El Colapso: La Rebelión de los Olvidados

La noche caía sobre Ciudad de México, y el aire estaba cargado de una tensión palpable.
Las calles, normalmente bulliciosas, estaban envueltas en un silencio ominoso.
De repente, un grito desgarrador rompió la calma.
Un grupo de manifestantes, con el rostro cubierto y el corazón lleno de rabia, se lanzó hacia el palacio presidencial.
“¡Es hora de que se escuche nuestra voz!”, gritó Diego, un joven que había perdido a su hermano a manos del cartel.
Las luces del palacio brillaban, pero para Diego, eran faros de una oscuridad que había consumido su vida.
“¡No más corrupción! ¡No más carteles!”, clamaba la multitud, sus voces unidas en un coro de desesperación.
Claudia, la presidenta, observaba desde su oficina, su rostro pálido.
“¿Cómo hemos llegado a esto?”, se preguntó, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.
Había prometido un cambio, una nueva era, pero los carteles habían infiltrado su gobierno, y ahora el pueblo exigía justicia.

“¡No puedo dejar que esto se descontrole!”, pensó Claudia, mientras el sonido de los gritos se intensificaba.
La multitud rompió las barreras de seguridad, y los guardias, sorprendidos, no pudieron hacer nada.
“¡Estamos aquí para recuperar nuestro país!”, gritó Diego, su voz resonando en la noche.
Las puertas del palacio se abrieron, y el caos se desató.
Claudia sabía que su tiempo se estaba agotando.
“Necesito un plan”, murmuró, mientras el miedo se apoderaba de su mente.
En el corazón de la multitud, Diego sentía que la adrenalina lo impulsaba.
“Esto es por mi hermano”, pensó, recordando su risa y cómo había sido arrebatada por la violencia.
“¡No más muertes!”, gritó, levantando su puño en señal de resistencia.
La multitud lo siguió, y juntos avanzaron hacia el interior del palacio.
Claudia se preparaba para enfrentar a los rebeldes, sabiendo que la verdad debía salir a la luz.
“Si caigo, que sea luchando”, se dijo, sintiendo que su destino estaba sellado.
Cuando Diego llegó al gran salón, se encontró cara a cara con Claudia.
“¡Tú has traicionado a nuestro pueblo!”, exclamó, su voz temblando de emoción.
“¡No soy tu enemiga!”, respondió Claudia, su mirada firme.
“¡Eres parte del problema! ¡Los carteles te han comprado!”, gritó Diego, sintiendo que la rabia lo consumía.
“¡No entiendes! Estoy luchando contra ellos cada día”, insistió Claudia, sintiendo que su mundo se desmoronaba a su alrededor.
“¿Y qué has logrado?”, replicó Diego, su voz llena de desdén.
“¡No has visto lo que he hecho! ¡He arriesgado todo!”, gritó Claudia, sintiendo que la desesperación la envolvía.
La multitud se agolpaba detrás de Diego, sus rostros reflejando la angustia.

“¡Queremos justicia! ¡Queremos respuestas!”, clamaban, y el eco de sus voces resonaba en las paredes del palacio.
Claudia sintió que su corazón se aceleraba.
“Si caigo, que sea luchando”, pensó, mientras el miedo se apoderaba de su mente.
“¡Todo lo que he hecho ha sido por ustedes!”, exclamó, tratando de calmar la tormenta que se desataba.
Pero Diego no estaba dispuesto a ceder.
“¡Tus palabras son vacías! ¡Los carteles siguen matando a nuestros hermanos!”, gritó, y el fervor de la multitud creció.
La tensión en la sala era insoportable, y Claudia sintió que el aire se volvía denso.
“¡No puedo dejar que esto termine así!”, pensó, mientras buscaba una salida.
“¡Escúchenme! ¡No estoy de acuerdo con lo que está sucediendo!”, gritó, tratando de hacerse escuchar.
Pero la multitud no la escuchaba.
“¡Queremos un cambio! ¡Queremos libertad!”, clamaban, y Diego se convirtió en su voz.
“¡Es hora de que los corruptos paguen por sus crímenes!”, exclamó, y el clamor de la multitud resonó en el aire.
Claudia sintió que su mundo se desmoronaba.

“Esto no es solo una protesta, es una revolución”, pensó, mientras la realidad se desvanecía ante sus ojos.
“¡No más carteles! ¡No más muertes!”, gritaba Diego, y cada palabra era un puñal en el corazón de Claudia.
“Si caigo, que sea luchando”, se repetía, sintiendo que la batalla apenas comenzaba.
La multitud avanzó, y Claudia sintió que no podía retroceder.
“¡Soy su presidenta! ¡Estoy aquí para ayudar!”, gritó, pero sus palabras se perdieron en el aire.
“¡No queremos tus mentiras! ¡Queremos justicia!”, respondieron, y la ira se desató.
Diego dio un paso adelante, su mirada fija en Claudia.
“¡Es hora de que asumas la responsabilidad por tus actos!”, exclamó, y la multitud estalló en vítores.
“¡La verdad saldrá a la luz! ¡No más secretos!”, gritó, y el clamor resonó en las paredes del palacio.
Claudia sabía que su tiempo se estaba agotando.
“Si caigo, que sea luchando”, pensó, mientras la presión aumentaba.
La batalla por el futuro de México estaba en juego.
“Hoy, el pueblo se levanta”, reflexionó Diego, sintiendo que la esperanza renacía.
Claudia miró a su alrededor, sintiendo que el final estaba cerca.
“Esto no es solo una protesta, es una revolución”, pensó, mientras el caos se desataba a su alrededor.
Finalmente, Diego dio un paso adelante.

“¡Es hora de un cambio!”, gritó, y el eco de sus palabras resonó en toda la nación.
“¡No más carteles! ¡No más muertes!”, clamaban, y la lucha apenas comenzaba.
Claudia sabía que la verdad debía salir a la luz.
“Si caigo, que sea luchando”, se dijo, sintiendo que su destino estaba sellado.
Y así, en medio del caos, México se preparaba para un nuevo amanecer.
“Hoy, el pueblo se levanta”, pensó Diego, sintiendo que la esperanza renacía.
La lucha por la justicia apenas comenzaba, y el futuro de la nación estaba en juego.
“Esto es solo el principio de una nueva era”, concluyó, sintiendo que la vida les ofrecía nuevas oportunidades.
La verdad saldría a la luz, y México nunca volvería a ser el mismo.