La ministra Pilar Alegría enfrenta duras críticas tras ser vista almorzando con Francisco Salazar, ex alto cargo de Moncloa cesado por denuncias de acoso.

La ministra de Educación y portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, ha protagonizado un escándalo que ha resonado en los círculos políticos y mediáticos de España.
La noticia de su almuerzo con Francisco Salazar, un ex alto cargo de Moncloa cesado por denuncias de acoso, no solo ha sorprendido, sino que ha generado un torrente de críticas hacia su figura y la del Gobierno de Pedro Sánchez.
Este encuentro, que tuvo lugar en un restaurante del barrio de Chueca, ha puesto en tela de juicio la postura del Ejecutivo en temas de igualdad y acoso laboral.
La cita entre Alegría y Salazar, revelada por varios medios, se realizó un lunes sin que la ministra tuviera ningún acto oficial agendado. Este detalle ha alimentado la especulación sobre las verdaderas intenciones detrás de este encuentro.
¿Por qué una ministra que se presenta como defensora de los derechos de las mujeres se reúne con un hombre que ha sido señalado por conductas inapropiadas?
La situación se vuelve aún más compleja al considerar que Salazar iba a ser nombrado adjunto a la Secretaría de Organización del PSOE este verano, pero su ascenso se frustró tras las denuncias que salieron a la luz.

Desde que se conocieron las acusaciones en su contra, Salazar ha estado en un segundo plano, pero su almuerzo con Alegría sugiere que sigue teniendo acceso a las esferas más altas del Gobierno.
La ministra, en su momento, defendió a Salazar, describiéndolo como un “compañero absolutamente íntegro”.
Sin embargo, esta defensa parece ser cada vez más insostenible a medida que emergen más detalles sobre las denuncias que nunca fueron investigadas adecuadamente.
El caso de Salazar fue desviado a la Comisión de Ética y Garantías del PSOE, donde, según informan fuentes cercanas, se perdió todo rastro del asunto.
Las víctimas, que permanecen en el anonimato y sin la protección adecuada, se encuentran en un limbo que refleja la falta de compromiso real por parte del Gobierno para abordar el acoso laboral.
La situación ha llevado al Partido Popular a exigir explicaciones a Moncloa, cuestionando si se había informado a la Fiscalía o si se había abierto algún expediente. El silencio, sin embargo, ha sido la respuesta predominante.
Mientras tanto, el Gobierno ha intentado mejorar su imagen a través de cursos de concienciación contra el acoso, presentados como “voluntarios”.
Sin embargo, muchas trabajadoras han señalado que estos cursos carecen de independencia real, ya que el comité encargado de revisar los casos está compuesto por personal del propio Ministerio de la Presidencia.
“¿Y si uno de ellos es amigo del acusado?”, se preguntan las afectadas, planteando una duda que resuena con fuerza en el contexto actual.

A la luz de estos hechos, las medidas adoptadas por Pedro Sánchez parecen más un gesto de propaganda que un verdadero compromiso con la igualdad y la lucha contra el acoso. El caso de Salazar ha puesto de manifiesto un doble rasero en la política del Gobierno, que se presenta como abanderado del feminismo institucional, mientras que sus acciones sugieren lo contrario.
La diputada popular Ana Vázquez ha sido contundente al referirse a este asunto, afirmando que Alegría ha pasado de ser “encubridora de las juergas de Ábalos con prostitutas” a “proteger a acosadores de compañeras”.
La escena del almuerzo entre Alegría y Salazar, llena de risas y confidencias, contrasta drásticamente con la imagen de un Gobierno que proclama la igualdad y la lucha contra el acoso.
Esta disonancia ha llevado a muchos a cuestionar la autenticidad del feminismo que se predica desde las altas esferas del poder.
La percepción de que en el socialismo de Sánchez el feminismo se predica, pero no se practica, se ha convertido en un sentimiento común entre aquellos que han seguido de cerca este caso.
La situación se complica aún más cuando se considera el impacto que este tipo de encuentros puede tener en la confianza del público hacia el Gobierno.
La percepción de impunidad y falta de acción efectiva ante las denuncias de acoso puede erosionar la fe de los ciudadanos en las instituciones y sus líderes.
En un momento donde la lucha por los derechos de las mujeres y la igualdad de género ha cobrado una relevancia sin precedentes, la conducta de figuras como Pilar Alegría puede ser vista como un retroceso en estos avances.
El escándalo no solo afecta a la imagen de la ministra, sino que también pone en riesgo la credibilidad del Gobierno en su conjunto.
A medida que las redes sociales y los medios de comunicación amplifican las críticas, la presión sobre Alegría y el PSOE para que tomen medidas concretas y efectivas se intensifica.
La sociedad está demandando acciones, no solo palabras, y es imperativo que los líderes políticos respondan a esta llamada.
El futuro de Pilar Alegría en el Gobierno podría depender de cómo maneje esta crisis. La capacidad de la ministra para distanciarse de Salazar y abordar las preocupaciones sobre su conducta será crucial para restaurar la confianza pública.
Sin embargo, la sombra de este almuerzo y las implicaciones que conlleva seguirán persiguiendo a la ministra y al Gobierno mientras se intensifican los debates sobre la verdadera naturaleza del feminismo en la política española.
En definitiva, el almuerzo entre Pilar Alegría y Francisco Salazar ha desatado un debate crucial sobre la ética y la responsabilidad en la política.
La sociedad observa atentamente, esperando respuestas y acciones que reflejen un compromiso genuino con la igualdad y la dignidad de todas las personas.
La pregunta que queda en el aire es: ¿será este el momento en que el Gobierno tome una postura firme y clara contra el acoso, o se quedará en un mero gesto de propaganda?