Toñi Moreno ha hablado en el podcast ‘Tengo un plan’ de la necesidad que le llevó a trabajar con 14 años y de cómo sus padres fueron su gran inspiración por lo trabajadores que fueron

Toñi Moreno es hoy una de las presentadoras más queridas de la televisión andaluza y un rostro muy respetado a nivel nacional, pero su historia está muy lejos de haber sido fácil.
Detrás de su sonrisa, su cercanía y su éxito profesional se esconde una infancia marcada por la necesidad, el sacrificio y decisiones adultas tomadas cuando apenas era una adolescente.
Ella misma lo ha contado sin filtros, con la honestidad que la caracteriza, recordando un momento que lo cambió todo: “Con 14 años, mi madre me dijo ‘no hay libros para septiembre’. Yo dije enseguida: tengo que trabajar”.
Ese instante fue el punto de inflexión en la vida de Toñi. No hubo reproches ni dramatismos, solo una realidad dura que la obligó a madurar de golpe. En su casa había amor, pero poco dinero, y ella lo entendió desde muy joven.
“Nunca he sido infeliz, pero había poco para compartir”, ha explicado. Aquella necesidad se convirtió en un motor que nunca se apagó.
Mientras otras chicas de su edad pensaban en salir o divertirse, ella pensaba en cómo ayudar en casa y en cómo cumplir un sueño que ya empezaba a latir con fuerza: la televisión.

Antes de llegar a un plató, Toñi probó trabajos que le dejaron claro lo que no quería para su futuro. Uno de los más duros fue la vendimia.
“Hubo un año en el que trabajé en la vendimia para pagarme los libros y pensé: esto no es lo mío, esto es muy duro”, recuerda. Aquella experiencia no la hundió, al contrario, la empujó a buscar una salida distinta.
Y la encontró en la televisión local de su pueblo, una de las primeras que existieron en España. Allí empezó todo, casi sin medios, pero con una ilusión desbordante y unas ganas inmensas de aprender.
Compatibilizar trabajo, estudios y responsabilidades en casa no fue sencillo. Toñi era muy joven, pero ya tenía claro que nadie le iba a regalar nada.
Su madre, lejos de consentirla, le inculcó disciplina y esfuerzo. “No te puedes poner a ver la tele hasta que no limpies el piso”, le decía. Y Toñi obedecía.
Se levantaba a las siete de la mañana, limpiaba, cumplía con sus obligaciones y a las nueve se sentaba frente al televisor para ver a quien entonces era su gran referente: Jesús Hermida. “A mí siempre me han podido más los sueños”, ha confesado.

Ese sueño la llevó a presentarse hasta en cuatro ocasiones a los castings de Hermida, cuando ser “chica Hermida” era lo máximo a lo que podía aspirar una joven comunicadora.
Pero la realidad fue demoledora. En uno de esos castings recibió una frase que la marcó profundamente: “Señorita, usted no vale para esto”.
Toñi no ha escondido nunca el impacto de aquellas palabras. “Lloré mucho. Me fui a mi casa hecha polvo”, ha reconocido. Con apenas 18 años, escuchar algo así de uno de los grandes de la comunicación fue un golpe durísimo para su autoestima.
Durante un tiempo, esa negativa pesó como una losa. Dudó, sufrió y se cuestionó si realmente tenía talento. Pero algo dentro de ella se negó a rendirse. La pasión por la televisión era más fuerte que el miedo al fracaso. Con el paso del tiempo, ha sabido relativizar aquel episodio.
Incluso ha contado con emoción que la viuda de Hermida le dijo años después que, de haberla conocido ahora, a Jesús le habría encantado su forma de comunicar. “Con 18 años es normal que ese hombre me dijera: ¿dónde vas, alma de cántaro?”, reflexiona hoy con serenidad.
Más allá de los rechazos profesionales, Toñi siempre ha señalado a sus padres como su mayor inspiración. Su padre era agricultor y su madre llegó a tener hasta tres trabajos al mismo tiempo para sacar adelante a sus tres hijas.
Limpiaba escaleras, cuidaba a un señor y por la noche trabajaba en un hospital atendiendo a un enfermo.
“En mi casa siempre he visto gente muy trabajadora, honrada y buena”, ha dicho con orgullo. Ese ejemplo diario marcó su manera de entender la vida y el trabajo.

Hubo una etapa especialmente dura que recuerda con claridad. Sus padres se fueron durante un tiempo a trabajar como caseros a un cortijo, en una época en la que no existían los móviles.
Para hablar con ellos, tenían que ir a una venta y llamar por teléfono. Toñi se quedó sola en el piso con sus dos hermanas, asumiendo responsabilidades impropias de su edad.
Además de trabajar en televisión, cuidaba de su hermana pequeña y mantenía la casa en orden. Era una adolescente viviendo como una adulta, pero sin perder la ternura ni la ilusión.
Ese esfuerzo constante dio sus frutos con los años. Toñi fue creciendo profesionalmente, consolidándose como comunicadora y ganándose el cariño del público. Pero si hay algo que la emociona especialmente es haber podido devolverle a su familia parte de todo lo que le dieron.
Su padre falleció hace algunos años, pero ella se queda con la tranquilidad de haberle dado muchas alegrías en vida.
“Me dio tiempo de regalarle dos coches”, ha contado con orgullo y emoción. Para ella, ese gesto simboliza mucho más que éxito económico: es la prueba de que todo el sacrificio valió la pena.
La historia de Toñi Moreno no es solo la de una presentadora de éxito, sino la de una mujer que aprendió a luchar desde muy joven, que convirtió la necesidad en impulso y los rechazos en aprendizaje.
Una vida construida a base de trabajo, sueños y una fe inquebrantable en sí misma, incluso cuando otros le dijeron que no valía.
Hoy, su voz en televisión lleva detrás una historia de esfuerzo silencioso que explica por qué conecta con tanta gente. Porque Toñi no solo presenta programas, presenta una vida real, hecha de caídas, lágrimas y muchas, muchísimas ganas de salir adelante.