Isabel Díaz Ayuso habló en su día de cómo le marcó su infancia y de cuál fue la influencia que sus abuelos y sus padres tuvieron en ella

Antes de convertirse en una de las figuras políticas más reconocibles de España, Isabel Díaz Ayuso fue simplemente una niña de barrio.
Una niña de Chamberí que creció en un piso pequeño, de clase media, donde no había lujos, pero sí libertad, calle y una felicidad sencilla que hoy recuerda como una de las bases de su carácter.
Así lo ha contado ella misma en distintas entrevistas, en las que ha ido desnudando poco a poco su historia personal, marcada por una infancia austera, una familia muy presente y una pérdida que aún duele.
“Yo soy de Madrid, soy de Chamberí. Mi infancia transcurre en un piso de Madrid, de clase media, donde los niños jugábamos en el asfalto y éramos felices también”, relató con naturalidad.
En aquellas calles aprendió a convivir, a compartir y a hacerse fuerte. Estudió en un colegio concertado religioso y vivió una niñez que combinaba la vida urbana con largas escapadas al pueblo, una dualidad que acabaría influyendo profundamente en su manera de entender el mundo.
Porque si Madrid fue el escenario de su día a día, Ávila fue su refugio. Allí pasaba largas temporadas, rodeada de naturaleza, animales y amigos que aún hoy siguen formando parte de su vida. “Mis mejores amigos son de allí. Soy una apasionada del campo y de los animales.
Tuve la oportunidad de estar largas horas en la calle, bajar al prado… todo muy sano, muy natural”, explicó al recordar esa infancia partida entre la ciudad y el pueblo. Un equilibrio que, según ella, le permitió crecer con los pies en la tierra y la cabeza despejada.
Pero si hay figuras que marcaron de forma decisiva a Isabel Díaz Ayuso fueron sus abuelos. Para ella, la educación no era solo cosa de padres. “Antes los niños eran más educados por todos.
Por tíos, abuelos, vecinos… Yo tuve la gran oportunidad de pasar largas temporadas con mis abuelos”, afirmó. Especialmente influyente fue su abuelo materno, un hombre culto, inquieto y viajero que despertó en ella la curiosidad y el interés por entender el mundo más allá de lo inmediato.

Ese entorno familiar amplio y presente contrastaba con una figura paterna compleja, exigente y silenciosa. Ayuso ha hablado sin dramatismos, pero con sinceridad, del carácter de su padre.
“La relación con mis padres era muy buena. Más con mi madre porque mi padre tenía un carácter complicado. Estaba siempre atormentado consigo mismo, con las exigencias”, confesó. Un hombre marcado por una infancia dura, que tuvo que hacerse adulto demasiado pronto.
“Le costaba mucho expresar sus sentimientos”, explicó sobre él. “Desde chiquitín estuvo en un colegio internado, luego se vino a Madrid. En aquellos años los niños se tenían que hacer adultos pronto.
Más o menos es lo que a él le pasaba”. No era un hombre injusto ni autoritario con los demás, pero sí extremadamente duro consigo mismo. “No le exigía a los demás. Era lo más honrado que había. Pero duro era como él solo”, añadió.
Esa dureza hizo que Isabel encontrara en su madre un apoyo emocional distinto, más cercano y comprensivo. “Con mi madre tenía más confianza para confesar mis sueños, mis aspiraciones, mis caídas”, reconoció.
De ella heredó la templanza, la capacidad de no dejarse arrastrar ni por la euforia ni por el drama. “No ser de grandes pasiones, ni de grandes alegrías ni de grandes dramas es maravilloso. Te da una fortaleza que con los años viene muy bien”, explicó.
De su padre, en cambio, se quedó con una enseñanza que considera sagrada: la honradez. “Mi padre era un hombre de no deber un euro a nadie, de tener un respeto absoluto. Era incluso hasta exagerado. Y era muy amable”, dijo con orgullo.
Dos formas de ser distintas, pero complementarias, que acabaron moldeando una personalidad firme, independiente y poco dada a la dependencia emocional.
“Me he hecho una mezcla de todos”, resumió. “El amor por la libertad absoluta vino de serie. Pero el respeto a los demás, el estar en familia, el esforzarme mucho y querer sacar las cosas por mí misma”.
Valores que, según ella, no le vinieron impuestos, sino que fue interiorizando desde pequeña, observando, aprendiendo y equivocándose.
Esa independencia también se refleja en su rutina diaria, marcada por la disciplina y el esfuerzo. Ayuso ha contado que se levanta muy temprano y aprovecha las primeras horas del día como su mejor momento creativo.
“Yo me levanto y las dos primeras horas son un filón, tengo una inspiración absoluta. A las seis de la mañana ya estoy trabajando. Y a las ocho voy al gimnasio”, relató, dejando claro que su energía no es fruto del azar.
Sin embargo, detrás de esa fortaleza hay una herida que nunca termina de cerrarse: la muerte de su padre. Isabel Díaz Ayuso ha hablado del dolor que le provoca cuando su figura es utilizada como arma política o burla personal.
Especialmente sensible se mostró al recordar cómo le afectan ciertos insultos. “Es una falta de respeto para todas las personas que pasan una enfermedad mental”, dijo con firmeza. “Mi padre falleció de ello y a una familia como la mía no le es agradable”.
Un testimonio que deja ver una faceta menos conocida de la presidenta de la Comunidad de Madrid: la de una hija que sufrió en silencio, que aprendió a convivir con el dolor y que decidió no convertirlo en resentimiento.
Para ella, la memoria de su padre no es un argumento político, sino una parte íntima de su vida que merece respeto.
Hoy, Isabel Díaz Ayuso es una mujer hecha a sí misma, con una trayectoria pública intensa y una vida privada que ha intentado proteger. Pero detrás de la política hay una historia de asfalto, pueblo, abuelos, silencios, exigencias y pérdidas.
La historia de una niña de Chamberí que jugaba en la calle y que, sin saberlo, estaba forjando el carácter que años después la llevaría a ocupar uno de los cargos más influyentes del país.
