La trágica vida de Ada Chura, una de las grandes divas de la tecnocumbia peruana, es un relato que oscila entre el apogeo estelar y la cruda realidad del declive artístico.
Es una historia de triunfos masivos, de decisiones con principios y de la lucha incansable de una madre soltera por sacar adelante a su familia.
El contraste entre su época de gloria, donde llenaba estadios, y su posterior realidad, ganando una cifra modesta, es un reflejo de la volátil industria musical.

El nombre de Ada Chura evoca inmediatamente los años dorados de la tecnocumbia, un género que dominó la escena popular peruana a finales de los años 90.
Ella, la menudita cantante tacneña de voz sentimental, se erigió como un icono, equiparable a otras grandes figuras del género como Rosy War, Ruth Karina o Ana Kholer.
Su carrera profesional despegó de manera definitiva con la orquesta que terminó rebautizada a su medida: Ada y Los Apasionados.
Como vocalista principal, su estrella brilló con intensidad.
Los hits musicales que impuso se convirtieron en verdaderos clásicos de la tecnocumbia, como “Si te vas”, “Llorando tu partida” y “Te arrepentirás”, temas que aún resuenan en el recuerdo colectivo.
Pero antes de alcanzar la fama, la vida de Ada estuvo marcada por la necesidad y el esfuerzo.
Con apenas 19 años, se convirtió en madre soltera, una realidad que la obligó a tomar decisiones difíciles.
Buscando una mejor oportunidad para su hijo, Jesús, y para sí misma, tomó la dura decisión de migrar.
Cuando tenía entre 22 y 23 años, viajó a Chile.

Allí, durante aproximadamente un año, trabajó como niñera, cuidando niños.
Las dificultades de la migración sin papeles legales la obligaron incluso a servir helados para ganarse la vida.
Fueron dos años de esfuerzo y sacrificio lejos de su patria, una etapa de anonimato muy lejana a los escenarios que luego conquistaría.
El destino, sin embargo, tenía otros planes.
Ada regresó al Perú justo en el momento exacto en que la tecnocumbia vivía su máximo esplendor, un verdadero boom.
Un productor musical la contactó para unirse a una nueva agrupación llamada La Nueva Pasión.
Aunque ya había debutado en escenarios locales a los 15 años, en 1989, fue con esta orquesta, a finales de los 90, que grabó su primer disco y comenzó a hacerse conocida profesionalmente.
Los cambios de mánager e ideas llevaron a que la orquesta se transformara en Ada y Los Apasionados, catapultándola directamente al estrellato.
En pleno auge del género, y cansada de las inevitables comparaciones con otras divas, Ada Chura soltó una frase en una entrevista que se inmortalizó y definió su carácter en el ámbito musical.
En clara alusión a Rosy War, la cantante sentenció: “Yo no ronco, canto”.
Esta declaración no solo mostraba su confianza en su arte, sino también su deseo de desmarcarse de las rivalidades superficiales y centrarse en su talento vocal.
Otra historia que ilustra la integridad de Ada Chura fue su rotundo rechazo a la política en un momento de gran poder y tentación.
A finales de los años 90, en pleno gobierno de Alberto Fujimori, se le propuso amenizar eventos del régimen.
Un funcionario incluso la invitó a firmar contratos en el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).
Ada, con una visión clara y principios firmes, le dijo no a Fujimori.
“No era necesario meternos en política. La política nunca es limpia. A futuro nos traerá complicaciones”, le dijo a su entonces representante.
Esta negativa a involucrarse en eventos del gobierno fue un acto de intuición y de fuerte principio, priorizando su arte sobre los beneficios económicos y la cercanía al poder.

No todo fue un éxito interminable en la trayectoria de Ada.
A mediados de la década del 2000, tras haber saboreado la cima, el fenómeno de la tecnocumbia comenzó a decaer en el gusto popular, una ley no escrita de la industria.
Ada Chura, quien había dedicado toda su juventud a los escenarios, comenzó a sentir el desgaste natural de la vida artística.
Con unos 26 años, decidió que era el momento de hacer un alto en el camino y dedicarse a su familia, buscando la normalidad que el estrellato le había arrebatado.
Con el paso del tiempo, se supo la verdad de su retiro por su propia boca, una razón tan sencilla como profunda.
“Me retiré del ambiente, de las críticas típicas de la gente, de la prensa. Yo quería hacer mi vida normal. Esa fue mi razón para salirme”.
Cansada del chismorreo, de la inestabilidad del medio y de los flashes, Ada anhelaba ser una persona común y corriente.
A esta fatiga se sumó la realidad económica.
El declive del género significaba, inevitablemente, menos shows y menos ingresos.
Ada tenía tres hijos que mantener, y los pocos trabajos que consiguió fuera de la música no le alcanzaban para vivir dignamente.
Esta es la parte más amarga de su historia.
En su natal Tacna, aceptó un puesto como asistente de marketing en la municipalidad.
Su sueldo era de apenas 700 soles al mes.
Esta cifra, modestísima y muy por debajo de lo que ganaba en sus días de gloria, no solo era insuficiente, sino que la obligaba a compaginar este trabajo con algunas presentaciones esporádicas que surgían.
La necesidad económica y el amor al arte la hicieron reconsiderar su retiro.
Su primera despedida de los escenarios no sería definitiva.
Hubo incluso un periodo en el que buscó nuevamente nuevos rumbos fuera del país, un intento de escapar a la inestabilidad.
Viajó a España con su esposo y ambos probaron suerte en Europa.
Ella trabajó cuidando abuelitos en Palma de Mallorca mientras él laboraba en el rubro de la electricidad.

Sin embargo, la experiencia europea duró apenas unos 8 meses.
La diferencia salarial, una vez descontados los gastos, no compensaba el dolor de estar lejos de casa y de su familia.
La pareja decidió volver al Perú.
Quedó claro que el destino de Ada Chura estaba intrínsecamente ligado a su patria, a su público y a la música que siempre la llamaba de vuelta.
En el ámbito personal, uno de los momentos más emotivos que se hizo viral en las redes y los medios ocurrió hace unos años.
Ada apareció en el programa de televisión “En Boca de Todos”.
La producción le tenía preparada una sorpresa inolvidable.
Su hijo Jesús, con quien había estado un tiempo alejada, entró al set disfrazado de repartidor para reencontrarse con ella.
Al verlo, Ada quedó completamente en shock y rompió en un llanto desconsolado y emotivo en vivo.
Fue una muestra palpable del profundo amor que los une y de las cicatrices emocionales que dejó el sacrificio de su carrera y sus periodos de migración.
Hoy, a sus 49 años, Ada Chura sigue cantando, aunque con una visibilidad diferente a la de antaño.
Vive una vida más tranquila, principalmente en Tacna, alejada del constante foco de los reflectores, pero nunca retirada por completo de la música.
En sus redes sociales oficiales, Ada suele anunciar los conciertos donde participará, demostrando que su pasión por la música sigue tan viva como en sus días de gloria.
Su vida es un testimonio de la montaña rusa que es la fama, la entereza de una mujer que enfrentó la adversidad y la lealtad a sus principios, incluso cuando implicó renunciar a contratos lucrativos.
Ada Chura pasó de ser una niñera en Chile a llenar estadios, solo para luego trabajar como asistente de marketing por un sueldo exiguo.
Esta es la historia de una diva que no “roncaba”, solo cantaba, y cuya voz y vida resuenan como un clásico.
Su trayectoria es un recordatorio de que el éxito es efímero, pero la dignidad y el talento son eternos.
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