Ana Peleteiro es el ejemplo más inspirador: después de dar a luz a su hija Lúa en 2022, se proclamó campeona de Europa en triple salto en 2024.

El regreso a la élite después de ser madre es, quizás, una de las hazañas más subestimadas del deporte moderno.
Cada medalla, cada récord y cada podio conquistado tras un parto encierra una historia de superación silenciosa, donde el sacrificio físico y emocional va mucho más allá de los entrenamientos o las horas de gimnasio.
En un mundo que exige resultados inmediatos y perfección constante, las deportistas que deciden ser madres se enfrentan no solo al reloj biológico, sino también a los prejuicios, la pérdida de apoyos y el peso de demostrar que aún pueden ser las mejores.
Ana Peleteiro sabe bien lo que significa eso. En 2022 dio a luz a su hija Lúa, y dos años más tarde se proclamó campeona de Europa en triple salto.
Su oro no solo fue una victoria deportiva: fue una reivindicación, una demostración de que la maternidad no es el final de una carrera, sino el comienzo de una nueva etapa, más dura, más exigente, pero también más poderosa.
“He aprendido a competir con otro propósito, con otra energía. Ya no salto solo por mí”, confesó emocionada después de aquella final en Roma.
No todas tienen la misma suerte ni el mismo entorno. Para muchas atletas, quedarse embarazadas sigue siendo sinónimo de pausa, incertidumbre e incluso de exclusión.
Los contratos de patrocinio suelen tambalearse cuando el cuerpo cambia y la imagen de “competidora perfecta” se ve interrumpida por una barriga visible.

Los apoyos institucionales, aunque han avanzado en los últimos años, no siempre garantizan la estabilidad que una deportista necesita durante y después del embarazo.
“Hay federaciones que te apoyan hasta cierto punto, pero si te ausentas una temporada, hay quien ya busca a tu sustituta”, comenta una atleta española que prefirió mantenerse en el anonimato.
A todo eso se suma el reto físico. El cuerpo tarda en volver a su estado óptimo, los músculos pierden tono, el equilibrio cambia, las articulaciones se vuelven más vulnerables y el sueño escasea.
El posparto no entiende de calendarios ni de campeonatos. Muchas deportistas deben aprender a convivir con un cuerpo nuevo, con otra relación con la fatiga, el dolor y la disciplina. La psicología deportiva, en estos casos, se convierte en un apoyo esencial.
“No se trata solo de recuperar la forma física, sino de reconstruir la confianza. De volver a sentirse invencible”, explicaba recientemente una entrenadora del CAR de Sant Cugat.
Y sin embargo, cada vez son más las que lo logran. Ana Peleteiro, Allyson Felix, Serena Williams, Shelly-Ann Fraser-Pryce, Jessica Ennis-Hill… todas ellas han demostrado que se puede ser madre y campeona, aunque el precio sea altísimo.
La estadounidense Felix fue una de las voces más firmes en denunciar la hipocresía de algunas marcas deportivas, que cortaban o reducían los contratos de las atletas durante su embarazo.
Su testimonio cambió las reglas del juego: hoy, varias compañías han modificado sus políticas de patrocinio para proteger a las deportistas madres.

En España, ese cambio de mentalidad avanza más despacio, pero con pasos firmes. El caso de Peleteiro ha servido de inspiración para muchas jóvenes atletas que temían perderlo todo si decidían ser madres.
En su círculo más íntimo, cuentan que su regreso fue una mezcla de obsesión y fe.
“Volvía al gimnasio con Lúa en brazos. Dormía tres horas y entrenaba como si me fuera la vida en ello”, contó en una entrevista. Su entrenador lo resume con una frase: “Cada salto suyo pesaba el doble, pero también valía el doble”.
Detrás de cada historia hay una red silenciosa que lo sostiene todo: parejas que asumen nuevos roles, abuelos que se convierten en cuidadores de tiempo completo, entrenadores que adaptan rutinas imposibles a horarios familiares.
La maternidad no solo transforma a la deportista, sino también a su entorno.
“Aprendes a valorar el tiempo de otra manera. Ya no puedes permitirte un mal día, ni un entrenamiento perdido. Cada minuto cuenta”, dice otra atleta que regresó al atletismo tras dar a luz.
En muchos casos, ese cambio mental se convierte en una fortaleza. Las deportistas madres desarrollan una resistencia emocional distinta, una capacidad para concentrarse en medio del caos y una motivación que trasciende la competición.
“Cuando una mujer es capaz de dar vida y luego vuelve a darlo todo en la pista, no hay rival que la detenga”, afirmaba un fisioterapeuta de la selección española de atletismo.

Pero todavía hay un largo camino por recorrer. El embarazo sigue considerándose un obstáculo en lugar de una parte natural de la vida de una mujer deportista.
Las instituciones deportivas, en su mayoría dirigidas por hombres, aún no han sabido diseñar un sistema de apoyo real y flexible. Las ayudas públicas para madres deportistas son escasas y muchas se ven obligadas a costear su propio proceso de recuperación.
A pesar de todo, las historias de superación se multiplican. En los últimos Juegos Europeos, al menos una decena de deportistas que habían sido madres en los dos años previos lograron medalla.
Su éxito va más allá del podio: representa una pequeña victoria colectiva contra los prejuicios, las estructuras rígidas y la falta de empatía institucional.
Peleteiro lo dijo con sencillez y orgullo después de su oro continental: “Ser madre me ha hecho más fuerte. Ya no tengo miedo a perder. Lo único que quiero es que mi hija me vea luchar”.
Esa frase, más allá de los titulares, resume la esencia de una generación que se niega a elegir entre la maternidad y la excelencia.
Quizás el deporte necesite más tiempo para entenderlo, pero los ejemplos ya están ahí, brillando con luz propia. Mujeres que no solo corren, saltan o lanzan: también crían, cuidan y aman.
Mujeres que ganan oros que pesan el doble, pero que valen infinitamente más. Porque detrás de cada medalla, hay una historia de dolor, entrega y amor. Y, sobre todo, una verdad incuestionable: la maternidad no debilita a una campeona. La convierte en una leyenda.