Celso Bugallo, actor gallego nacido en Sanxenxo en 1947, ha fallecido a los 78 años dejando una extensa trayectoria en teatro, cine y televisión marcada por la sobriedad y el compromiso cultural.

El mundo de la interpretación despide con un nudo en la garganta a Celso Bugallo, actor gallego nacido en Sanxenxo en 1947, que ha fallecido este fin de semana a los 78 años dejando tras de sí una carrera sólida, discreta y profundamente respetada.

No fue una estrella de titulares constantes ni buscó el brillo fácil, pero su presencia llenaba la pantalla y el escenario con una verdad que pocos conseguían sostener.

Bugallo pertenecía a esa estirpe de intérpretes que construyen país desde la cultura, que hacen de cada gesto una declaración de intenciones y que entienden el oficio como un compromiso.

La noticia de su muerte corrió como un susurro triste por Galicia y se convirtió rápidamente en un clamor de despedida. Compañeros, alumnos, técnicos y espectadores recordaron al actor que siempre llegaba antes al ensayo y se iba después de apagar la última luz.

“Celso no actuaba, Celso estaba”, decía uno de los mensajes que circularon entre quienes compartieron tablas con él. Otro resumía su esencia con una frase sencilla: “Era de los que escuchan, y por eso hablaba tan bien en escena”.

Bugallo se formó y creció artísticamente en un tiempo en el que el teatro gallego luchaba por consolidarse, y lo hizo desde la base, sin atajos.

Durante décadas fue una presencia habitual en montajes teatrales que recorrieron auditorios y plazas, defendiendo textos clásicos y contemporáneos con la misma entrega.

Quienes le vieron sobre un escenario recuerdan su voz grave, su mirada atenta y una capacidad especial para sostener silencios cargados de significado.

“No necesitaba gritar para que le oyeran”, comentaba un director que trabajó con él en más de una ocasión. “Cuando Celso se quedaba quieto, el público se inclinaba hacia delante”.

Su rostro también se hizo familiar para el gran público gracias a su trabajo en cine y televisión. Participó en producciones que marcaron época y en ficciones que acercaron la realidad gallega a millones de espectadores, siempre desde papeles que huían del cliché.

No era el protagonista de cartel, pero sí ese actor que, al aparecer, anclaba la historia a la tierra. Un espectador lo definió así en una conversación recogida estos días: “Si salía Bugallo, sabías que la cosa iba en serio”.

A lo largo de su carrera, Celso Bugallo defendió una manera de entender la profesión basada en el respeto al texto y al equipo. Nunca fue amigo del divismo.

En los rodajes se le veía conversar con los técnicos, interesarse por el trabajo de los más jóvenes y compartir anécdotas sin imponer su experiencia.

“Aprendí más escuchándole en los descansos que en muchas clases”, confesaba un actor que dio sus primeros pasos a su lado. Y Bugallo, fiel a su estilo, solía responder con una sonrisa: “Aquí todos estamos aprendiendo”.

Más allá del escenario, su figura estuvo siempre ligada a la cultura gallega. Defensor del idioma y de la creación propia, participó en proyectos que apostaban por contar historias desde lo local con vocación universal.

Para él, interpretar en gallego no era una consigna, sino algo natural. “Es la lengua en la que pienso”, decía en una charla informal, “y si pienso en ella, también siento en ella”.

Esa coherencia le ganó el cariño de un público que lo sentía cercano, casi como un vecino al que se saluda por la calle.

La noticia de su fallecimiento ha generado una cascada de recuerdos compartidos. En conversaciones telefónicas y mensajes de despedida se repite la imagen de un hombre sencillo, de humor fino y mirada limpia.

“Celso te miraba y sabías que te estaba escuchando de verdad”, recordaba una actriz veterana. “Hoy se nos va un compañero, pero también un maestro sin pizarra”.

A sus 78 años, Bugallo seguía vinculado al oficio, atento a nuevos proyectos y a la evolución del sector. Nunca habló de retirada. Para él, actuar era una forma de estar en el mundo.

Su muerte deja un vacío difícil de llenar, no solo por lo que hizo, sino por cómo lo hizo. En un tiempo de prisas y ruido, representó la pausa, la palabra justa y el respeto por el espectador.

El adiós a Celso Bugallo no es solo el final de una trayectoria, sino la despedida de una manera de entender la interpretación.

Galicia pierde a uno de sus rostros más honestos, el teatro a un actor de raza y el público a alguien que supo contar historias sin levantar la voz. Como dijo un viejo amigo al enterarse de la noticia: “Celso se ha ido como vivió, en silencio, pero dejando huella”.