Irene Montero defendió su postura contra la condena al fiscal general del Estado, calificándola de golpista e instando a responder democráticamente a la derecha.

La tormenta política en España se intensifica tras la reciente condena al fiscal general del Estado, un fallo que ha desatado un auténtico terremoto mediático y social.
Los discursos incendiarios de Podemos y las reacciones de algunos periodistas han convertido la noticia en un espectáculo de tensión constante, confusión y acusaciones cruzadas que parecen más propias de un reality que de la política institucional.
En una entrevista que ha sorprendido a propios y extraños, Javier Ruiz, conocido en ciertos círculos como “el rey Pelele”, abordó el tema con Irene Montero, alcaldesa de Mordor según algunos comentarios irónicos en redes, en un contexto cargado de ironía y confrontación.
Ruiz inició con halagos poco habituales: “Ostras, creo que hiciste una ley muy buena en la ley del solo CS, que nos dejó claro a todos los españoles que sabes mucho de temas jurídicos.
Entonces, te voy a preguntar qué opinas sobre lo del fiscal general del Estado, porque seguro que tu opinión está muy bien fundamentada”. La entrevista, lejos de ser un análisis calmado, pronto derivó en un discurso cargado de enfrentamiento y descalificaciones.
Montero respondió con contundencia: “Ya no es momento de preguntarnos qué hacer con la sentencia. Ya no es momento de indignarnos ni de discutir sobre lo que hizo la sentencia. Es el momento de responderles y acabar con esta derecha golpista”.
Sus palabras provocaron un auténtico caos en redes sociales y medios de comunicación, donde se mezclaban indignación, apoyo y críticas.
La narrativa del partido morado, centrada en la confrontación con la oposición y las instituciones, parecía más orientada a movilizar emociones que a analizar jurídicamente el fallo.

Durante la conversación, Montero llegó a plantear la ilegalización de partidos como el PP y Vox, asegurando que la democracia española estaba siendo amenazada por un “golpismo judicial” y mediático.
“Democráticamente tenemos que responderles. Hay que ilegalizar a todos los partidos que no sean Podemos”, afirmó, en un discurso que muchos calificaron de radical y desproporcionado.
Sin embargo, a pesar de sus palabras beligerantes, la periodista Elisa Beni había señalado anteriormente que las afirmaciones de Montero y Podemos “no son constitucionales”, generando un choque directo entre las posturas de los medios y el partido morado.
El clima de tensión se intensificó cuando otros periodistas comenzaron a analizar la sentencia, cada uno con interpretaciones muy diferentes.
Javier Aroca calificó el fallo como un “bodrio”, insistiendo en su carácter insustancial y en la dificultad de evaluar correctamente un documento de 300 páginas a partir de avances parciales difundidos en redes sociales.
Antonio Maestre y Julen Boyaín fueron señalados por manipular o resaltar selectivamente información de la sentencia, omitiendo detalles importantes como la frase que indicaba que el fiscal general o alguien de su entorno había filtrado la nota de prensa con su conocimiento.
La confusión entre lo que se conocía públicamente y lo que el Tribunal Supremo consideraba confidencial fue constante, generando acusaciones de mala praxis mediática y tergiversación informativa.
Sara Santa Olaya, otra figura mediática destacada, centró sus comentarios en el detalle de que la sentencia condenaba al fiscal general por emitir una nota de prensa que confirmaba datos estrictamente confidenciales, independientemente de que la información ya hubiese sido filtrada por terceros.
Según el fallo, aunque la filtración inicial pudiera provenir de la fiscalía, el fiscal general era responsable de la divulgación oficial y debía respetar la confidencialidad.
Esta interpretación generó debates encendidos sobre el papel de la prensa y el respeto a la información confidencial, así como sobre el equilibrio entre transparencia y responsabilidad institucional.

Elon Nacho Abad intervino para cortar de raíz la manipulación de ciertos periodistas, denunciando que se estaba utilizando un lenguaje alarmista y tendencioso que tergiversaba el alcance real de la condena.
Abad subrayó que la sentencia no cuestiona la credibilidad de los periodistas ni la veracidad de sus testimonios, sino que reafirma la obligación del fiscal general de proteger información sensible, destacando así la importancia del secreto profesional y la integridad institucional.
En paralelo, las redes sociales ardían con críticas y memes que ridiculizaban los discursos tanto de Montero como de algunos periodistas.
Se señaló la incoherencia de acusar de golpismo judicial a un fallo que, según los expertos legales, respetaba los procedimientos y principios democráticos.
Mientras Podemos insistía en la narrativa de victimización y enfrentamiento con la derecha, los medios se debatían entre el sensacionalismo y el análisis técnico, amplificando la confusión en el público general.
El resultado es un escenario de polarización extrema donde la política, los medios y las redes sociales se retroalimentan en un ciclo de acusaciones, desinformación y debates encendidos.
La figura de Irene Montero se encuentra en el centro de esta controversia, con un discurso que moviliza a sus seguidores pero que simultáneamente expone debilidades argumentativas y genera críticas sobre la responsabilidad de los líderes al dirigirse al público.
En medio de este caos, la sentencia del Tribunal Supremo y la interpretación de sus implicaciones legales se han convertido en un espectáculo mediático, con intervenciones que van desde la burla y la exageración hasta el análisis detallado de los aspectos jurídicos y procedimentales.
La ciudadanía observa atónita cómo la política española se mezcla con el show televisivo, donde cada declaración y cada filtración se convierte en un motivo de debate y polémica sin fin.
La condena al fiscal general del Estado, aunque técnicamente clara en sus fundamentos, ha servido para revelar profundas tensiones en la política y los medios de comunicación españoles.
Desde discursos radicales sobre “golpismo” hasta la manipulación de detalles de la sentencia por parte de periodistas, el episodio muestra cómo la percepción pública puede desviarse del análisis legal riguroso, alimentando un clima de enfrentamiento y desconfianza hacia las instituciones.
En definitiva, la combinación de discursos políticos incendiarios, interpretaciones mediáticas contradictorias y la viralización en redes sociales ha convertido un caso jurídico en un fenómeno de impacto social masivo.
La polémica sobre el fiscal general del Estado, las declaraciones de Irene Montero y la cobertura mediática han dejado al descubierto no solo la fragilidad de ciertos relatos políticos, sino también la dificultad de equilibrar información, opinión y sensacionalismo en un país cada vez más polarizado.
El debate continúa, y mientras Podemos mantiene su narrativa de confrontación, los medios y la ciudadanía siguen tratando de entender qué implica realmente la sentencia y qué responsabilidades recaen sobre quienes filtraron, difundieron o comentaron la información.
Lo que queda claro es que la política española y sus protagonistas se encuentran en un punto crítico, donde cada palabra, cada gesto y cada titular pueden alimentar la controversia y marcar el rumbo del debate público durante semanas, si no meses, en un escenario cargado de tensión y espectáculo.