La creciente confrontación pública entre ERC y Junts refleja una profunda fractura interna en el independentismo catalán, donde acusaciones mutuas y estrategias confrontativas amenazan la unidad y el futuro del movimiento soberanista.
En un contexto político cada vez más tenso, la rivalidad entre Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Junts ha alcanzado nuevas cotas de confrontación.
Recientemente, Gabriel Rufián, portavoz de ERC, lanzó una dura crítica contra Junts en el Congreso, acusando al partido de Carles Puigdemont de “vender mercadería tóxica” y de mentir al afirmar que su bloqueo sistemático al Gobierno español no afecta a Catalunya.
Esta declaración no solo refleja el deterioro de las relaciones entre ambas formaciones, sino que también pone de manifiesto la fragilidad de la actual entente del procesismo.
Rufián no se detuvo ahí; en un tono incendiario, afirmó que “para Junts, Catalunya no es su patria, es su negocio”. Esta crítica, aunque dirigida a Junts, podría aplicarse a cualquier partido político, incluyendo el propio ERC.
La estrategia de Junts de votar en contra de todas las leyes del Ejecutivo, según Rufián, ha tenido consecuencias directas para la ciudadanía catalana y ha sido una táctica para diferenciarse de ERC en un contexto de crecientes tensiones internas.

La respuesta de Junts no se hizo esperar. Pilar Rahola, una de las figuras más influyentes del partido, acusó a Rufián de actuar como un “enemigo” y de despreciar sistemáticamente a Puigdemont.
En una declaración contundente, Rahola afirmó: “Rufián es el mejor diputado del PSOE”, elevando aún más la temperatura del debate.
Este intercambio de acusaciones no solo revela la profundidad de la fractura entre ERC y Junts, sino que también indica que lo que antes era una pugna silenciosa se ha transformado en un enfrentamiento frontal.
Este choque se produce en un momento especialmente delicado para ambas fuerzas independentistas. Junts ha decidido bloquear la actividad legislativa del Gobierno como protesta ante lo que consideran un incumplimiento reiterado de los acuerdos de investidura.
Esta estrategia ha intensificado las tensiones con ERC, que se siente cada vez más atrapada entre la presión de sus bases y la necesidad de mantener una imagen de unidad en el movimiento independentista.
El auge de Aliança Catalana en las encuestas añade otra capa de complejidad a esta situación.
La aparición de este nuevo actor político ha generado una guerra soterrada por el liderazgo del soberanismo, lo que ha llevado a ERC y Junts a adoptar posturas aún más agresivas en sus intercambios públicos.
La rivalidad, que antes se mantenía bajo un manto de diplomacia, ahora se expresa abiertamente en el discurso político.
Las palabras de Rufián y Rahola son solo la punta del iceberg. En el fondo, el enfrentamiento entre estas dos formaciones refleja una lucha más amplia por la dirección del independentismo catalán.
Mientras ERC intenta posicionarse como el partido más responsable y moderado, Junts parece estar adoptando una estrategia más radical y confrontativa.
Este tira y afloja no solo afecta a las relaciones internas entre los partidos, sino que también repercute en la percepción pública del independentismo en Catalunya.
Las intervenciones de otros líderes políticos, como Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal, también han añadido combustible al fuego. Sus críticas a la gestión del independentismo catalán han resonado en un contexto donde la polarización política es cada vez más evidente.
En este escenario, tanto ERC como Junts deben navegar con cuidado, ya que cualquier error podría resultar en pérdidas significativas de apoyo popular.
La situación es complicada. Por un lado, ERC se enfrenta a la presión de sus votantes que demandan una acción más decisiva en la lucha por la independencia.
Por otro lado, Junts, al bloquear la actividad legislativa, corre el riesgo de alienar a aquellos que ven la colaboración con el Gobierno español como un medio para avanzar en sus objetivos.
Esta dinámica crea un ciclo vicioso donde ambas partes se ven obligadas a adoptar posturas cada vez más extremas para satisfacer a sus bases.
A medida que se intensifican las tensiones, el futuro del procesismo se vuelve incierto. La falta de una estrategia común entre ERC y Junts plantea preguntas sobre la viabilidad del movimiento independentista en su conjunto.
Si las dos formaciones no logran encontrar un terreno común, es probable que la fractura se profundice, dificultando cualquier intento de avanzar hacia un objetivo compartido.
En conclusión, la rivalidad entre ERC y Junts ha dejado de ser un conflicto interno para convertirse en un espectáculo público que sacude las bases del independentismo catalán.
Con acusaciones cada vez más agresivas y una falta de cooperación evidente, el camino hacia la independencia parece más complicado que nunca.
La situación actual exige una reflexión profunda sobre las estrategias y objetivos de ambos partidos, así como una reconsideración de sus relaciones mutuas. Sin un cambio significativo en su enfoque, el futuro del soberanismo en Catalunya podría estar en juego.