“Más que romántico, soy cariñoso”
![]()
«Soy Cáncer, así que tengo un punto romántico», confiesa Carlos Iglesias, «aunque mi mujer dice que no lo soy. La verdad es que, más que romántico, soy cariñoso. Somos una pareja con una relación fresca, pero no somos ñoños». En verdad es mucho más romántico de lo cree. Tal vez no sea «de recordar las fechas de los cumpleaños o de regalar flores el Día de los enamorados», pero tiene una visión romántica de la vida: se ilusiona escribiendo historias que cierran heridas, dirige pensando en entretener a los espectadores mientras les regala un mensaje con el que pensar, no se ha quedado a disfrutar de la fama y el dinero ganado en la televisión, sino que las ha arriesgado en hacer cine con proyectos personales: «Yo, que viví la emigración en mis propias carnes y pasé mi infancia en Suiza, no podía quedarme callado al ver cómo los españoles empezaban a tratar mal a quienes venían en busca de una vida mejor. Somos un país de emigrantes, no podemos olvidar eso».
Con ‘La bala’, un ‘thriller’ basado en la historia real de dos hermanos que parten a Rusia para recuperar el cuerpo de su tía, una enfermera de la División Azul que murió durante la Segunda Guerra Mundial, Carlos vuelve a mostrar su lado romántico al confesar sus intenciones: «Me gustaría que gente muy conservadora también se emocionara con la película, porque no quiero caer en la trampa de un relato simplista de buenos y malos. Creo que es importante que la memoria histórica ayude a lamer las heridas de todos. Cuando yo era pequeño, en la tele alemana siempre ponían documentales sobre el nazismo porque era su forma de no olvidar el horror en una sociedad que defiende la libertad. Pero algo mal hemos debido hacer nosotros cuando la juventud cree que bajo la dictadura se vivía mejor».

Trabajo en familia
En su reparto, ‘La bala’ cuenta con Silvia Marsó y Carlos Hipólito, entre otros, pero su protagonista es el propio Iglesias: «A veces, dirigirse a uno mismo es más fácil de lo que parece porque no hay diferencias de opinión en el equipo. En mi caso, el guionista, el director y el actor están de acuerdo», bromea. Pero tiene también a sus órdenes a Eloísa Vargas, su esposa, y a Paula Iglesias, su hija. Ahí la cosa cambia: «La confianza es lo que tiene, que al final las actrices se toman libertades que no tendrían con otro director». La ventaja es que él las conoce tan bien que sabe sacar lo mejor de ellas: «Cuando escribo ya sé cómo hablan, puedo usar su lenguaje para que todo encaje mejor.»
A su mujer la conoció en la escuela de interpretación: «Es mi compañera, mi amiga. La amo y me ama. Es muy crítica. Y un poco bruta cuando me dice las cosas que no le gustan, pero es la primera en leer lo que escribo. La escucho, confío en su criterio. A veces dejamos reposar una escena, la comentamos y luego la retomo con otra visión.»
Carlos reconoce que uno de los puntos fuertes de su personalidad es su sentido del humor: «Aunque mi mujer en ocasiones me dice que es demasiado. Por mi parte, me echo de menos más capacidad de aceptar la ironía por parte de la gente». Pero el humor no será su único legado. Fue Eloísa quien, llegado el momento, tomó la decisión de ser padres: «Yo no lo había pensado, tampoco sabía cómo enfrentarme a ello, pero resultó fácil gracias a ella. Además, mis dos hijos llegaron con un pan debajo del brazo en forma de series o programas de televisión».
Cuando Paula le dijo: «Papá, quiero ser actriz», a Carlos se le cayó el mundo encima: «Todos queremos seguridad para nuestros hijos, que tengan una vida mejor, y yo conozco bien los vaivenes de esta profesión. Por no hablar de toda esa gente con talento que no llega a tener una carrera. Es muy duro». Pero entonces sucedió algo inesperado. Un día, viendo la televisión, descubrió a su hija en un anuncio de pizzas: «Me dí cuenta que no tenía derecho a negarle cumplir su sueño. Es muy buena, tiene una intuición innata, así que decidí que mi deber era apoyarla en todo».

Diario personal
El ’emoji’ que más usa: El del muñeco que se tapa la cara como con vergüenza. No sé, pero me da que tiene muchas connotaciones.
Se haría un ‘selfie’ con: Me habría gustado tener uno con Fernando Fernán-Gómez, pero esas cosas no se hacían antes.
Un momento ‘tierra, trágame’: En un velatorio, al referirse al difunto, la viuda comentó: ‘Con lo bueno que estaba!’ y yo respondí que ‘no lo estaría tanto si se murió.’ Se me escapó, fue algo absurdo porque yo lo estaba pensando, pero creyendo que estaba en silencio.
Un sacrificio por la fama: Pasar el 90% de los veranos lejos de las playas españolas para poder bañarme tranquilamente sin ser reconocido. Lo bueno es que eso me ha permitido viajar mucho y conocer mundo.
Algo que no puede faltar en su día a día: Ver cine. Al menos, dos películas. Al mediodía, una del Oeste. Por la noche busco otros géneros.
Su primer beso: Fue con una chica brasileña, hija de unos amigos en Suiza. Yo tendría unos siete años. Nos robamos el beso mutuamente en la habitación. Tal vez sea la nostalgia, pero el tiempo idealiza ese recuerdo.
Tiene miedo a: Al sufrimiento, al deterioro mental, al dolor físico. Asumo que me hago viejo, pero no quiero pasarlo mal.
Un lugar para perderse: En Schwellbrunn, en el precioso cantón Appenzell Exterior, en Suiza.
Dentro de 10 años se ve: Me conformo con seguir activo, dedicándome a lo que me gusta. Mis amigos me tienen envidia porque mi profesión y mi vocación me lo permiten. ¡Es que trabajar en esto me da vidilla!
El pequeño Carlos: Como era hijo único, estaba un poco mimado. Sobre todo por mi tía y por mis abuelos. Lo malo era una cierta soledad cuando llegaban los largos y fríos inviernos suizos: me encerraba en la habitación a jugar a indios y vaqueros, solo que me metía en ambos papeles a la vez. Pero era muy sociable, incluso a pesar del idioma, una barrera que yo superaba para ponerme a contar historias con las que mis amigos se quedaban absortos. Cuando volví a España, lo pasé fatal en el colegio por las faltas de ortografía y al descubrir que los curas pegaban a los niños. Eso no lo había visto nunca.