Ana ha tenido claro que no iba a tener una segunda cita con Miriam nada más verla. Durante la cena, ha descubierto que no tenían nada en común

Ana, una ganadera ecológica de 35 años llegada desde un pequeño pueblo de Toledo, acudió al restaurante del popular programa First Dates con la esperanza —según ella misma— de encontrar por fin a alguien que pudiera acompañarla en su día a día.
En su pueblo “no hay nada”, explicaba entre risas, y por eso cada vez que quiere ligar debe escaparse a Madrid, donde espera encontrar un abanico más amplio de posibilidades.
Sin embargo, lo que no imaginaba es que su cita con Miriam, una informática de 38 años, acabaría convirtiéndose en una de las negativas más tajantes y rápidas que se recuerdan en el formato. Y todo, según Ana, por un motivo “irrenunciable”.
Desde el primer segundo en el que Miriam cruzó la puerta del restaurante, la reacción de Ana fue clara, directa y sin ningún tipo de filtro: no era su tipo.
No hubo emoción, ni duda, ni intriga. Solo un diagnóstico inmediato que condicionaría todo lo que ocurriría después. “Físicamente no me ha gustado”, confesó sin titubear ante las cámaras.
Se defendió a sí misma anticipando las críticas: “Será superficial o lo que quiera la sociedad, pero como no me atraiga físicamente, se acabó. Bollera old school, clásica… No es mi tipo”. Todo esto antes incluso de intercambiar las primeras frases con su cita.

Mientras Ana esperaba una conexión explosiva, Miriam llegaba con otra energía. Divorciada desde hacía dos años, madre de dos niñas y cuidadora de perros en su tiempo libre, afirmaba encontrarse en el mejor momento de su vida.
Después de superar una separación complicada, se sentía fuerte, abierta y preparada para conocer a alguien con quien quizá empezar algo nuevo. Lo que no imaginaba es que la batalla estaría perdida incluso antes de comenzar.
Durante la cena, Miriam intentó mostrar naturalidad, sinceridad y una actitud positiva ante todo. Pero la conversación comenzó a desviarse hacia territorios inesperados cuando ella enumeró la larga lista de alergias alimentarias que tiene:
fruta, tomate natural, frutos secos, algunas verduras, mostaza… Un abanico tan complejo que, lejos de despertar comprensión, provocó en Ana una comparación que dejó a todos boquiabiertos.
La ganadera explicó que, entre sus 3.000 gallinas, algunas nacen más delicadas o débiles y necesitan cuidados especiales. Y añadió, sin rodeos, que Miriam le recordaba a una de esas gallinas vulnerables.
“Sería de las débiles. No las dejan comer ni beber. Yo tengo que estar pendiente de que coman, beban y no la picoteen”, comentó con una mezcla extraña de humor y sinceridad rural.

Ana tampoco tardó en revelar uno de sus mayores problemas en relaciones anteriores: su intensidad. “Lo doy todo y claro, como soy tan intensa, rápido me pongo a proponer que se venga a vivir conmigo… a los seis meses”, confesó, como si no fuera nada fuera de lo común.
Miriam, sin perder la compostura, la definió como “la típica bollera”, pero también dejó claro que ese ritmo frenético no encajaba con su concepto actual del amor.
Con dos hijas a las que proteger y una vida ya asentada, no podía permitirse el lujo de “probar”. Para ella, quien entre en su hogar debe hacerlo desde la seguridad y el compromiso, no desde la precipitación.
En uno de los puntos más reveladores de la cita, Ana remarcó que espera que su pareja la convierta en prioridad absoluta. Miriam negó con suavidad pero con firmeza: sus hijas son, y seguirán siendo, lo primero.
Y para Ana, ese orden de prioridades descarta por completo cualquier posibilidad de encaje. Dos visiones del amor demasiado opuestas, demasiado distantes.
Aun así, durante la cena surgieron algunos momentos de complicidad. Ambas admitieron que eran un desastre en las tareas domésticas, lo que provocó unas risas ligeras que parecían, por un segundo, acercarlas.
Pero esa chispa duró poco. Cuando Miriam intentó animar la conversación en el reservado del restaurante, Ana le cortó las alas sin miramientos: “Yo con ella no voy a ningún lado. Es muy parada. No me da juego ni a que yo me abra y que me abra”.

La decisión final, por tanto, fue tan evidente como inevitable. En el emblemático momento de la mesa de valoración, Miriam aún mantenía cierta esperanza de que, al menos, hubiera un punto positivo en Ana.
Pero la respuesta fue un portazo emocional: “No somos compatibles. La atracción física no la ha habido, que es lo primero que me fijo en una persona. Ya empezando por ahí, no seríamos compatibles”.
Sin permitirle replicar o intentar suavizar el golpe, Ana se levantó con educación fría y sentenció: “Bueno, que vaya bien con tus niñas. Te deseo lo mejor”.
Y así terminó una de las citas más secas, directas y contundentes emitidas en el programa.
Ana continuará buscando a alguien que cumpla su ideal físico y emocional. Miriam, probablemente, seguirá avanzando en su propio camino, tan firme como el de una mujer que ha aprendido a priorizar lo que realmente importa.
Ambas, en el fondo, salieron del restaurante tal y como entraron: seguras de sí mismas, pero absolutamente incompatibles.