El hermano de Rocío Jurado compartió en SEMANA sus memorias, en las que se refirió, entre otros, a su exmujer Rosa Benito.

Amador Mohedano continúa con su relato de cómo ha vivido él las relaciones del clan Jurado, una familia que no ha parado de generar noticias en las tres últimas décadas.
Tras la tormenta mediática que levantaron sus declaraciones en los primeros cuatro capítulos publicados en Semana, el hermano de la gran Rocío Jurado sigue desvelando sus vivencias.
“Tiene muchas cosas que reprocharme y yo a ella”: Amador Mohedano sobre Rosa Benito
Primero fueron sus incendiarias declaraciones sobre cómo la sombra de Fidel estropeó la relación con su hasta entonces adorada sobrina Rocío Carrasco: “Me he sentido traicionado por ella”, dijo. En la última entrega publicada hasta ahora repasó la llegada de Antonio David a la vida de los Jurado (“He escuchado muchas cosas en Chipiona, donde todos los conocemos…”), y cómo su sobrina Rocío rehizo su vida con Fidel, de quien dijo: “Pedro Carrasco veía en él algo que no le gustaba”.
Amador ya habló de Rosa, a quien conoció cuando ella fue a ver a Rocío a su camerino y con quien ha compartido 35 años de matrimonio: “Tiene muchas cosas que reprocharme, y yo también a ella, como ya iré contando en estas páginas…”. Pues bien, hoy ha llegado la hora de hacerlo…

Todo sobre Rosa Benito…
Como ya adelanté en el segundo capítulo de estas memorias, cuando apareció Rosa en mi vida yo ya estaba un poco desanimado en mi relación con Luisa, mi novia de Chipiona desde que tenía 18 años. Estando siempre separado de ella, excepto en vacaciones, la relación se iba diluyendo y yo tenía mis tonteos, porque he gustado a las niñas siempre y he sido muy coqueto. Vaciles y tonteos no han faltado, pero soy excesivamente tímido para que me pinten como un conquistador y, además, no me gusta hacerle daño a nadie.
Rosa y yo nos conocimos el 5 de agosto de 1977. Yo estaba con Rocío en Alicante, en el Gallo Rojo, donde actuábamos todos los años. Tenía 24 años y estaba controlando el acceso de la gente al camerino de Rocío cuando se acercó Rosa y me dijo: ‘¡Hola, corazón!, ¿me puedes conseguir una foto de tu hermana?’.
Así conoció Amador Mohedano a Rosa Benito
Entré y ella me siguió. Le contó a Rocío que era peluquera, que tenía un local en La Rambla en sociedad con Juanma. Se guaseó de lo guapo que era su hermano… ¡Lo nuestro fue un flechazo, una historia de amor de las de película romántica! Cuando la conocí fue una locura, no vivíamos el uno sin el otro. Pocos días después, trabajando en Gandía, volvió… Nos siguió en la ruta de ese verano por Alicante. De una gira de 20 conciertos, Rosa nos vino a ver a seis o siete.
¡Se quedó conmigo!… Otro día fui-mos a su peluquería a que le arreglase a Rocío el pelo y así… Como también adelanté ya, no convivimos en ningún momento del noviazgo, porque yo vivía en Madrid y pasaba el tiempo de gira con Rocío… Eso sí, desde el verano de 1977, cuando iba de Madrid a Galicia, pasaba por Alicante para verla y así, cada vez que podía, viniera de paso o no… También Rosa viajaba algunos fines de semana a Madrid.

En esa situación, hablé con mi madre, poco antes de que muriese. Ella, que sabía muy bien cómo soy, me notaba algo cuando le conté: Mamá, hay una muchacha que he conocido, monísima, en Alicante y la tengo en la mente todo el día. Mi madre, que conocía la existencia de mi novia de Chipiona, me dijo: «Mira por tu felicidad. Ve dónde y con quién estés feliz». Aquello fue para mí el pistoletazo de libertad.
La ruptura con Luisa
En el verano de 1978 Luisa vino a verme a Alicante, donde Rocío y yo estábamos trabajando. Quería hablar conmigo. La noche que nos vimos estaba también Rosa, con quien ya llevaba un año de relación, y Luisa se dio cuenta de la química entre nosotros. Yo fui claro: «Vamos a dejar esto; voy a tomar otro camino».
A mí no me obligó Rocío a casarme, ni mucho menos. Pero, cuando murió, mi madre me quedé solo, mi hermana mayor casada; mi hermana Gloria, también. Necesitaba el cariño y la compañía de la mujer que me enamoró hasta caer sin puntilla en solo quince meses. De la noche a la mañana, casarme con Rosa fue un impulso incontenible.
Boda relámpago con Rosa Ya tenía la bendición de mi madre, contaba con mi Mehari, mi pastor alemán y 50.000 pesetas que eran toda mi riqueza como dote cuando llamé a Rosa: «Me voy para Alicante que mañana o pasado nos casamos». Ella aceptó, y en tres días lo hicimos.
Fue en noviembre de 1978. Yo no tenía ni traje, ni ella tampoco; no teníamos iglesia; había que buscar un sitio para celebrarlo. Entonces llamé a Rocío: «Que estoy aquí en Alicante, con la chica que tú ya conoces y nos vamos a casar. Me gustaría que tú fueses mi madrina». Se quedó de piedra. El hermano mayor de Rosa, Pepe, fue el padrino.
Nuestra noche de bodas Después de la ceremonia con un puñado de familiares y amigos, nos fuimos a la discoteca El Hipopótamo, donde lo celebramos con todos y con el grupo de homosexuales amigos de Rosa, porque ella, al igual que Rocío, tenía mucho tirón con ellos. Fue una boda divertida y muy sencilla. No hubo luna de miel y pasamos nuestra noche de bodas en el Hotel Sidi de San Juan.
Vivía con mi hermana
Yo salí de casa de Rocío para casarme, pues aunque yo tenía un apartamentito de soltero, vivía con mi hermana siempre. Rosa lo dejó todo, su trabajo y su negocio en la peluquería, a su familia y a sus amigos, para instalarse con- migo en Madrid.
Nos fuimos a mi apartamento del Barrio de la Concepción, al lado de Las Ventas, que era tan pequeño que si Kazan, el pastor alemán, movía el rabo tiraba todo lo que hubiera en la mesa. Con una habitación, una cocinita, un baño y un saloncito iniciamos nuestra nueva vida, disfrutamos allí una época de felicidad absoluta y Rosa estaba encantada.
Me vi con dinerito…
Tras morir mi madre, Rocío vendió el piso de Núñez de Balboa, que tenía puesto a su nombre. Los ocho millones los repartió entre mi hermana Gloria y yo. Me vi con un dinerito y busqué una casa más grande para Rosa, para mí y para los gemelos que venían de camino. Todo lo que veía era carísimo, se ponía en 8 millones, y yo no podía. Dando vueltas llegamos a Torrejón, donde los americanos estaban dejando muchos pisos al cerrarse la base y volver a su país. Vi uno espectacular.
La que iba a ser nuestra casa de familia era una monería: tres habitaciones grandecitas, una cocina preciosa, una terraza muy buena, un salón espacioso y dos cuartos de baño, más zona de lavadero. Con parqué… y una televisión, un equipo de sonido y una aspiradora espectaculares, de los que aquí no había. Compramos el lote completo, con la hipoteca de 600.000 pesetas. Dimos el dinero en mano y aún nos quedó un colchón para vivir un tiempecito. Ahí, en el número 8 de la calle Buenos Aires empezó nuestra vida de verdad.

Nacen nuestros gemelos
Nuestros hijos nacieron el 7 de abril de 1979. Eran sietemesinos. Yo seguía trabajando con Rocío, había dejado de vivir con ella, pero estaba más tiempo en su casa que en la mía. Vivía feliz con mi mujer y mis gemelitos. Luego nacerían Salvador, en la Nochebuena de 1985; y Amador, el 4 de julio de 1998.
En los primeros años de nuestro matrimonio, yo viajaba con Rocío y Rosa se quedaba con los niños. Tal vez yo he tenido más libertad que ella y he estado en un mundo que era muy goloso, antes de que mi mujer empezara a viajar con nosotros. He estado en muchos países, se nos han abierto muchas oportunidades y conocí a mucha gente. Ves una mujer espectacular, te pide fuego, ves el peligro y puedes caer o darte media vuelta…
Un poco sirvengüencilla
En mi matrimonio yo no voy a decir eso de que «desde que me casé»… Reconozco que, alguna vez, algún resbalón he pegado. Pero lo de infidelidad son palabras mayores. Dejémoslo en algún roneíllo, porque si le pasa a tanta gente, yo lo tenía más fácil. Era un roneo, un resbalón, pero ninguna historia seria o con continuidad. Para mí la infidelidad es quien deja a su familia y se va con otra persona. Yo eso no lo he hecho nunca. Lo que sí he reconocido es que siempre he sido un poco sinvergüencilla, tenía el atractivo añadido de ser el hermano de Rocío Jurado, tenía un cargo, «el que mandaba», y eso atrae a las niñas, a las mayorcitas, e, incluso, a las mayores.
Rosa me llenó
Para comprometerme con alguien me tiene que llenar mucho y Rosa, fue conocerla y me llenó. Yo necesitaba estar en casa y con ella. Estando soltero, no dejaba escapar a nadie, pero de casado he procurado seguir tan enamorado de mi mujer como el primer día.
Rosa tiene cualidades muy buenas, además de ser una mujer fantástica. Rocío decía de ella que era redonda, es decir que valía para todo. Y es verdad. Como peluquera, a Rocío le venía de maravilla, igual que como esteticista, un título que también tiene; por el amor que se tenían las dos, eran como hermanas, le venía muy bien para sus confidencias, para lavar su ropa interior. Por eso La Jurado le propuso: «Rosa, te deberías venir conmigo».
A Rosa le gustaba también ese tipo de cosas, esa vida de artista. Ya había nacido nuestro tercer hijo, Salva, que tenía 3 añitos y en 1988 se incorporó al equipo. Nunca hubo un contrato, como yo tampoco lo tuve: Rosa tenía su sueldo, que los gestores le liquidaban y no había pagas extras. Era no parar y matarte a trabajar, pero mi mujer ganaba un buen dinero. Hace 27 años podía cobrar 60.000 o 70.000 pesetas por gala, más los gastos pagados de hotel y de comida.
Empiezan los problemas
Desde entonces nos hicimos inseparables las 24 horas. Yo nunca he estado sin ver a Rosa más de un fin de semana. Pero esto se rompió, luché para salvarlo, pero no lo conseguí. Hay un momento en que ves que no hay forma, y ya punto final…
Pueden especular lo que quieran, pero hemos estado casados 35 años, y 33 de ellos he sido el hombre más feliz del mundo. Los otros dos vienen los problemas que han seguido creciendo, ya entran la discusión, el amor propio, ni uno ni otro quiere dar su brazo a torcer… Compartir trabajo conllevó unas tensiones que se trasladaban a la pareja. Rocío era una gran diva, con una profesión exigente que comportaba una gran responsabilidad, ya que la miraban con lupa. Y el que está detrás y solucionando los temas trabaja con una lupa de más aumento todavía.

La tensión, las prisas, los ner- vios, los cúmulos de trabajo, se juntaban con un problema familiar y hacía que saltásemos en algunos momentos, por puro cansancio: salir yo corriendo en avión, con 25 músicos; ella, con la Jurado, con sus historias, tarde, a la carrera… Llegar a otro país, sacar todo, preparar la actuación…
Separados de nuestros hijos
Además estaban las largas separaciones de nuestros hijos, que mientras nos encontrábamos de gira por España y el mundo vivían en Madrid, divinamente al cuidado de mi cuñada Mari Ángeles, la hermana de Rosa. Afortunadamente, han estado muy bien criados, educados en colegios americanos bilingües, donde pagábamos por los tres mensualmente 300.000 pesetas hace veintitantos años. Estaban bien atendidos, pero los echába- mos de menos, claro.
Rocío, Rosa y yo…
La relación con Rocío era perfec- ta, estaban hermanadas de una forma especial. Para Rocío, Gloria era su hermana Gloria, eso está claro; pero con Rosa se pasaban juntas tantas horas, hoteles, actuaciones… que tenían una forma de entenderse y un cariño muy especial. A Rosa no le faltaba nada que Rocío no lo supiera, que no se lo comprara o lo fuera a tener. Se llevaban de maravilla.
Lo primero que le regaló fue un coche, un Seat 127. Y en el día a día era continuo. También le regaló alguna joyita, porque a Rosa le gustan y Rocío con ella fue siem- pre muy espléndida. Eso no quita que discutieran. Había momentos del día, cuando actuaba, que estaba en un estado de nervios… ¡qué no hay quién esté al lado de un personaje en esa situación! Lo que ocurre es que tienes que pasar la mano y enten- der que es normal… Luego viene la realidad cotidiana, la calma. Rocío nos exigía a todos. A mí el primero, y al que más…
Yo también siempre he sido muy detallista con Rosa… Y con mi hermana Rocío, porque si le compraba una cosa a la una, también lo hacía a la otra. A las dos tenía que tenerlas contentas. Y no por un problema de celos sino porque cuando estábamos fuera, Rocío era la que más sola estaba: dormía ella sola en su habitación. Si a Rocío le compraba dos camisetas, a Rosa también… Y las dos me tenían a mí mimado. He sido el hombre más afortunado del mundo, mimado por mis muje- res toda la vida.
A Rocío le regalé una sortija que en su momento me costó un millón y medio de pesetas. Y le regalé otra a Rosa… Y no he robado para hacerlo, sino que trabajé mucho, muchos años, por el mundo entero.

Todo se fue a pique…
En todos los matrimonios aunque se sea muy feliz y el resultado final sea bueno, tienes momentos maravillosos y otros que no lo son tanto. En treinta y cinco años de mi matrimonio con Rosa, además pasando las 24 horas del día juntos, trabajando también, hay discusiones… no crisis.
Como dije, nunca estuve separado de mi mujer ni una semana, jamás en mi vida. Se fue a Supervivientes, que no me importó y me pareció perfecto que viviera esa experiencia. Yo creí que lo iba a disfrutar también desde fuera, como un espectador más del reality, pero me pudo… Tú ves un glamour, unas atenciones, unas sonrisas y unos bailoteos de tu mujer cuando tú estás hecho polvo… Tienes a los paparazzi viviendo en tu puerta y te cuesta. Ella estaba trabajando, concursando y ganando su dinero…
Pero la repetición de las escenas aparentemente equívocas, una y otra vez, y yo aquí… ¡Claro eso influye para que al final, aunque no seas celoso, te pongas! Hay que estar muy preparado en la vida para superar estas cosas que hacen mucha mella. Cuando salió, yo esperaba que Rosa reaccionara de otra manera y dijera: «No, señores. Esto no es así». Independientemente de que des- pués a mí, en privado, me dijera que era un hijo de Satanás. Pero en público, no lo aguanto… ni lo entiendo.
Te comes el coco por celos… Si estás enamorado, siempre hay celos, es normal. No hablo de unos celos enfermizos, por supuesto. En nuestro ambiente y nuestro trabajo yo he visto a Rosa con músicos, público, gente joven y guapísima, que la han besado y piropeado y siempre lo vi tan normal. Nunca percibí ninguna doble intención. Además, Rosa a mí siempre me ha respetado mucho.
Pero, de pronto hay una ton- tería que tú no has percibido y eso, como espectador, te lo recuerdan continuamente. Te lo ponen una, dos, tres veces; más despacito, imagen parada… Y luego la polémica y las especulaciones y es inevitable: Te comes el coco. Si tú no quieres a la persona te da igual. Pero la quieres, sufres…
No es que empezara por parte mía, que lo veía de entrada todo muy bien y muy normal, sino por las vueltas que se le dio al tema. Hasta hizo falta que me vieran dos psicólogos. Lo que a mí me molestó es que públicamente se dijeran tantas cosas. Yo he estado hasta ahora callado, sin quererme defender siquiera, porque me parecía todo una aberración.
Crisis y divorcio
Nunca creí que eso fuera a separarnos. Primero, pensé que ella no iba a durar tanto allí. Rosa es de playa, pero con sus cremitas, su sombrilla y su hamaca. Pensé: «A los 15 días la han echado». Pero vi no, que duraba y duraba… Y la soledad también me pudo, y después, en ese estado, hubo quien encontró mi punto flaco, que era esa soledad y las ganas de estar con ella y verla, y lo trataron de una forma que me pudo más todavía.
Rosa no supo contarlo
Yo pensaba que al salir de la isla íbamos a estar como siempre, felices, con nuestras cosas, los hijos ya crecidos, los nietos. Pero me lo impidieron las opiniones y los comentarios de tantos… Y ella no supo cortarlo como yo esperaba sino que, al contrario, lo que hizo fue hablar más y ahí empezó la gran crisis nuestra para mí: Me vino un mal de amores, de soledad, que no lo superé. No pude. Pero en 2013, cuando me dijo Rosa que nos íbamos a divorciar, me puse malo, me quería morir. Lo hizo por teléfono. Conmigo no ha querido más contacto: no ha atendido a mis llamadas ni a mis mensajes.
Ya con un abogado de por medio, lo vi tan serio, que no tenía solución. Yo todavía tengo mis anillos y cuando veo aquellas imágenes, de ella fundiendo su alianza ante las cámaras, aún no doy crédito. Hay varias cosas que yo no he entendido. Comprendo que tú estés en un programa de televisión donde tienes un contenido determinado y cosas que contar, pero no de esa forma. Tal y como yo lo siento, no.

Ahora me doy cuenta…
En lo que a mí respecta, todo comenzó por su reacción ante lo que comentaban otros, porque, cuando yo estuve en la isla tres años más tarde, me di cuenta allí de muchas cosas y pude comprender muchos pasajes de la estancia de Rosa, aunque creo que lo entendí desde el principio. Lo que pasa es que luego no me ayudaron a comprenderlo, sino al contrario, lo liaron todo y me envenenó.
Yo en Supervivientes
Dios aprieta pero no ahoga, y la oferta de Supervivientes 2014 apareció en el momento justo. Yo toqué fondo, estaba muy mal. Siempre amparado por mi familia de Chipiona. Para comer no me ha faltado, porque podía acudir a cualquiera de ellos, como mi prima Nieves o mi primo Antonio, que me daban de almorzar y de cenar.
Pero el día que me llamaron, me levanté por la mañana y tenía tres euros, nada más. Ni banco, ni nada: tres euros y dos pastores alemanes, eran mi capital. Suena el teléfono y era Pedro Juan, de la productora Magnolia, y me comenta que querían verme. Me quedé extrañado. Me ofrecieron ir al concurso que ya había empezado hacía un mes. Dije que no. Me cogió muy de sorprendente y yo había estado diez días de tratamiento por la espalda y, aunque no tenía un euro, me daba pánico .
Cuando llegué a la isla, se había dicho que Jacqueline ya vivía conmigo y eso no es cierto. Decidí unirme a ella después de Supervivientes, y cuando Rosa me machacó públicamente y me dejó chafado. Cuando me iba para la isla, con la mente limpia de todo, estando allí empezaron a decirme en la gala: «¿Y si viniera Rosa a verte?» Creí que la iban a traer y nació la esperanza de que si venía igual nos arreglábamos.

El corte final
Pero el corte de ella, su actitud, me paró. Pensé «Amador, te quedas en la isla sin ninguna respuesta a nada». No hubo ni charla ni nada. Si ella iba por un sitio y yo por otro, nos cruzábamos con las cámaras siguiéndonos. En caso de pararnos a hablar, la cosa hubiera terminado en reproche tras reproche. Ella tendrá mucho que reprochar, pero yo también por lo que se me ha hecho a mí.
Adiós a 35 años de amor
Fue mi último cartucho con Rosa, aunque estaba ya muy quemado y tenía muchas dudas de un posible arreglo. Pero, la esperanza es lo último que se pierde… No era necesario lo que hizo, todo el pes- cado estaba ya vendido. Pero fue la puntilla para que yo dijera: «Adiós». Cuando ella se iba en el barco y me despedía con la mano, no le estaba diciendo adiós a ella, sino a los 35 años de matrimonio…