László Krasznahorkai recibió un encargo de la Fundación Ortega Muñoz para escribir un libro en nuestro país que se publicó en 2009

Cuando se anunció que László Krasznahorkai, el escritor húngaro conocido por su prosa densa y laberíntica, había recibido el Nobel de Literatura, muchos lectores y críticos celebraron un reconocimiento largamente esperado.
Sin embargo, entre sus obras destaca una pieza singular que lo conecta de manera profunda con España: El último lobo, una novela breve pero intensa encargada por la Fundación Ortega Muñoz y publicada en 2009.
La obra, que se ha convertido en una referencia para comprender la relación entre el hombre y la naturaleza en Extremadura, refleja la obsesión de Krasznahorkai por los temas de destrucción, civilización y la inexorable marcha del progreso.
En El último lobo, el lector se encuentra con un narrador que, tras recibir la invitación de una misteriosa fundación, viaja desde Hungría a Extremadura para cumplir un encargo literario que, en un principio, desconocía cómo abordar.
El escritor húngaro transforma esta experiencia en un relato introspectivo y filosófico, donde la muerte del último lobo extremeño, ocurrida alrededor de 1983, se convierte en el eje de su investigación y de su reflexión sobre la vulnerabilidad del mundo natural.
La historia comienza en un bar de Berlín, donde un filósofo relata a un barman húngaro las peripecias de su viaje, y rápidamente introduce al lector en un paisaje donde la modernidad y la tradición chocan de manera irreversible.
Durante su estancia en Extremadura, el protagonista entrevista a cazadores locales y descubre que la desaparición del lobo no fue un hecho aislado.
Aunque se creía que el último ejemplar había muerto en 1983, posteriormente se detectó la presencia de una manada que también fue perseguida hasta su completa aniquilación.

Este hallazgo conmueve al protagonista y lo impulsa a reflexionar sobre la agresiva transformación del territorio, impulsada por la expansión de autopistas, supermercados y la llamada “modernidad”.
La narración de Krasznahorkai no es solo un documento literario; se convierte en un manifiesto sobre la urgencia de preservar la biodiversidad y respetar la vida silvestre frente a la codicia y la negligencia humanas.
El relato mantiene intacta la voz característica de Krasznahorkai: un estilo de prosa densa, con párrafos extensos que desafían al lector a sumergirse en un flujo continuo de pensamiento y descripción.
En El último lobo, un único párrafo de cincuenta y siete páginas concentra la narración, la reflexión filosófica y la investigación sobre el territorio extremeño.
La obra, traducida al español por Adam Kovacsics y publicada en edición bilingüe por la Junta de Extremadura y la Fundación Ortega Muñoz, combina rigurosidad documental con lirismo literario, ofreciendo una experiencia de lectura intensa y envolvente.
El relato no se limita a la descripción de la fauna o del paisaje; también aborda la compleja relación entre el hombre y la naturaleza.
Krasznahorkai observa cómo la intervención humana —la construcción desmedida, la masificación y la expansión tecnológica— altera de manera irreversible los ecosistemas.
Como señala el narrador, “La gente de Extremadura vivía en una situación de peligro extrema, no tenía ni la menor idea de lo que estaba dejando entrar, a qué espíritu estaba dando acceso cuando construían establecimientos comerciales y autopistas a diestro y siniestro”.
La crítica implícita a la civilización y a la indiferencia frente al mundo natural convierte a El último lobo en un texto de denuncia ecológica y de reflexión moral.

El personaje central, que representa un trasunto del propio Krasznahorkai, vive la experiencia con una mezcla de fascinación y desconcierto.
La región le parece “fuera del mundo”, un lugar donde la modernidad apenas ha llegado y donde la conexión con la naturaleza aún es palpable, aunque amenazada.
Esta perspectiva de observador centroeuropeo aporta al relato una mirada externa y crítica sobre la destrucción del entorno rural español, enfatizando la importancia de preservar tradiciones, paisajes y especies frente a la invasión del progreso.
Una de las imágenes más poderosas de la novela es la figura del lobo. Tradicionalmente asociado en la literatura europea a la crueldad y la voracidad, el lobo en El último lobo adquiere un significado opuesto.
El narrador denuncia la injusticia de esta visión estereotipada y afirma que “son los hombres los que son enemigos de la naturaleza y de los lobos; los que no respetan la biodiversidad del planeta”.
De esta manera, Krasznahorkai sitúa al ser humano como responsable de la desaparición de especies y no a los animales, ofreciendo una inversión del mito literario clásico que conecta con la obra de autores como Jack London o Cormac McCarthy.
La novela también aborda el rol del escritor y las dificultades de publicar obras exigentes en un mercado editorial dominado por las tendencias comerciales.
Krasznahorkai confiesa haber perdido el contacto con su traductor y editor en español debido a que sus libros se retiraban o se convertían en pasta de papel por falta de ventas.
A pesar de ello, el autor ha consolidado un público fiel y ha logrado que obras como El último lobo se conviertan en textos de referencia, demostrando que la calidad literaria y la reflexión profunda pueden encontrar su espacio, incluso en un contexto hostil a la literatura compleja.

Entre los temas centrales de la novela se encuentra la relación entre amor y respeto por los animales. Una de las frases más destacadas del libro resume esta idea: “El amor de los animales es el único amor que el hombre puede cultivar sin cosechar desengaño”.
La sentencia refleja la pureza del mundo natural frente a la ambición, la codicia y la complejidad destructiva de la civilización humana, convirtiendo al lobo en símbolo de resistencia y de la armonía perdida entre hombre y naturaleza.
El último lobo se presenta, en definitiva, como una obra breve pero potente, un relato que concentra muchas de las obsesiones de Krasznahorkai: la resistencia frente a la destrucción, la perplejidad ante el avance imparable del mundo moderno y la búsqueda de sentido en un paisaje cada vez más amenazado.
La obra permite acercarse al universo literario del Nobel húngaro y descubrir cómo un encargo aparentemente puntual puede transformarse en una profunda meditación sobre la vida, la civilización y la fragilidad del mundo natural.
Con su publicación, El último lobo no solo consolida la relación de Krasznahorkai con España y Extremadura, sino que también invita al lector a reflexionar sobre los efectos del progreso desmedido y la importancia de conservar el patrimonio natural y cultural.
La obra se convierte así en un puente entre la literatura europea contemporánea y la sensibilidad ecológica y social española, reafirmando el lugar de Krasznahorkai como uno de los escritores más influyentes de la actualidad y un cronista excepcional de la interacción entre el hombre y su entorno.