La joven no es solo esa chica que se debate entre la liberación y la culpa cuando ve a su novio tentarse en la otra villa, también es una joven empresaria y familiar que en su día a día tiene mucho en lo que centrarse

La presencia de Helena Arauz en la edición actual de La isla de las tentaciones ha generado un interés creciente no solo por el desarrollo de su relación con Rodri,

su pareja desde hace aproximadamente un año, sino también por el perfil personal y profesional de una joven que, con 26 años, combina la exposición televisiva con una responsabilidad empresarial poco habitual entre los concursantes del programa.

Madrileña, criada en un entorno familiar marcado por la curiosidad científica y el gusto por los cuidados naturales,

Arauz dedica hoy la mayor parte de su tiempo y de su energía a Oh My Koko, la empresa de cosmética natural que dirige como CEO y que se ha convertido en el eje de su vida cotidiana.

El proyecto nació de manera orgánica, fruto del entusiasmo y de los conocimientos técnicos de su madre, formada en química y apasionada de la fitoterapia.

Según ha relatado la propia Helena en conversaciones con su entorno, “mi madre siempre decía que la piel cuenta la verdad antes que nosotros mismos”.

De esas tardes rodeadas de plantas, remedios artesanales y experimentos improvisados surgió la idea de crear una marca que apostara por un cuidado consciente, sin ingredientes agresivos y con productos cuya composición pudiera explicarse “sin necesidad de diccionario químico”.

La empresa, que comenzó con apenas tres fórmulas de hidratación corporal, ha ampliado su catálogo en los últimos años y se ha consolidado como un proyecto familiar en el que también participa su padre, encargado de la logística y del desarrollo operativo.

La participación de Arauz en el reality ha multiplicado la visibilidad de la marca.

En las semanas previas a la emisión de su temporada, la web de la empresa registró un aumento de tráfico de más del 40%, según cifras compartidas por su entorno, lo que demuestra el impacto mediático que suelen tener estos formatos.

No obstante, quienes conocen a la joven afirman que mantiene una estricta separación entre el ruido televisivo y la construcción de un proyecto sólido:

“Allí reacciono desde la emoción, como cualquiera en esa situación; aquí trabajo desde la calma y las ideas claras”, explicaba a una amiga antes de viajar a República Dominicana para iniciar la experiencia.

Esa dualidad —la Helena televisiva frente a la Helena empresaria— ha despertado un especial interés.

En la villa, la concursante aparece impulsiva, emocional, a veces desconcertada por las imágenes que recibe de Rodri y por las dinámicas del formato. En cambio, fuera de cámara se muestra organizada, metódica y muy centrada en el negocio.

Este contraste no es extraño: su paso por el programa la enfrenta a situaciones límite construidas para tensionar los vínculos afectivos, mientras que su vida profesional requiere planeación, constancia y rutina.

“No quiero que me vean solo como la chica que llora o discute”, ha comentado en alguna ocasión. “También trabajo, creo y lucho por algo que empezó en mi casa y que hoy nos une más como familia”.

Su relación con Rodri, sin embargo, continúa siendo uno de los puntos calientes de la edición. Ambos se conocen desde pequeños, al haber crecido en el mismo barrio, pero formalizaron su relación hace aproximadamente un año.

Desde entonces han vivido una historia marcada por la intensidad emocional, la desconfianza y el vaivén de sensaciones que se amplifica en el marco del programa.

En varias hogueras, Helena ha visto imágenes de su pareja que la han inquietado, provocando lágrimas, silencios tensos y discusiones posteriores.

Rodri, por su parte, ha expresado dudas sobre la fidelidad de la joven, mientras ella insiste en que “nunca le he fallado” y defiende que su compromiso es total.

El contraste entre su faceta sentimental y la profesional ha alimentado el interés mediático. Mientras en la isla se la ve vulnerable, en Oh My Koko aparece como el rostro de una marca que apuesta por una belleza real, sin artificios.

Sus sesiones de fotos, que suelen utilizar tonos naturales y una estética cálida, buscan transmitir una idea de bienestar que no depende de la apariencia perfecta sino del cuidado personal como gesto de respeto.

“Queremos que la gente sienta que se está cuidando por dentro y por fuera”, explica cuando presenta los nuevos productos de la firma.

A pesar del impacto del programa y de las interpretaciones del público, Arauz intenta mantener un equilibrio entre ambas esferas. Dedica buena parte de sus días a reuniones, pruebas de producto y decisiones estratégicas que comparte con su equipo y con su familia.

Su madre continúa supervisando las formulaciones y participando en la creación de nuevos cosméticos.

Su padre se ocupa del funcionamiento interno y del orden diario que requiere una empresa en expansión. Para Helena, ese núcleo familiar representa un espacio de estabilidad frente a la volatilidad del reality.

El interés que genera su participación en La isla de las tentaciones ha contribuido a acercar su historia personal a un público más amplio, pero la joven insiste en que su identidad no puede reducirse a las dinámicas del programa.

Tras las discusiones, las hogueras y la incertidumbre sobre el futuro con Rodri, Arauz regresa a un proyecto que requiere constancia y visión a largo plazo. Un proyecto que nació en su casa y que hoy se afianza como una de sus prioridades.

Comprender a Helena más allá del reality es descubrir a una emprendedora joven que apuesta por la cosmética consciente, que trabaja mano a mano con su familia y que intenta construir una vida alejada del ruido externo.

Si algo revela su historia es que la exposición televisiva muestra solo una parte de las personas. La otra, más íntima, más perseverante y más compleja, es la que se consolida a puerta cerrada, donde no hay cámaras, pero sí decisiones que definen, de verdad, quién es.