La esposa de Santos Cerdán protagonizó un tenso altercado en el control de dr0gas de la cárcel de Soto del Real, gritando indignada a los funcionarios por el procedimiento.

La mañana del jueves 6 de noviembre no fue una más en la cárcel de Soto del Real. Los funcionarios del centro, acostumbrados a recibir visitas de familiares y abogados, se encontraron con una escena insólita y tensa.
Francisca Muñoz Cano, conocida como Paqui, esposa del ex secretario de Organización del PSOE Santos Cerdán, protagonizó un altercado durante el control de seguridad previo a su encuentro con el exdirigente socialista, encarcelado desde finales de junio.
Lo que debía ser un trámite rutinario se transformó en un episodio bochornoso que ha vuelto a colocar al Partido Socialista en el centro de la polémica.
Según los testimonios de los presentes, el incidente comenzó cuando Muñoz Cano y su cuñada, Belén Cerdán, fueron sometidas al habitual control de identificación y registro antes de ingresar a la zona de visitas.
En ese momento, una unidad canina del centro penitenciario realizó el procedimiento de detección de sustancias ilegales, algo estándar en todas las visitas.
Pero lo que para el resto de los visitantes es una norma asumida, para la esposa de Cerdán se convirtió en un motivo de indignación.
“¿Por qué me pasáis el perro? ¡Es una vergüenza!”, gritó, visiblemente alterada, ante los agentes que mantenían la calma y seguían el protocolo.
Las imágenes del momento, difundidas posteriormente en redes sociales, muestran a Muñoz Cano gesticulando con furia mientras los funcionarios intentan explicarle que la medida no es personal, sino obligatoria para todos los visitantes.
En los vídeos se observa cómo su actitud altiva contrasta con la serenidad de los agentes, que en ningún momento pierden la compostura.
Sin embargo, la escena ha desatado una tormenta de críticas públicas y ha vuelto a poner en evidencia la arrogancia con la que, según muchos ciudadanos, actúan los círculos próximos al poder.
“Esto no se le haría a la mujer de un político del PP”, se la escucha decir en tono desafiante, mientras uno de los guardias intenta calmar la situación. “Aquí se cumple la norma con todos”, le responde el funcionario, con voz firme pero respetuosa.
La tensión apenas dura unos minutos, pero el eco del episodio se multiplica en redes sociales y medios digitales.
En pocas horas, el nombre de Paqui Muñoz se convierte en tendencia y su comportamiento se vuelve símbolo de la desconexión entre la élite socialista y la realidad de la ciudadanía.
El contexto agrava la situación. Santos Cerdán, esposo de la protagonista, fue detenido el pasado 30 de junio y permanece en prisión preventiva acusado de varios delitos graves: integración en organización criminal, cohecho y tráfico de influencias.
Su nombre, hasta hace poco pieza clave en el engranaje de Pedro Sánchez, se ha convertido en un problema mayúsculo para la dirección del PSOE.

En Ferraz, donde ya llueve sobre mojado tras el estallido de los casos Ábalos y Koldo, la reacción ha sido de absoluta incomodidad.
Nadie en el partido quiere comentar lo ocurrido, pero la preocupación es evidente: otro escándalo más que golpea la credibilidad socialista.
El episodio en la cárcel de Soto del Real no llega en un momento cualquiera.
Apenas unos días antes, había trascendido que la hermana de Santos Cerdán, Belén Cerdán, y su marido cobraron 342.000 euros de Servinabar, una empresa bajo investigación del Tribunal Supremo por presunto pago de comisiones ilegales.
La sociedad, vinculada al empresario Antxón Alonso, está siendo examinada por la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil dentro de una supuesta red de corrupción que, según los investigadores, habría financiado actividades vinculadas al entorno socialista.
En este escenario, el estallido de Paqui Muñoz frente a los agentes penitenciarios no hace sino sumar gasolina al fuego.
En redes sociales, miles de usuarios han criticado el “comportamiento prepotente” de la esposa del exdirigente y la falta de autocrítica del PSOE ante los escándalos que lo rodean.
“Se creen por encima de la ley”, escribió un usuario en X, mientras otro añadía: “Que se acostumbren a los controles, es lo que le toca a cualquiera que se acerque a un preso”.
La sensación generalizada es de hartazgo, y cada nuevo episodio erosiona un poco más la imagen del partido en el poder.

Fuentes del entorno penitenciario aseguran que los funcionarios actuaron “de manera absolutamente profesional” y que el procedimiento aplicado fue el mismo que se realiza a cualquier visitante, independientemente de su parentesco o relevancia social.
“Aquí no hay excepciones”, comentó uno de los empleados del centro.
Sin embargo, la actitud de Muñoz Cano habría sido tan desafiante que, según testigos, incluso otros visitantes presentes en la sala se mostraron incómodos ante la escena.
El comportamiento de la esposa de Cerdán no solo deja en evidencia su nerviosismo, sino también el clima de tensión que rodea a toda la familia del exdirigente socialista.
Desde que estalló el caso, las investigaciones no han parado de ramificarse y cada nueva revelación parece implicar a más personas cercanas.
En este contexto, el escándalo del control de drogas adquiere una dimensión simbólica: una metáfora de un partido que, sometido al escrutinio judicial y social, reacciona con furia cuando se le exige cumplir las reglas como a cualquier ciudadano.
El propio Cerdán, según fuentes cercanas, ha intentado mantener un perfil bajo en prisión. Sin embargo, su entorno familiar no ha resistido la presión mediática. “Están agotados, sienten que todo el mundo los señala”, comenta un amigo del matrimonio.
Pero la comprensión se agota cuando las actitudes desafiantes parecen confirmar el mismo privilegio del que se les acusa. “Si realmente quieren limpiar su nombre, deberían empezar por respetar la ley”, señalan desde el ámbito judicial.

En Ferraz, el silencio es la estrategia. Ningún portavoz ha querido responder a las preguntas sobre el incidente de Soto del Real. La línea oficial es la de no comentar asuntos personales, aunque en privado varios dirigentes reconocen la gravedad del daño reputacional.
“Cada semana aparece un nuevo caso, y ya no sabemos cómo contenerlo”, confiesa un cargo medio del PSOE. El hartazgo interno crece, y los viejos militantes observan con decepción cómo la sombra de la corrupción vuelve a extenderse sobre las siglas socialistas.
El episodio de Paqui Muñoz Cano, más allá de su anécdota, se ha convertido en el reflejo de una crisis más profunda.
En apenas unos segundos de ira, la esposa de un exministro resumió la distancia entre el poder y la sociedad, entre los discursos de ejemplaridad y los comportamientos cotidianos.
Una mujer indignada por un perro detector de drogas se ha transformado en símbolo de una élite que no soporta el mismo trato que el resto.
Y mientras en el PSOE intentan contener el fuego y minimizar la polémica, en la cárcel de Soto del Real los funcionarios siguen haciendo su trabajo, con el mismo rigor de siempre.
Porque, al final, la ley —y los perros que la hacen cumplir— no distinguen entre apellidos. Pero sí lo hace la opinión pública, que ya ha dictado su sentencia: otra mancha más en un partido que parece incapaz de salir del barro.