eso? Probablemente donde yo me metería”.

El expresidente reiteró que el aragonesismo de Lambán no era excluyente, sino plenamente compatible con una visión integradora del país.
Lo definió como un “socialdemócrata equilibrado, constitucionalista, europeísta”, capaz de distinguir entre “pluralismo político” y “sentimientos de pertenencia”, sin confundirlos con privilegios territoriales.
Destacó también su “tenacidad admirable”, recordando cómo continuó trabajando incluso durante su enfermedad. “No dejó de trabajar ni un solo día. Yo, con 83 años, a veces me reprocho seguir, pero él nunca pensó en descansar.”
Con su habitual capacidad para vincular pasado y presente, González alertó sobre un patrón que observa en la historia española: “A veces pienso que cada 40 años nos cansamos de nosotros mismos y tiramos por la borda lo conseguido”.
Frente a eso, reivindicó la descentralización como un éxito colectivo, pero advirtió contra su degeneración en una “centrifugación del poder” que erosiona el proyecto común.
Tras él intervino Alfonso Guerra, quien evocó a Lambán como un “hombre bueno, culto, inteligente”, profundamente respetuoso con la historia y defensor del espíritu de la Transición.
Guerra recordó pasajes de *Una emoción política*, el libro de memorias del aragonés, en el que relataba su infancia rural y la llegada del tractor familiar en 1965 como símbolo de progreso. “Los adultos olvidamos la infancia y perdemos el plano del tesoro”, citó con admiración.

Con su estilo característico —directo, irónico, pero cargado de referencias culturales— Guerra criticó la tendencia actual a considerar la disidencia interna como traición.
“En los partidos se cree que la crítica es ruptura; Javier no pensaba así, ni yo tampoco.” Recordó además la sinceridad con la que Lambán denunciaba las “exigencias insolidarias” de los nacionalismos y el trato de favor que, según él, recibían de los gobiernos centrales.
Guerra compartió una conversación mantenida con Lambán apenas semanas antes de su muerte, cuando le envió un artículo que consideraba su “testamento político”.
En él alertaba sobre “la mutación fraudulenta de la Constitución”, el auge de los extremismos y la erosión del espíritu de convivencia de la Transición.
Para combatir esta deriva, Lambán soñaba con una iniciativa pedagógica nacional cuyo objetivo fuera explicar la democracia a las nuevas generaciones.
Guerra propuso convertirla en el “Proyecto Lambán”: un ejército cívico de profesores, periodistas e intelectuales que impartieran conferencias en institutos y universidades sobre la importancia del acuerdo y la moderación.
Según sus cálculos, “100 voluntarios ofrecerían 10.000 actos en un año; si fueran 1.000, el impacto sería extraordinario”.
Ambos dirigentes coincidieron en que el mejor homenaje a Lambán pasa por reivindicar la cultura del pacto y la centralidad de la Constitución de 1978.
“Nadie podrá olvidar su gran humanidad”, afirmó Guerra. González, por su parte, concluyó subrayando que Lambán seguirá vivo “mientras permanezca en la memoria de quienes lo apreciamos”.
Entre aplausos prolongados, el acto terminó con el reconocimiento común de que Javier Lambán representó un modo de hacer política basado en la honestidad, el rigor intelectual y la convicción de que la convivencia es un proyecto que debe cuidarse cada día.
