Isabel Rábago ha estallado contra el líder sindical de UGT, Pepe Álvarez, calificándolo de “parásito” tras sus declaraciones defendiendo la subida de cuotas a los autónomos prevista para 2026.

La tensión entre los autónomos y los sindicatos ha alcanzado un nuevo punto álgido tras las recientes declaraciones del secretario general de UGT, Pepe Álvarez.
Lo que parecía ser una defensa técnica del nuevo sistema de cotización por ingresos reales se ha convertido en un auténtico incendio político y mediático.
La periodista Isabel Rábago ha puesto voz al malestar de miles de trabajadores por cuenta propia con un mensaje demoledor que ha arrasado en redes sociales: “¡Parásitos!”.
Una palabra que, aunque breve, ha condensado la frustración de un colectivo que se siente olvidado, exprimido y utilizado por un sistema que promete justicia social, pero que solo parece servir a los de siempre.
El detonante llegó después de que Álvarez intentara restar importancia a la subida de cuotas para los autónomos prevista para 2026.
“No van a cotizar más que los asalariados”, dijo con tono tranquilizador. Pero sus palabras, lejos de calmar los ánimos, fueron recibidas como una provocación.
Muchos las interpretaron como una burla, un gesto de arrogancia y desconexión con la realidad cotidiana de quienes luchan por mantener su negocio a flote.
Las redes sociales estallaron, y entre los primeros en reaccionar estuvo la periodista Beatriz Talegón, que lanzó un mensaje cargado de ironía:
“Te vienes una semanita conmigo y te cuento lo que le está pasando a mi madre autónoma. Te haré un esquema con buena letra para que no se te olvide”.

El mensaje se viralizó de inmediato, pero la réplica más potente aún estaba por llegar. Isabel Rábago, periodista y colaboradora habitual en televisión, irrumpió con una publicación que no dejó indiferente a nadie.
En un tono visiblemente indignado, acusó a Álvarez de vivir desconectado de la realidad: “Este ‘sindicalista’ regado de millones por el sanchismo te dice que es progresista y debes aplaudir vivir con 400 euros si eres autónomo (217 de cuota si ingresas 670).
Mientras, ellos de mariscadas y hoy convocan huelgas generales por Palestina en pleno proceso de paz. ¡Parásitos!”.
El término “parásitos” se convirtió en tendencia nacional en cuestión de horas. Miles de usuarios aplaudieron el valor de Rábago por decir lo que muchos piensan y pocos se atreven a expresar públicamente.
La indignación generalizada contra los sindicatos, percibidos por buena parte de la ciudadanía como instituciones alejadas de los trabajadores que dicen representar, volvió a quedar al descubierto.
“¿Dónde estaban cuando cerré mi negocio?”, escribió un autónomo en X. “Nos usan para hacer política, pero nunca para ayudarnos”, añadía otro.

Lo que subyace tras esta tormenta no es solo un desacuerdo puntual, sino una fractura profunda entre el discurso sindical y la realidad económica del país.
El nuevo sistema de cotización por ingresos reales, defendido por el Ministerio de Inclusión y Seguridad Social, promete una mayor equidad, pero en la práctica significa que muchos autónomos con ingresos bajos verán cómo su cuota aumenta de manera significativa.
La medida, presentada como “justa y necesaria”, ha sido interpretada como otro golpe para un sector que ya sobrevive con dificultad ante el alza de precios, los impuestos y la falta de ayudas estructurales.
Pepe Álvarez, por su parte, ha insistido en que se trata de una reforma imprescindible para garantizar pensiones dignas y acabar con “una desigualdad histórica”.
Sin embargo, el problema no es solo económico, sino también simbólico. Los autónomos se sienten invisibles, traicionados por unos sindicatos que, según perciben, han dejado de defender a los trabajadores para convertirse en una extensión del poder político.
Las imágenes de banquetes, congresos y subvenciones millonarias contrastan con la precariedad de miles de pequeños empresarios que luchan cada mes por no cerrar sus negocios.

Rábago, al igual que muchos ciudadanos, ha puesto el dedo en la llaga: la desconexión entre los dirigentes sindicales y la calle.
Su mensaje, más allá de lo polémico, ha resonado porque transmite una sensación compartida. “No puedes defender la justicia social desde un despacho con moqueta”, comentaba un usuario en respuesta a su tuit.
La periodista, lejos de retractarse, ha mantenido su postura, argumentando que “no hay nada más hipócrita que un sindicalista que vive como un político y habla como si fuera un obrero”.
El impacto de sus palabras ha traspasado el ámbito digital. Políticos, economistas y comentaristas han entrado en el debate, algunos apoyando su valentía y otros acusándola de populismo.
Sin embargo, la realidad es que su intervención ha puesto sobre la mesa una discusión incómoda: ¿siguen siendo útiles los sindicatos tradicionales en una sociedad donde la precariedad y la individualidad marcan el ritmo laboral?
Mientras tanto, Pepe Álvarez intenta contener los daños. En sus últimas declaraciones, ha defendido que “la UGT siempre ha estado al lado de los trabajadores” y ha acusado a los medios de “distorsionar sus palabras”.
Pero el daño ya está hecho. Las imágenes de manifestaciones pasadas y las cifras de afiliación sindical —cada vez más bajas— revelan una desconfianza creciente hacia unas estructuras que muchos consideran ancladas en el pasado.

El malestar entre los autónomos es profundo. Son más de tres millones en España, y su papel resulta fundamental para el tejido productivo del país. Sin embargo, sienten que ni el Gobierno ni los sindicatos entienden su realidad.
“Trabajamos más que nadie, pagamos más que nadie y recibimos menos que nadie”, lamenta uno de los comentarios más compartidos en las redes.
En este contexto, la explosión de Isabel Rábago no es un simple estallido de ira mediática, sino un síntoma de algo más grande: la fatiga de una clase trabajadora olvidada por las instituciones.
Su palabra —“parásitos”— ha calado porque simboliza el hartazgo, la rabia contenida de quienes sienten que el sistema juega en su contra.
Puede que el tiempo diluya la polémica, pero lo cierto es que el mensaje ya ha dejado huella. El debate sobre la legitimidad y la utilidad de los sindicatos tradicionales está más vivo que nunca.
Y en medio de esa batalla, la voz de Isabel Rábago ha logrado algo que pocos consiguen hoy en día: poner el foco, sin filtros ni eufemismos, sobre una verdad incómoda que resuena en la calle.
Porque, al final, cuando la paciencia se agota, hasta las palabras más duras se vuelven necesarias.