La nueva vida de Paco Lobatón a sus 74 años: desde su paso por la cárcel, su éxito en televisión hasta su presente más tranquilo

Del exilio y la cárcel a símbolo del servicio público: así ha construido Paco Lobatón una vida marcada por la resistencia, la memoria y la búsqueda de la verdad

 

La nueva vida de Paco Lobatón a sus 74 años: desde su paso por la cárcel, su éxito en televisión hasta su presente más tranquilo

 

La vida de Paco Lobatón parece escrita para una película: golpes de porra, huidas nocturnas, cárceles sombrías, exilios repentinos, regresos casi clandestinos, la presión mediática de un país entero pegado al televisor… y, finalmente, una calma casi poética a sus 74 años.

Pocas figuras públicas en España pueden presumir de haber vivido tantas vidas dentro de una sola.

Y sin embargo, Paco jamás ha presumido de nada. Ha trabajado, ha resistido, ha buscado la verdad y, sobre todo, ha acompañado a miles de familias que solo pedían una respuesta.

Hoy, mientras celebra su 74 cumpleaños, su historia vuelve a emerger con fuerza. No por nostalgia, sino porque su vida es una muestra viva de la España que fuimos, la que somos y la que aún estamos intentando comprender.

Todo empezó en la calle Porvenir, en Jerez de la Frontera. Séptimo de diez hermanos, creció entre animales de granja, historias inventadas por su madre y un ruido familiar que enseñaba a convivir con el caos desde muy temprano.

Pero el choque con el mundo real llegó cuando se mudó a Madrid para estudiar.

La Complutense del 72 no era solo una universidad: era un volcán. Movilizaciones, asambleas clandestinas, estudiantes perseguidos.

Paco llegó desde movimientos católicos, pero la efervescencia política lo absorbió con rapidez. Allí abrazó la militancia en la Liga Comunista Revolucionaria, convencido de que la democracia no iba a llegar sola.

 

Paco Lobatón

 

Lo que no imaginaba era que esa decisión marcaría su destino y lo conduciría a una de las etapas más oscuras de su vida. El nombre que nadie quería escuchar apareció en escena: Billy el Niño.

“Me puso una pistola en la sien”, recordó Paco en una entrevista. Tenía 20 años. Un gesto instintivo para soltarse fue interpretado como “atentado contra la autoridad”.

A eso se sumaron otros cargos: asociación ilícita, reparto de panfletos subversivos, participación en boicots estudiantiles. Y una petición fiscal demoledora: cinco años de cárcel.

El trayecto desde la Facultad de Políticas hasta la Dirección General de Seguridad fue un infierno. Golpes constantes, humillaciones, amenazas. Billy el Niño presumía de que su porra había sido un regalo de sus “amigos fascistas italianos”.

Aquel joven jerezano que soñaba con cambiar el país terminó en Carabanchel, donde pasó dos meses que aún recuerda con un nudo en el pecho.

Su libertad dependía de 150.000 pesetas, una cantidad inalcanzable para alguien cuyo salario nunca había superado las 5.000. Una tía pagó la fianza. Le salvó la vida.

Pero las manos que lo soltaron no cancelaron la condena. Cuando llegó el juicio, los cinco años fueron confirmados. Paco lo tuvo claro: o huía o lo perdería todo.

Se marchó a Suiza, donde obtuvo un carné de ACNUR y se unió a la comunidad de exiliados españoles que seguían luchando desde el extranjero. Allí crecieron sus ganas de volver y reconstruir su vida.

Cuando Franco murió, se presentó en la embajada española con su carné de refugiado y dijo sin dudarlo: “Quiero volver a mi país”.

Lo hizo, pero no se convirtió en ciudadano legal hasta que llegó un indulto firmado por Juan Carlos I, que le permitió pasar aquella Navidad en casa.

 

Paco Lobatón

 

A partir de ese momento, su vida cambió de tono, aunque nunca perdió la intensidad. Pasó por Radio Sevilla, por redacciones de Catalunya, por informativos en Madrid.

Su voz empezó a sonar en hogares de todo el país y, en 1984, dio el salto definitivo a TVE. En los años en los que el Telediario congregaba a 20 millones de espectadores, él estaba allí, contando la actualidad desde Moncloa, desde el Congreso, desde donde hiciera falta.

Y entonces llegó 1992. Un año que no solo cambió a España, sino también a Paco. Le propusieron un programa extraño, casi experimental: *Quién sabe dónde*.

Un espacio dedicado a los desaparecidos, a los casos que nadie quería mirar, a familias rotas que llevaban años pidiendo ayuda sin obtener respuesta. Paco aceptó. Y el resto es historia.

A lo largo de su emisión, se presentaron 2.750 casos. El 70% fueron resueltos. Cada jueves, el país entero respiraba al compás de Paco, esperando el milagro.

Lo que él construyó no fue televisión: fue un servicio público real, profundo, humano. Muchas familias aún hoy lo consideran “el ángel de los desaparecidos”.

 

Paco Lobatón

 

Pero en 1998 todo terminó abruptamente. TVE decidió no renovar el programa. Oficialmente, por desacuerdos con su productora, Redacción 7.

Extraoficialmente, nunca han faltado voces que aseguran que presiones del Gobierno de José María Aznar y de antiguos cargos con pasado franquista empujaron la cancelación, especialmente cuando el formato comenzó a acercarse a los primeros indicios de la trama de bebés robados.

Un fenómeno que llevaba décadas presentándose en susurros, pero que aún no había estallado en la opinión pública.

Después de todo aquello, Paco siguió trabajando, pero nunca volvió a ocupar el centro mediático como antes. Con los años, eligió retirarse del ruido.

Se centró en su familia —sus hijos Triana, Ausias y Berenice— y en su última gran misión: QSD Global, una fundación creada para ayudar a familias de desaparecidos. Diez años entregado a ellos, moviendo montañas silenciosas, como siempre ha hecho.

Hoy, a sus 74 años, Paco vive “felizmente acompañado”, en sus propias palabras. No da más detalles. No los necesita. Ha aprendido a caminar con calma, después de una vida marcada por la urgencia.

Su rostro ya no aparece cada día en televisión, pero su huella permanece. Su lucha por dignificar a los desaparecidos, también.

Paco Lobatón no celebra solo un cumpleaños. Celebra haber sobrevivido al franquismo, al exilio, al anonimato, a la fama y al olvido. Celebra que, después de todo, sigue aquí.

Y que, quizá, ese destino estaba escrito desde su nacimiento en la calle Porvenir: una calle cuyo nombre significa exactamente lo que ha guiado toda su vida. El porvenir.

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