La humorista, que ha estrenado ‘Cuerpos locos’, se abre para hablar del amor, de su hija, del duelo y de la conciencia del momento feliz que vive.

Cuando nos damos cuenta, llevamos casi hora y media de conversación. Paz Padilla transmite serenidad y una felicidad a la que he llegado transitando por momentos de dolor: «Estoy en una fase de aceptación en la que no cambiaría nada de mi vida ni de mi forma de ser, porque yo soy todo ese abanico de cosas, de emociones. Aceptar no quiere decir resignarse, solo es un paso necesario para la armonía».
A pesar de vivir una etapa feliz («ahora trabajo menos y dedico más tiempo a la familia, a los amigos, a mí misma: hasta me he apuntado a un taller de decoración navideña»), al hablar de su hermano fallecido, se emociona: «No reprimo el llanto. El duelo es una transformación, hay que asumirlo. Si me viene el llanto por un recuerdo me dejo atravesar, me desahogo y se pasa. O lo hablas o lo lloras, pero hay que hacerlo. Es muy bonito haber sentido el amor de mi hermano. Se llevó parte de mí, pero me dejó parte de él. El amor no se va. Y no se llora por alguien que no se ama».
El amor es un sentimiento que Paz no disimula: «Ahora mismo no tengo un amor platónico sino compasivo en el que cada uno da lo que puede sin reclamar nada». A su pareja, Fran Medina, la presentó en sus redes sociales con un hermoso mensaje. «El dolor te lo dan las expectativas y si no te dan lo que esperas, sufres. El mío es un amor de acompañamiento. Y es verdad que yo conocí un amor romántico, pero no lo volveré a tener. Nunca me enamoraré como lo hice de Antonio porque esa MariPaz ya no está tampoco», confiesa no sin dejar escapar alguna lágrima.

Por eso le duele que sus demostraciones de amor provoquen rechazo, incluso odio: «Hay quien me ridiculiza cuando digo ‘Te quiero’. La gente acepta el insulto, el acoso, pero no el amor. No entiendo los ataques. Tal vez sea porque les pongo un espejo, hablo de amor y ellos no tienen o no saben hacerlo».
Hay algo de su carácter que luce orgullosa: «La alegría, por encima de todo. Aunque es una emoción que no se trabaja; como si estar triste estuviera asumido, pero estar alegre, no». Como lo está de su hija, Anna: «Cuando ella nació, cambió la prioridad, salí del ‘yo’ para ir al ‘tú’. Me hice responsable de una vida, entendiendo que mi deber era que fuera feliz. En ese tiempo me quedé en la retaguardia hasta que se independizó, poco a poco volví a ser yo misma. Y con el orgullo de saber que se iba de casa porque era su momento. Nada me habría hecho más daño que saber que mi hija huía de mí».
Son uña y carne, madre e hija, amigas, socias: «Hay que educar en la compasión, en la empatía. Es importante entender que no somos perfectos, esto no es una competición y autoexigirnos demasiado nos destruye. Los hijos no son superhéroes. A mi hija la quiero como es, no quiero que se angustie pensando que debe ser más que yo».
Y cuando a Paz le ofrecieron el papel protagonista de ‘Cuerpos locos’, una comedia familiar en la que da vida a una jueza arisca que, tras un extraño fenómeno meteorológico, intercambia su cuerpo con el de su hijastra, una niña algo traviesa, fue precisamente Anna quien le dijo: «Mamá, este personaje solo lo puedes hacer tú porque nunca has madurado». Con la ayuda de su ortofonista para colocar la voz, la actriz tenía muy clara su apuesta: «No quería hacer una caricatura, quería que se viera cuándo era la niña y cuándo era la jueza. Para ello he trabajado mucho con mi cuerpo, siempre lo hago porque me encanta jugar con él, y no tengo miedo al ridículo».
Paz defiende la comedia con uñas y dientes: «El drama conecta más fácilmente con el público porque el dolor o el sufrimiento son universales, pero hacer reír es más difícil, porque cada uno tiene un sentido del humor».
Si la vida le diera la misma oportunidad que a la protagonista de ‘Cuerpos locos’ y Paz se viera en el cuerpo de su hija, lo tiene claro: «Volvería a ser joven, haría más deporte, aprendería a tocar la guitarra… Pero en el fondo no cambiaría nada. La gran lección de la vida la aprendes con la experiencia. Y la principal es dejar de preocuparse por las cosas que no valen la pena».
Diario personal
El ’emoji’ que más usa: La gitana, ¡Olé! Me hace mucha gracia. Cuando la uso en algún chat con extranjeros, me responden con la carita feliz, así que supongo que me entienden.
Se haría un ‘selfie’ con: Me los hago con todo el tiempo, siempre que sean buenas personas. Me encantaría tener uno con George Clooney o con Richard Gere.
Un sacrificio por la fama: Perder mi espacio y verme sometido al juicio constante por gente que no me conoce, que me encasilla por mi forma de ver la vida. Y es que, cuando te han significado, cuesta cambiar la imagen que tienen de ti.
Un momento ‘tierra, trágame’: Cuando éramos novios, mi Antonio me llevó a conocer a sus padres. Nos sentamos en el salón, yo me levanté a saludar y se me enganchó la pata de elefante de mis vaqueros con la mesa de cristal. Al caer, se partió por la mitad. Momentos de esos tengo millones.
Algo que no puede faltar en su día a día: Abrazar, que me abracen. Me despierto y lo primero que pienso es qué voy a hacer para darle sentido a mi vida. No quiero vivir por inercia.
Un propósito que nunca cumple: Estudiar inglés para hablarlo bien, para soñar y pensar en inglés. Pero, nada, se ve que tengo un problema en el hipocampo que me lo impide.
Un lugar para perderse: En mi Zahara de los atunes, en Cádiz. Allí me pierdo y mi alma se sienta, reposa.
Su primer beso: Fue asqueroso. Yo creía que sería como en las películas, pero no, me metió la lengua y me dejó la cara llena de babas. Luego me dejó porque decía que era una inmadura: claro, tenía siete años.
Tiene miedo a: A no ser yo misma, a no seguir aprendiendo.

Dentro de 10 años se ve: Delgada, con ganas de cachondeo y con un poso de amor. Seré una vieja yeyé rodeada de gente de todas las edades. No me importará que me digan cosas como ‘te sigo desde que era una niña’, al revés, me gusta.
La pequeña Paz: Era un bicho. Mi madre me decía que era ‘radioactiva’ y yo le corregía: ‘Se dice hiperactiva’. Tanto, que tengo 56 años y no sé qué es sentarse en un sofá. Me pasaba el día peleando con mi hermano Luis, éramos inseparables. En casa no se cerraban las puertas, por eso no tengo pudor y me gusta el ruido. Era una niña muy traviesa que hacía muchas trastadas, en casa y en el colegio, donde lo mismo sacaba un 0 que un 10, según lo que me interesara la asignatura.