Dulce murió hace dos meses, dejando un vacío profundo en el corazón de su familia y amigos.
Su partida fue inesperada, y a pesar del dolor que aún persiste, había algo que todos esperaban con ansias: la lectura de su testamento.
Después de semanas de incertidumbre, finalmente se realizó la lectura del mismo, un acto que generó gran expectación y, al mismo tiempo, nerviosismo en quienes estaban presentes.
En la sala de abogados, todos se sentaron en silencio, esperando las palabras que sellarían el destino de los bienes y las decisiones de Dulce.
Su hija, la principal beneficiaria, estaba visiblemente nerviosa, sin saber qué esperar. Aunque siempre se había sentido segura del amor de su madre, el testamento representaba una parte de su vida que no podía controlar.
Cuando el abogado comenzó a leer, la tensión se apoderó del ambiente. Al principio, no había nada sorprendente; los bienes materiales de Dulce fueron distribuidos entre sus seres más cercanos, con una estructura clara y predecible.
Sin embargo, a medida que avanzaba en la lectura, algo inesperado ocurrió.
El testamento incluía una cláusula especial, dirigida directamente a su hija, que dejó a todos en completo shock.
Dulce había decidido no solo dejarle una considerable herencia económica, sino también un legado emocional.
La carta, escrita con palabras llenas de amor y reflexión, hablaba de sus sueños para su hija, de los sacrificios que había hecho a lo largo de su vida para asegurar su bienestar, y sobre todo, de su profunda confianza en que ella seguiría adelante, haciendo honor a los principios que siempre le inculcó.
Pero lo más impactante fue la última disposición: Dulce había dejado en manos de su hija una misión personal, algo que debía cumplir para cerrar el círculo de su vida y dar continuidad a su legado.
Esto dejó a la joven completamente conmovida y, aunque al principio no entendió completamente el alcance de esta misión, sabía que, en algún momento, comprendería la razón detrás de esa última voluntad.
La lectura del testamento no solo marcó el final de un capítulo, sino también el inicio de una nueva etapa para su hija, quien, aunque todavía procesaba la pérdida de su madre, se dio cuenta de que lo que había recibido no solo era material.
Había heredado el conocimiento, los sueños, y sobre todo, el amor incondicional de una madre que aún, desde el más allá, la guiaba.
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