Amparo y Eva Ferri Martínez crecieron sin conocer a su padre, Nino Bravo, debido a su trágica muerte antes del nacimiento de Eva.

¿Qué sucede cuando heredas un apellido inmortal pero nunca escuchaste a quien te lo dio decir tu nombre? Esta es la conmovedora historia de Amparo y Eva Ferri Martínez, dos mujeres que crecieron siendo las hijas de una leyenda, pero huérfanas de un padre.
Nino Bravo, el icónico cantante cuya voz estremeció a Hispanoamérica, nunca tuvo la oportunidad de cantarles una canción de cuna.
Eva, la más pequeña, ni siquiera llegó a conocerlo, naciendo siete meses después del trágico accidente que convirtió a su padre en mito y a su madre en viuda a los 22 años.
En Valencia, España, en 1973, María Amparo Martínez Gil, apenas una joven de 22 años, recibió la devastadora noticia que cambiaría su vida para siempre. Su esposo, Luis Manuel Ferri Llopis, conocido mundialmente como Nino Bravo, había muerto en un accidente automovilístico.
En un instante, la mujer que había conocido el amor en la discoteca Victors se convirtió en la viuda más joven y desolada del mundo del espectáculo español. Pero esta historia no comienza con la muerte, sino con la vida suspendida en el tiempo.
María Amparo había conocido a Nino cuando él comenzaba a despuntar como cantante. Fue un amor a primera vista, de esos que ya no existen.
Nino, en un gesto apasionado, escribió en la carátula de un single: “Te quiero, te quiero, una propuesta que haría temblar a cualquier mujer”.
Ella, por supuesto, respondió que sí. La boda se celebró en la iglesia castrense de Santo Domingo en Valencia, en un intento de mantener la intimidad, pero la fama ya los perseguía como una sombra implacable.

Durante la luna de miel, María Amparo ya llevaba en su vientre a la primera hija de ambos.
Cuando nació María Amparo Ferry Martínez, las cámaras captaron al cantante con el bebé en brazos, diciendo algo que ahora suena profético y doloroso: “Esta actuación es la primera vez que la hago. Siempre que se actúa por primera vez, se sienten unos nervios extraños”.
Sin embargo, el destino tenía otros planes. Nino Bravo siguió trabajando, conquistando escenarios desde Argentina hasta México, dejando corazones rotos a su paso. Pero la tragedia esperaba en el horizonte.
Amparo, la hija mayor, tenía apenas 15 meses cuando su mundo cambió para siempre. Era demasiado pequeña para entender que ese hombre que la cargaba y la miraba con adoración nunca volvería.
Eva, la segunda hija, nació huérfana, sin haber conocido a su padre. María Amparo quedó destrozada, con el peso de un apellido que resonaba en cada rincón del mundo hispanohablante.
No solo era la pérdida del amor de su vida, sino la responsabilidad de criar a dos niñas que cargarían para siempre con la sombra luminosa y oscura de ser las hijas de Nino Bravo.
Las niñas crecieron en un Valencia que adoraba a su padre como a un santo laico.
En cada bar, en cada taxi, sonaba su voz. “América, América”, una canción que Nino nunca llegó a cantar en vivo, se convirtió en el himno póstumo que perseguiría a sus hijas toda la vida. Imagínate crecer escuchando constantemente la voz de tu padre muerto.
Una voz que todo el mundo ama, pero que para ti es un recordatorio permanente de una ausencia. La ironía más cruel es que esa canción fue grabada como un homenaje al público latinoamericano que tanto había querido a Nino.

Pero aquí es donde la historia da un giro inesperado. Amparo y Eva no se hundieron en la amargura; al contrario, se convirtieron en las guardianas más fieles de la memoria de su padre.
Sin embargo, no fue fácil. ¿Cómo honras la memoria de alguien que no recuerdas? ¿Cómo defiendes un legado que te robó la posibilidad de tener una vida normal?
Las hermanas Ferri Martínez crecieron en un hogar donde su madre intentaba mantener vivo el recuerdo de un hombre que era más mito que memoria.
María Amparo nunca se volvió a casar; dedicó su vida a criar a sus hijas y a preservar el legado de Nino. Les contaba historias de su padre, de cómo defendía que la familia pertenecía a Luis Manuel Ferry y que las noticias en prensa debían ser estrictamente musicales.
Amparo recuerda fragmentos borrosos, más sensaciones que memorias reales. Eva, en cambio, tuvo que construir a su padre desde cero, armando un rompecabezas con piezas que otros le daban: fotografías, anécdotas, canciones.
Ambas hermanas coincidieron en que su padre era un perfeccionista. Esto fue fundamental en cómo decidieron manejar su herencia.
Si iban a ser las hijas de Nino Bravo, lo serían con la misma excelencia que él ponía en cada nota que cantaba. No había espacio para la mediocridad. La presión era inmensa.
Cada vez que se presentaban en algún lugar, la gente esperaba algo de ellas. Pero Amparo y Eva tomaron un camino diferente. En lugar de intentar ser artistas, decidieron convertirse en las administradoras más dedicadas de su legado.
Organizaron exposiciones, promovieron reediciones de sus discos y produjeron musicales sobre su vida. La relación entre las hermanas también es digna de análisis.
Amparo siente una responsabilidad extra hacia Eva, como si esos pocos meses de memoria la obligaran a ser el puente entre Eva y el padre que nunca conoció. Eva, por su parte, vive con la extraña sensación de ser la hija de alguien que nunca supo que existía.

El impacto emocional de crecer sin padre en una sociedad que idolatraba a ese padre ausente tuvo sus consecuencias.
Ambas hermanas han hablado sobre los procesos de duelo que atravesaron, no solo por la muerte de su padre, sino por la vida que nunca tuvieron. Tuvieron que hacer las paces con la rabia de perder a un padre que murió por no usar el cinturón de seguridad.
Sin embargo, a pesar de la tristeza, Amparo y Eva encontraron en la música de su padre un puente hacia él. Cada concierto tributo que organizan, cada vez que un joven descubre la música de Nino Bravo por primera vez, sienten que su padre sigue vivo de alguna manera.
En el 2013, “América, América” fue incluida en el Salón de la Fama de los Grammy Latinos, un reconocimiento que recibieron 40 años después de la muerte de su padre.
Hoy, Amparo y Eva son mujeres maduras que han logrado algo que parecía imposible: tener una relación sana con el fantasma de su padre. No viven en su sombra, sino junto a ella.
Han aprendido a compartir a su padre con millones de fans alrededor del mundo, entendiendo que su padre es patrimonio cultural de todo el mundo hispanohablante. Pero también han puesto límites, rechazando cualquier proyecto que no respete la memoria del artista.
El legado económico ha sido administrado con inteligencia y respeto. Las regalías de las canciones de Nino Bravo siguen generando ingresos, pero Amparo y Eva no han vivido como parásitas de ese dinero.
Han tenido sus propias carreras y vidas. La historia de Amparo y Eva resuena con cada hijo que ha tenido que construir una relación con un padre desde la ausencia, pero también es una historia de resiliencia femenina. No permitieron que la tragedia las definiera.
Siguen adelante, con el legado de Nino Bravo siempre presente, demostrando que se puede vivir con los muertos sin morir en vida.