El Caso Salazar desata un escándalo interno en el PSOE, con acusaciones de que María Jesús Montero y Rebeca Torró protegieron al exasesor pese a las denuncias de acoso.

La reunión convocada de urgencia en Ferraz ha estallado en un escándalo interno que el PSOE ya no puede ocultar.
Lo que se pensaba que sería un encuentro para aclarar dudas sobre el Caso Salazar se ha convertido en un verdadero campo de batalla, donde las acusaciones vuelan y las miradas se centran en la vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero.
Desde el inicio de la reunión, el ambiente estaba tenso. Los murmullos y las miradas de reproche se multiplicaban en la sala.
La secretaria de Organización, Rebeca Torró, y Montero fueron señaladas como las principales responsables de la protección que ha rodeado al exasesor de Pedro Sánchez, Paco Salazar.
Las denuncias de acoso que pesaban sobre él parecían haberse desvanecido en los cajones de Ferraz, y ahora las víctimas se encuentran desamparadas, sin respaldo ni explicación.
Una de las voces más contundentes durante la reunión fue la de Andrea Fernández, exsecretaria federal de Igualdad. Con firmeza, denunció la pasividad de la dirección del partido y el blindaje político que, a su juicio, ha beneficiado a Salazar.
“No podemos seguir mirando hacia otro lado. Las víctimas merecen justicia y apoyo, no silencio”, afirmó Fernández, mientras la sala asentía en un murmullo de aprobación.
El escándalo no es nuevo para el PSOE. Ya se había mencionado un “muro interno” que impedía cualquier investigación sobre Salazar.
Su carrera política se desmoronó tras las acusaciones de acoso, y su reciente contratación en el Ayuntamiento de Dos Hermanas ha suscitado la atención de la Unidad Central Operativa (UCO).
La situación golpea especialmente a María Jesús Montero, quien, lejos de ser una figura neutral, ha sido acusada de actuar como “espectadora” en un asunto tan grave.

Patricia Navarro, presidenta del PP de Málaga, no se contuvo en sus críticas. “Montero no puede comportarse como si esto no fuera con ella”, declaró enérgicamente.
“Ella conocía las denuncias a través de los canales internos del partido, no por los medios. Debería haber sido parte proactiva en la defensa de sus compañeras”, agregó, subrayando que su silencio resulta injustificable.
Las palabras de Navarro resuenan en un momento en que el PSOE presume de defender a las mujeres y de combatir cualquier forma de acoso. Sin embargo, el Caso Salazar ha abierto una grieta profunda en esta imagen.
La indignación es palpable, y el daño político que enfrenta Montero es enorme. “¿Cómo puede ser que sabiendo lo que sabía, no hiciera nada?”, se preguntan muchos dentro del partido y en la opinión pública.
La reunión en Ferraz se convirtió en un espacio de confrontación. Algunos miembros del partido expresaron su frustración ante la falta de acción. “Es inaceptable que hayamos permitido que esto suceda.
Las víctimas necesitan que se les escuche y que se tomen medidas”, gritó uno de los asistentes, evidenciando el creciente descontento interno.
Mientras tanto, Montero intentaba contener el fuego que amenazaba con consumir su carrera política. “No puedo responder por lo que se hizo o dejó de hacer en el pasado.
Estoy aquí para trabajar por un futuro mejor”, intentó justificar, pero sus palabras cayeron en oídos sordos. La presión aumentaba, y las críticas se intensificaban, tanto desde dentro como desde fuera del partido.
El escándalo ha atraído la atención de los medios y de la oposición, que no han dudado en aprovechar la oportunidad para atacar. “El PSOE se dice defensor de la igualdad y de la justicia, pero este caso demuestra lo contrario”, afirmó un portavoz de VOX.
“Es hora de que Montero rinda cuentas. No puede seguir en su puesto como si nada hubiera pasado”, añadieron, intensificando la presión sobre la vicepresidenta.
La situación se vuelve cada vez más insostenible. Ferraz intenta apagar el incendio, pero el fuego ya está dentro de la casa.
Las miradas de los políticos y de la sociedad civil están fijas en María Jesús Montero, quien se encuentra en el centro de una tormenta política que amenaza con arrastrarla.
La pregunta que todos se hacen es: ¿qué pasará ahora? ¿Tomará finalmente las riendas de la situación o seguirá siendo vista como una figura que no actúa ante la injusticia?
La indignación sigue creciendo y el clamor por justicia se hace más fuerte. Las voces de las víctimas resuenan en un eco que no se puede ignorar. El PSOE enfrenta un desafío monumental para recuperar la confianza de sus militantes y de la ciudadanía.
En este contexto, el futuro de María Jesús Montero pende de un hilo, y su capacidad para enfrentar este escándalo determinará no solo su carrera, sino también la imagen del partido en su conjunto.
La historia del Caso Salazar es un recordatorio de que las luchas internas y las decisiones tomadas en la oscuridad pueden tener consecuencias devastadoras. La política no es solo un juego de poder; es también un compromiso con la verdad y la justicia.
¿Logrará Montero salir de este atolladero, o será recordada como la vicepresidenta que miró hacia otro lado en un momento crítico? Solo el tiempo lo dirá, pero la presión está sobre ella, y el reloj está corriendo.
