Desde la portada del nuevo disco de Rosalía hasta el aumento de bautismos de adultos en Francia, la escritora defiende que los jóvenes buscan «acogida y pertenencia» en la tradición, declarando sin ambages que «lo católico está de moda»

La escritora Lucía Etxebarria ha vuelto a colocar sobre la mesa un debate que parecía dormido: el de la relación entre los jóvenes y la tradición religiosa en un momento marcado por la incertidumbre y el malestar emocional.
Sus declaraciones, directas y sin rodeos, han generado un notable eco social:
«Si entras en una Iglesia destrozado, hablas con el cura y no te cobra 60 euros como un psicólogo», afirmó, abriendo un debate sobre el papel que la Iglesia sigue desempeñando como espacio de escucha en plena época de crisis vital.
Etxebarria sostiene que, frente a la precariedad laboral, la fragilidad emocional y el bombardeo constante de estímulos digitales, parte de la juventud está redescubriendo la tradición como refugio. Una idea que ejemplifica con fenómenos culturales recientes:
desde la simbología religiosa empleada por artistas como Rosalía —cuya estética ha incorporado velos, iconografía sacra y referencias visuales propias del catolicismo— hasta el incremento del número de adultos que solicitan bautizarse en países europeos como Francia.
Aunque este aumento no responde a un fenómeno masivo, sí muestra una tendencia significativa: personas que no fueron educadas en la fe buscan ahora un punto de anclaje en rituales y narrativas que ofrecen estabilidad.

«Lo católico está de moda», declara Etxebarria con la convicción de quien observa un cambio generacional que, según ella, trasciende lo superficial:
«Los jóvenes buscan acogida y pertenencia. No solo estética; buscan algo que les dé sentido y les permita sentirse parte de una comunidad».
Para la escritora, este retorno no es necesariamente doctrinal, sino emocional: se trata de recuperar espacios donde alguien escucha sin juzgar y sin pedir nada a cambio.
Su comparación con la psicología profesional ha levantado ampollas, pero explica su postura con matices: «No es que el cura sustituya al terapeuta.
Pero en momentos de crisis hay quien acude antes a una parroquia que a una consulta, porque es un lugar donde puede hablar con alguien sin barreras económicas».
En un contexto en el que muchos jóvenes encuentran dificultades para costear terapias privadas y las listas de espera de la sanidad pública se alargan, Etxebarria plantea que la Iglesia, por tradición y estructura, sigue ofreciendo una atención inmediata que para algunos resulta esencial.
Sin embargo, la escritora no ignora la paradoja que implican estas tendencias.
Por un lado, los jóvenes de hoy son la generación más secularizada de la historia reciente; por otro, muestran una fascinación creciente por rituales, símbolos y prácticas que antes rechazaban abiertamente.
«La modernidad líquida nos ha dejado sin raíces», reflexiona, recuperando conceptos sociológicos ampliamente debatidos. «Y cuando todo es volátil, lo antiguo adquiere un nuevo valor».

El fenómeno, según Etxebarria, no puede desligarse del papel de la cultura popular. La presencia de símbolos religiosos en videoclips, campañas de moda o redes sociales ha normalizado una estética que antes se atribuía solo a la tradición.
No se trata necesariamente de fe, sino de un imaginario que vuelve a ser atractivo.
Pero advierte que detrás de esa estética hay algo más profundo: «Cuando Rosalía aparece en una portada con iconografía sacra, no solo marca tendencia; muestra que lo espiritual tiene una fuerza visual y emocional que conecta con el público actual».
La escritora también enlaza esta reflexión con los cambios demográficos y sociales que atraviesa Europa.
Aunque evita cifras concretas, subraya que, en varios países del continente, el número de adultos que solicitan formar parte de la Iglesia ha mostrado incrementos moderados pero sostenidos, lo que para ella encaja en un patrón claro:
«No es una vuelta al pasado, es un intento de encontrar un lugar donde sentirse acompañado».
Etxebarria insiste en que el foco no debe ponerse únicamente en la religión, sino en lo que simboliza: comunidad, ritual, acogida.
Según explica, el auge de experiencias colectivas —desde peregrinaciones modernas hasta grupos de meditación en espacios tradicionales— revela que los jóvenes buscan estructuras que les permitan compartir inquietudes más allá de lo digital.
«Las redes sociales no bastan. La gente quiere tocar tierra», sentencia.

La escritora también destaca el papel social que, a su juicio, la Iglesia continúa desempeñando en barrios y pueblos. «Cuando estás mal, un cura te escucha, te acoge y no te pone condiciones.
A muchos jóvenes eso les sorprende, porque viven en un mundo donde todo parece tener un precio o una contraprestación». Para ella, esta capacidad de escucha sin coste económico ni emocional constituye uno de los elementos clave del resurgir del interés por lo católico.
Aun así, Etxebarria reconoce que no todos comparten su visión y que la relación entre nuevas generaciones y religiosidad tradicional sigue siendo compleja.
La desconfianza hacia instituciones jerárquicas continúa presente, y muchos jóvenes se acercan más a lo espiritual que a lo estrictamente religioso. «Pero la realidad es que buscan algo que les dé estructura, incluso cuando rechazan formalmente las instituciones», matiza.
En sus palabras finales, la escritora resume su reflexión con una idea que atraviesa toda su argumentación: «Hay un hambre emocional enorme.
Y en medio de todo ese ruido, lo antiguo —lo que parecía superado— ofrece un tipo de silencio y de escucha que muchos jóvenes no encuentran en ninguna otra parte».
Para Etxebarria, ese es el verdadero motivo por el cual lo católico, más que estar “de moda”, vuelve a ocupar un espacio relevante en la conversación cultural y sentimental de nuestros días.