Santiago Segura (60 años): “Cuando me preguntaban si quería más a mamá o a papá, yo decía a mamá. No tenía dudas, mi padre me caía bien, pero mi madre era la bomba”

El actor ha echado la vista atrás para hablar sobre su infancia, marcada por el bullying y los roles convencionales dentro de su hogar.

 

Santiago Segura, en un photocall con una gorra

 

Santiago Segura, uno de los actores y cineastas más populares de España, ha dejado al país sin aliento al abrir de par en par una puerta que durante décadas mantuvo entrecerrada: la de su infancia.

A sus 60 años, el creador de Torrente ha decidido hablar con una sinceridad conmovedora sobre los años en los que se formó como persona, un periodo que, según confiesa, estuvo marcado por el cariño incondicional hacia su madre, una profunda distancia emocional con su padre y un escenario escolar donde el bullying era tan cotidiano como silencioso.

“Cuando me preguntaban si quería más a mamá o a papá, yo decía a mamá. No tenía dudas”, ha reconocido. Una frase sencilla, pero que contiene todo un universo emocional.

En su relato, Segura deja ver que su padre le caía bien, que era un hombre correcto, trabajador, alguien a quien respetaba. Pero su madre… su madre era otra dimensión.

“Mi madre era la bomba”, dice con una sonrisa que mezcla ternura y nostalgia, como quien recuerda el único refugio luminoso en un mundo que muchas veces se mostraba hostil.

El actor siempre ha sido conocido por su humor ácido, su sentido del absurdo y su capacidad para arrancar carcajadas incluso en situaciones límite. Pero esta vez decidió despojarse de personajes y máscaras para hablar desde lo más íntimo.

Su infancia, lejos del brillo de los focos y del éxito arrollador que llegaría años después, estuvo atravesada por momentos duros que moldearon su carácter, su sensibilidad y su forma de entender la vida.

 

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Una parte fundamental de ese pasado fue el bullying escolar.

Segura recuerda aquellos días como una especie de tormento silencioso, una época en la que cada mañana significaba preparar no solo los libros, sino también la armadura emocional necesaria para enfrentarse a compañeros que encontraban en él un blanco fácil.

“Yo era el típico niño que destacaba por lo distinto, por lo que fuera: físico, personalidad, aficiones… y ya con eso bastaba”, explica. Aunque lo cuenta sin dramatismos, el peso de esa vivencia es palpable en cada palabra.

Lo curioso es que nunca vio en sus padres una reacción desmedida ante ese sufrimiento, algo que él interpreta como un reflejo de la educación y los roles que dominaban la época.

Su madre, siempre protectora pero también pragmática, le daba ánimos desde la cocina, repitiéndole que todo pasaría, que lo importante era ser fuerte y no dejar que nadie apagase su chispa.

Su padre, en cambio, seguía la mentalidad tradicional de “los niños deben aprender solos”, una filosofía que, aunque hoy se cuestiona, era profundamente común en aquellos tiempos.

Este contraste entre la calidez materna y la distancia paterna marcó profundamente al pequeño Santiago.

Él mismo reconoce que, aunque de adulto entiende mejor los códigos de la época, de niño lo vivía con la claridad emocional que solo tiene un niño: mamá era amor, papá era respeto.

Por eso, cuando alguien le hacía la clásica pregunta sobre a quién quería más, no titubeaba ni un segundo. “A mamá”, respondía sin remordimientos.

 

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Los roles dentro del hogar también contribuyeron a esa diferencia afectiva. Su madre era el epicentro de la vida familiar: la que organizaba, cuidaba, escuchaba, reñía y celebraba.

Una figura brillante, presente, que hacía de cada pequeño gesto un acto de afecto. Su padre, como tantos hombres de su generación, ocupaba un lugar más rígido y silencioso, marcado por la responsabilidad económica y las normas de un hogar tradicional.

“Mi madre tenía ese superpoder de transformar un día gris en algo soportable”, recuerda Segura. “Era pura vida”.

Mientras relata estos recuerdos, el actor no oculta cómo influyeron en su personalidad adulta. El humor, la ironía, la creatividad desbordante… todo, según él, tiene raíces en esa infancia contradictoria donde convivían la ternura absoluta y el desafío constante.

El bullying le enseñó a observar, a analizar el comportamiento humano, a entender la crueldad y la vulnerabilidad de los demás, y —sobre todo— a desarrollar el sentido del humor como un arma defensiva, casi como una coraza.

El cariño por su madre, por otro lado, le inculcó un sentido profundo de empatía y la certeza de que el afecto auténtico puede ser la mejor brújula en la vida.

“Ella confiaba en mí incluso cuando yo no confiaba en nada”, confiesa, dejando entrever que detrás del cómico se escondía, desde muy pequeño, un chico sensible, observador y profundamente marcado por lo que vivía en casa.

 

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Mientras habla, no da la impresión de querer despertar lástima ni de dramatizar su historia.

Al contrario: su objetivo parece ser comprenderse a sí mismo, reconciliarse con todas las versiones de Santiago que lo han traído hasta aquí, y quizá inspirar a otras personas que viven —o han vivido— situaciones similares.

Es inevitable preguntarse qué habría sido de él sin esa mezcla de luces y sombras. ¿Habría surgido el mismo creador irreverente que revolucionó el cine español con Torrente?

¿Habría encontrado la misma voz humorística, tan personal y tan afilada? Segura no lo tiene claro, pero sí sabe que su infancia fue decisiva. “Todo lo que uno vive se queda dentro. Lo malo también ayuda, aunque duela”, reflexiona.

Hoy, con seis décadas de vida y una carrera que abarca cine, televisión, literatura y un lugar inamovible en la cultura popular española, Santiago Segura mira hacia atrás con honestidad y con una serenidad que solo da el tiempo.

Y en ese viaje a su niñez, vuelve una y otra vez a la misma figura radiante: su madre, la mujer que le sostuvo, le inspiró y, en sus palabras, “era la bomba”.

Una infancia complicada, sí, pero también una historia de amor maternal tan intensa que todavía ilumina al hombre que se convirtió en uno de los artistas más queridos de España.

Y aunque los años pasen, hay recuerdos que permanecen intactos. Para Segura, esos recuerdos tienen nombre propio: mamá.

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