Ambos artistas acaban de publicar disco y pertenecen a dos generaciones diferentes que disfrutan con su música
El marido de Ana Belén ha mostrado algunos recelos sobre el éxito masivo y tantos elogios a la catalana

Víctor Manuel no se calla. Nunca lo ha hecho y, a sus 78 años, mucho menos ahora.
El veterano cantautor asturiano, que acaba de publicar su nuevo disco Solo a solas conmigo, ha vuelto a demostrar que sigue siendo una de las voces más incómodas, lúcidas y libres del panorama cultural español.
Esta vez, el foco de su reflexión ha sido Rosalía, el fenómeno global que acaba de lanzar Lux y que ha provocado una avalancha de elogios casi unánimes. Admiración sí, pero también inquietud. Y esa palabra, inquietud, es la que ha encendido el debate.
Rosalía ha firmado uno de los regresos musicales más comentados del año. Su nuevo trabajo ha sido celebrado por compañeros de profesión, críticos, instituciones y figuras políticas de ideologías opuestas.
El entusiasmo ha sido tan transversal que ha llamado la atención de alguien como Víctor Manuel, que observa el presente con la experiencia de quien ha sobrevivido a décadas de modas, censuras, aplausos y silencios.
“El disco de Rosalía está muy bien, ella es muy buena”, reconoce sin rodeos. Pero inmediatamente añade lo que muchos piensan y pocos dicen: “Me inquieta mucho que guste a todo el mundo”.
Víctor Manuel pertenece a una generación en la que el arte era conflicto, toma de posición y, muchas veces, enfrentamiento. Por eso le resulta difícil digerir un éxito tan masivo y tan cómodo para todos los poderes.
“Me inquieta que guste al mismo tiempo a Sánchez, a Feijóo y a la Conferencia Episcopal”, afirma, dejando claro que no habla de calidad musical, sino de algo más profundo. Para él, el arte no puede ser neutro ni inofensivo.
“Yo no estoy en contra de la polarización. Yo quiero estar polarizado. Yo quiero estar enfrente de Abascal”, sentencia con la contundencia que lo caracteriza.

Lejos de sonar a crítica generacional o desdén, sus palabras parten de una escucha atenta y consciente. Víctor Manuel no vive encerrado en el pasado.
Sigue atento a lo que ocurre en la música actual, incluso cuando no conecta del todo con ella. “Siento la obligación de escuchar incluso a gente que no me interesa demasiado.
Tengo curiosidad. Si Bad Bunny va a hacer diez estadios, pues lo escucho”, explica. Y añade sin complejos: “Me gusta mucho Guitarricadelafuente”.
Sobre Rosalía, su valoración artística es clara y matizada. “Motomami me pareció una gilipollez, pero me gusta todo lo de antes y lo de después”, afirma, separando etapas y dejando claro que su análisis no es superficial.
Lo que realmente le incomoda no es la música, sino el aura casi mística que, según él, se ha construido alrededor de ciertos productos culturales.
“No me interesa nada esa cosa mística con la que nos están vendiendo no solo a Rosalía, sino también películas y obras que se convierten en algo militante”, reflexiona.
“La gente va, aplaude al final, y ya está. Yo vengo de otro sitio”. Ese “otro sitio” es el de una cultura donde el aplauso no siempre era unánime y donde crear implicaba asumir riesgos.
Víctor Manuel atraviesa un momento especialmente activo. Solo a solas conmigo es un disco marcado por la memoria, la reflexión y el pensamiento crítico, también en lo político.
En él colaboran artistas de distintas generaciones como Rozalén, Mikel Izal y su propio hijo, David San José, uno de sus pilares creativos desde hace más de dos décadas. “Él me conoce mucho, pero va más lejos de donde yo puedo llegar.
Tiene otra edad y otras músicas en la cabeza”, explica. La relación profesional entre padre e hijo se basa en una honestidad brutal. “Cuando algo sale regular, me lo dice. Y cuando sale bien, también. Sobre todo, lo que él me hace es cantar bien”.

El cantautor también ha hablado sin filtros sobre la política actual, mostrando su cansancio ante el ruido, el insulto y el espectáculo vacío. “Yo me considero político y no reniego de la clase política”, afirma.
“Hay gente estupenda que no se lleva el dinero a casa y que trabaja por su pueblo sin cobrar. Pero lo que flota es esa cosa perversa del ‘y tú más’, que es muy cansado”.
En ese contexto, defiende su derecho a opinar y a vivir de su trabajo frente a quienes lo señalan como parte del establishment. “Siempre ha habido discursos así.
Que si tienes pasta, cómo es que tocas tanto los cojones. Es un clásico”, dice con ironía. “Yo vendo entradas, la gente va y quiero la plusvalía de eso. No le pido nada a nadie”.
Su visión del arte está íntimamente ligada a la ideología, aunque no en el sentido partidista, sino en el ético. “El arte destila ideología”, asegura.
“Si eres honesto, tienes que estar peleado con alguien. Es ley de vida”. Desde esa premisa, observa con escepticismo un panorama cultural en el que el consenso absoluto se celebra como triunfo. Para él, ese consenso es precisamente lo que despierta sospechas.
Las palabras de Víctor Manuel no buscan derribar a Rosalía, sino situarla en un debate más amplio sobre el papel del arte en la sociedad contemporánea.
Admira su talento, reconoce su impacto y valora su trabajo, pero se resiste a aceptar una cultura donde todo encaja demasiado bien. Desde dos generaciones opuestas, ambos artistas representan formas muy distintas de entender la música y su función.
Mientras Rosalía conquista el mundo, Víctor Manuel prepara una gira que recorrerá España a partir de marzo, demostrando que la edad no es un límite para seguir creando, pensando y provocando reflexión.
Su voz, lejos de apagarse, sigue siendo incómoda y necesaria. Y en un momento de aplausos fáciles, su inquietud resuena como una advertencia: cuando el arte gusta a todo el mundo, quizá ha dejado de molestar a alguien.
