Luego de ser uno de los galanes más reconocidos del cine, el eterno rival de Pedro Infante y conquistador de las mujeres más bellas partiría de la peor manera.
Solo, en silla de ruedas y considerado un estorbo por sus hijos.
Con apenas 12 años, su madre lo inscribió en el seminario de Tulancingo, Hidalgo, sin chistar demasiado, pero con el recelo de estar viviendo el sueño de otra persona.
Durante cinco años se formó en filosofía y humanidades, pero con la certeza de que aquella no era su vocación.
Finalmente, un día regresó a casa y confesó que no quería continuar en el seminario.
La reacción de su madre fue tajante: “Te perdiste el cielo”.
Para colmo, su padre ya tenía otro plan para él.
“Si no quieres ser sacerdote, vas a estudiar leyes”, sentenció sin darle opción a réplica.
Así, Joaquín Cordero se vio matriculado en la Escuela Libre de Derecho en la Ciudad de México.
Nunca sintió verdadera pasión por el derecho, pero lo estudiaba para complacer a su padre.
Entre libros y largos trayectos en camión, se cuestionaba si era su verdadero destino hasta que, por casualidad, se encontró con un rodaje en plena calle.
Fascinado por la posibilidad de ganar dinero como extra, comenzó a frecuentar los Estudios Churubusco en busca de oportunidades.
Tras meses de intentos fallidos, el director Chano Urueta le ofreció un pequeño papel en *El corsario negro*, marcando su debut en el cine.
Esta decisión lo llevó a un fuerte conflicto con su familia, al punto de romper la relación con su padre y abandonar la universidad para dedicarse por completo a la actuación.
El destino le tenía preparada una segunda oportunidad cuando, trabajando como pasante en un despacho, se enteró de una demanda contra Chano Urueta y decidió advertirle.
Ese gesto de gratitud despertó el interés del director, quien comenzó a darle papeles con más continuidad.
Así inició la carrera de Joaquín Cordero, un exseminarista y exfuturo abogado que, por una mezcla de casualidad y necesidad económica, encontró en la actuación su verdadera vocación.
Con el tiempo se convirtió en uno de los rostros más reconocidos del cine y la televisión mexicana.
Su personalidad sobria y su físico imponente le permitieron destacar en la industria.
En la década de 1940, pasó de ser un simple extra a obtener papeles de reparto con mayor exposición.
Participó en *A volar joven*, junto a Mario Moreno “Cantinflas”, lo que lo puso en el radar de productores y directores.
Su imagen de galán serio y rudo encajaba en múltiples perfiles: policía, boxeador, trabajador abnegado.
A pesar de que la versión oficial lo señalaba como un hombre de un solo amor, tuvo romances fugaces con figuras como Ana Luisa Peluffo y Adriana Welter.
Sin embargo, su primer matrimonio documentado fue con la actriz María Elena Marqués, una de las figuras más bellas de su tiempo.
La unión fue un desastre y terminó en divorcio tras tres años de constantes crisis.
En 1950, encontró el amor en Alma Guzmán, hermana de la periodista Maxine Woodside.
Aunque ella dudaba de su fama de conquistador, él demostró su compromiso y se casaron ese mismo año, justo cuando obtuvo su primer protagónico en *Las dos huérfanas*, lo que le permitió costear la boda.
Su matrimonio duró 62 años y se convirtió en el pilar fundamental de su vida.
Para 1953, ya era un actor reconocido cuando Ismael Rodríguez lo eligió como el oponente de Pedro Infante en *Pepe el Toro*.
Sin embargo, su admiración por Infante le jugó en contra.
Al presentarse en el set, lo saludó con entusiasmo, pero el ídolo de Guamúchil se levantó sin decir palabra.
Infante lo menospreciaba, lo llamaba “improvisado” y dudaba de sus habilidades en el boxeo.
Durante los ensayos, el desdén creció hasta que Pedro lanzó golpes reales.
Joaquín los soportó hasta que, cansado del maltrato, respondió con un gancho que sorprendió a Infante y desató una pelea real en el set.
Ismael Rodríguez y Wolf Rubinski tuvieron que separarlos.
Aunque la filmación continuó, la relación entre ambos nunca mejoró y no volvieron a trabajar juntos.
Pese a las tensiones, su participación en *Pepe el Toro* impulsó su carrera.
Durante la década de 1950, siguió ascendiendo en el cine mexicano, pero con la llegada de nuevos rostros juveniles, el estereotipo de galán cambió.
Un profesor de actuación lo cuestionó sobre si realmente sabía actuar, lo que lo llevó a estudiar teatro en la academia de Celestino Gorostiza.
El cine mexicano entró en declive en los años 70 con la llegada del cine de ficheras.
A diferencia de muchos actores que aceptaron participar para mantenerse vigentes, Joaquín Cordero se negó rotundamente, argumentando que el cine debía reflejar con dignidad la identidad del país.
Su rechazo lo alejó de la pantalla grande, y muchos creyeron que su carrera estaba acabada.
Sin embargo, encontró una nueva oportunidad en la televisión, donde su versatilidad lo convirtió en un rostro recurrente en el melodrama.
Participó en innumerables telenovelas, destacando en títulos populares hasta su última aparición en *Fuego en la sangre* entre 2004 y 2008.
Más allá de la actuación, su formación filosófica lo llevó a escribir ensayos y textos personales.
También incursionó en la música de manera inesperada.
Durante un viaje a Argentina, aceptó la invitación de una amiga para cantar tango en un café.
Su interpretación sorprendió al público y le abrió la puerta a presentaciones privadas, llevándolo incluso a grabar dos discos.
Decir que la vida de Joaquín Cordero fue solo éxitos y aplausos sería maquillar la dura realidad que enfrentó en sus últimos años.
Su salud comenzó a deteriorarse: lo operaron dos veces del corazón, padeció problemas en una pierna y sufrió una embolia.
Aunque siguió trabajando hasta donde le fue posible, la vejez trajo consigo el dolor de sentirse olvidado en ciertos ámbitos del cine.
El golpe más devastador ocurrió en julio de 2012, cuando falleció su amada Alma Guzmán tras una dura lucha contra el cáncer de colon.
Tras 62 años de matrimonio, Joaquín quedó hecho pedazos.
Se sintió en un mundo vacío y cayó en una profunda depresión.
A pesar de tener su propia casa y el apoyo de sus hijos, comenzó a sentirse como una carga para ellos.
Convencido de que su presencia complicaba la vida de su familia, decidió trasladarse a la Casa del Actor, donde creía que recibiría la atención necesaria sin ser una molestia.
Sin embargo, su estado anímico no mejoró y el sentimiento de abandono se hizo más profundo.
El 19 de febrero de 2013, con 90 años de edad, Joaquín Cordero falleció en la Ciudad de México.
La causa oficial fue un paro cardiorrespiratorio, pero quienes lo conocieron aseguran que “murió de amor”.
Su cuerpo fue velado en el Teatro Jorge Negrete, donde admiradores y compañeros se reunieron para despedirse del hombre que, pese a una trayectoria de 170 películas y 36 telenovelas, no siempre gozó del reconocimiento que merecía.
Descansa junto a Alma, cerrando así una historia de amor inquebrantable que ni la fama ni la soledad pudieron borrar.