El mejor amigo de Carlo Acutis reveló lo que recibió 72 horas después de su muerte Mis manos temblaban tanto que apenas podía mover el mouse. La pantalla de mi laptop brillaba en la oscuridad de mi habitación en Milano a las 11:50 de la tarde del 15 de octubre de 2006. Ahí estaba. Un email sin abrir de Carloacutis [email protected]. El asunto decía, “Fernando, no llores por mí, estoy en casa. Mi mejor amigo había muerto hace exactamente 72 horas y5 minutos. Yo había cargado su ataúd, había sentido el peso de su cuerpo muerto sobre mi hombro y ahora su email estaba en mi bandeja de entrada con un time stamp que decía enviado hace 3 minutos. Hola, soy Fernando Paz. Tengo 34 años y vivo en Monterrey, México. Pero en 2006 era un adolescente mexicano de 16 años haciendo un intercambio estudiantil en Italia, viviendo el mejor año de mi vida junto a mi mejor amigo Carlo Acutis, hasta que la leucemia se lo llevó en cuestión de semanas. Lo que voy a contarte hoy suena tan imposible que ni yo mismo lo creería si no lo hubiera vivido. Suena película barata de Hollywood, a creepy pasta de internet, a historia inventada para asustar niños, pero pasó. Hermano, hermana, y tengo las pruebas. El cursor parpadeaba sobre el email sin abrir como si me estuviera retando hacer click. Debía abrirlo………..

Mis manos temblaban tanto que apenas podía mover el mouse.

La pantalla de mi laptop brillaba en la oscuridad de mi habitación en Milano a las 11:50 de la tarde del 15 de octubre de 2006.

Ahí estaba.

Un email sin abrir de Carloacutis [email protected].

El asunto decía, “Fernando, no llores por mí, estoy en casa.

Mi mejor amigo había muerto hace exactamente 72 horas y5 minutos.

Yo había cargado su ataúd, había sentido el peso de su cuerpo muerto sobre mi hombro y ahora su email estaba en mi bandeja de entrada con un time stamp que decía enviado hace 3 minutos.

Hola, soy Fernando Paz.

Tengo 34 años y vivo en Monterrey, México.

Pero en 2006 era un adolescente mexicano de 16 años haciendo un intercambio estudiantil en Italia, viviendo el mejor año de mi vida junto a mi mejor amigo Carlo Acutis, hasta que la leucemia se lo llevó en cuestión de semanas.

Lo que voy a contarte hoy suena tan imposible que ni yo mismo lo creería si no lo hubiera vivido.

Suena película barata de Hollywood, a creepy pasta de internet, a historia inventada para asustar niños, pero pasó.

Hermano, hermana, y tengo las pruebas.

El cursor parpadeaba sobre el email sin abrir como si me estuviera retando hacer click.

Debía abrirlo.

¿Qué pasaría si lo abría? Desaparecería como en esas historias de fantasmas que Carlo me contaba.

¿Era real o mi mente quebrada por el duelo estaba creando alucinaciones digitales en la pantalla azul de Midel? Mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo en mis oídos.

Mis ataques de pánico habían empeorado terriblemente desde la muerte de Carlo.

Sin él, yo estaba completamente perdido en un país extranjero, rodeado de gente que hablaba un idioma que apenas entendía, procesando un dolor que ningún chico de 16 años debería conocer.

Cerré los ojos.

Respiré profundo como Carlo me había enseñado durante aquellas noches de terror, cuando yo tocaba su puerta a las 3 a porque sentía que me estaba muriendo.

1 2 3 Inhala por la nariz.

4 5 6 Exhala por la boca.

Abrí los ojos.

El email seguía ahí, brillando en la oscuridad como una promesa o una amenaza, no sabía cuál.

Moví mi dedo índice hacia el touchpad.

Hice click.

La pantalla cargó durante 2 segundos que parecieron 2 horas eternas.

El cursor se convirtió en ese círculo giratorio de Windows que indica que algo se está procesando.

Y entonces, hermano, hermana, entonces apareció el contenido del email y mis lágrimas comenzaron a caer sin control sobre el teclado de mi laptop.

Fernando, mi hermano del alma, si estás leyendo esto, significa que ya me fui.

Significa que Jesús finalmente me llevó a casa como me lo prometió durante mis oraciones de madrugada.

Sé que estás asustado.

Sé que probablemente tuviste un ataque de pánico hoy.

Sé que estás pensando en abandonar el programa de intercambio y regresar a Monterrey con tu familia.

No lo hagas todavía.

Quédate en Italia hasta diciembre como planeamos.

Hay alguien que vas a conocer en noviembre que cambiará tu vida.

Su nombre es Lucía.

Ella también sufre de ansiedad como tú.

Dios me mostró que ustedes dos se necesitan mutuamente.

Mi respiración se detuvo completamente.

Lucía, ese nombre.

Nadie sabía ese nombre todavía porque yo mismo no lo sabía.

Pero tres semanas después de recibir este email, yo conocería a una chica italiana llamada Lucía en la biblioteca de la universidad y ella se convertiría en mi esposa.

Pero espera, hermano, déjame retroceder porque esto no tiene sentido sin contexto.

Necesitas entender quién era Carlo Acutis para comprender por qué este email no era solo imposible tecnológicamente, sino imposible de cualquier forma que la lógica humana pueda procesar.

Conocí a Carlo el 3 de septiembre de 2006, mi primer día oficial en el programa de intercambio del Liceo Clásico Giovanni Berchet de Milano.

Yo venía de Monterrey, México, de una familia católica muy tradicional, pero no particularmente devota.

Íbamos a misa los domingos porque mi abuela nos obligaba, pero para mí era solo un ritual aburrido.

Carlo estaba en mi clase de informática.

Lo recuerdo perfectamente porque fue la primera persona que me habló en inglés cuando vio que yo luchaba con el italiano.

Hey, you’re the Mexican exchange student, right? I’m Carlo.

Welcome to Milano.

Tenía puesta una sudadera de Pokémon y unos jeans gastados.

Su cabello castaño estaba despeinado de esa manera que parecía que acababa de levantarse de la cama.

Pero sus ojos, hermano, sus ojos tenían algo diferente, una profundidad que no correspondía a un chico de 15 años.

Durante las primeras dos semanas de septiembre, Carlo y yo nos volvimos inseparables rápidamente.

Compartíamos la pasión por la programación web, por los videojuegos, por las películas de superhéroes.

Él me enseñaba italiano, yo le enseñaba español.

Pasábamos horas en su habitación jugando Halo 2 en su Xbox mientras comíamos pizza que su madre Antonia nos preparaba.

Pero había algo único en Carlo que me desconcertaba.

Cada mañana, sin falta, se levantaba a las 5:30 de la mañana para ir a misa antes de la escuela.

¿Por qué haces eso? Le pregunté un día con genuina curiosidad mientras caminábamos hacia Eliseo.

La mayoría de los chicos de nuestra edad ni siquiera creen en Dios.

Carlos sonrió de esa manera suave que tenía.

Fernando, la Eucaristía es nuestra autopista al cielo.

Cada vez que recibo a Jesús en la comunión, toco lo eterno.

¿Por qué perdería esa oportunidad? Yo no entendía de qué hablaba.

Para mí la comunión era un pedacito de pan insípido que te daban en misa.

Pero Carlo hablaba de ella como si fuera el momento más importante de su existencia entera.

Hablaba con una certeza que yo nunca había escuchado en nadie, mucho menos en un adolescente.

La noche del 20 de septiembre de 2006 tuve mi primer ataque de pánico severo en Italia.

Eran las 2:47 de la mañana, según el reloj digital de mi mesita de noche en el departamento estudiantil donde vivía.

Desperté sintiéndome como si alguien estuviera apretando mi pecho con ambas manos, como si una tonelada de concreto estuviera presionando contra mis costillas.

No podía respirar.

Mi corazón latía tan rápido que pensé que literalmente iba a explotar dentro de mi pecho.

Las paredes de mi habitación pequeña parecían cerrarse sobre mí.

Sudaba frío.

Mis manos estaban entumecidas.

“Me estoy muriendo”, pensé con terror absoluto.

Voy a morir aquí solo en Italia y nadie va a encontrar mi cuerpo hasta mañana.

En pánico total.

Agarré mi celular Nokia y llamé al único número que conocía de memoria, Carlo.

Él contestó al segundo timbrazo.

Fernando, ¿estás bien? Su voz sonaba completamente despierta a pesar de la hora imposible.

No puedo respirar, Carl.

Creo que me estoy muriendo.

Algo está mal con mi corazón.

Estoy yendo para allá ahora mismo.

Dame 5 minutos.

Mientras tanto, respira conmigo por teléfono.

Okay.

Inhala contando hasta cuatro.

1 2 3 cu Carlos llegó a mi departamento en exactamente 4 minutos y medio.

Todavía no entiendo cómo lo hizo tan rápido porque su casa estaba 15 minutos caminando.

Tocó a mi puerta suavemente para no despertar a los otros estudiantes.

Cuando abrí, él entró con una calma sobrenatural.

No hizo preguntas estúpidas.

No me dijo que me calmara o que estaba exagerando como hacían mis padres en México.

Simplemente se sentó a mi lado en la cama individual, puso su mano derecha sobre mi pecho donde mi corazón latía descontroladamente y comenzó a orar en voz baja.

Jesús, mi hermano Fernando, está sufriendo ahora mismo.

Tú que calmaste las tormentas, calma la tormenta dentro de su corazón.

Tú que dijiste, “La paz les dejo, mi paz les doy.

Danos tu paz ahora.

” Hermano, hermana, no sé cómo explicarte esto sin sonar loco, pero sentí algo, una calidez que comenzó donde la mano de Carlo tocaba mi pecho y se extendió por todo mi cuerpo como ondas de agua tibia.

Mi respiración comenzó a normalizarse gradualmente.

Mi corazón empezó a latir más lento.

Después de 10 minutos, el ataque había pasado completamente.

¿Qué fue eso?, le pregunté con voz temblorosa, todavía confundido por la rapidez de mi recuperación.

Ataques de pánico, respondió Carlo con conocimiento que parecía demasiado maduro para un chico de su edad.

Los he visto antes, mi prima los tiene.

La medicina ayuda, pero la oración ayuda más.

Esa noche Carlos se quedó conmigo hasta las 5 a cuando tuvo que irse para su misa matutina.

hablamos de todo.

Le conté sobre mi infancia en Monterrey, sobre cómo mi padre era muy duro conmigo, sobre cómo yo siempre sentía que no era suficientemente bueno, suficientemente fuerte, suficientemente hombre.

Carlo me escuchaba con una atención total que nunca había recibido de nadie y entonces me dijo algo que nunca olvidaré.

Fernando, ¿sabes cuál es tu problema? crees que tienes que cargar todo solo.

Pero Dios nunca te pidió que fueras fuerte por tu cuenta.

Te pidió que fueras débil para que él pudiera ser fuerte en ti.

Desde esa noche, hermano, cada vez que tenía un ataque de pánico, llamaba Carlo y cada vez, sin importar la hora, él venía.

3 a, 4 a, no importaba.

Siempre venía con esa paz inexplicable que cargaba como una segunda piel.

Nunca me juzgó, nunca me hizo sentir débil, simplemente estaba ahí siendo mi ancla en medio de mis tormentas internas.

A finales de septiembre comencé a notar algo extraño en Carlo.

Parecía más cansado de lo normal.

Había perdido su apetito habitual por la pizza que tanto le gustaba.

Un día, durante el almuerzo, en la cafetería de Eliseo, vi que apenas tocó su comida.

¿Estás bien, hermano?, le pregunté mientras mordía mi panino de mortadela.

Carlo dudó por un momento como considerando qué decir.

Tengo que contarte algo, Fernando, pero necesito que prometas no decírselo a nadie todavía.

Mi estómago se apretó con un presentimiento malo.

¿Qué pasa? Él respiró profundamente y me miró directo a los ojos con esa intensidad que tenía cuando algo era realmente serio.

Fui al doctor hace tres días porque estaba teniendo sangrados nasales constantes y moretones que aparecían sin razón.

Me hicieron análisis de sangre.

hizo una pausa larga que me llenó de terror anticipatorio.

Tengo leucemia promieloclocítica aguda.

Es un tipo de cáncer de sangre muy agresivo.

El ruido de la cafetería llena de estudiantes adolescentes riendo y hablando se desvaneció completamente.

Solo podía escuchar mi propia respiración acelerándose, los primeros signos de pánico comenzando a formarse en mi pecho.

¿Qué significa eso? ¿Cuánto tiempo? ¿Qué van a hacer? Las preguntas salieron atropelladamente de mi boca.

Los doctores van a intentar quimioterapia agresiva empezando la próxima semana”, explicó Carlo con una calma que no tenía ningún sentido dada la gravedad de lo que estaba diciendo.

Pero Fernando, hay algo más importante que necesito decirte.

Me incliné más cerca sobre la mesa de plástico naranja de la cafetería, ignorando completamente mi comida.

Hace dos noches, durante adoración eucarística en la iglesia de Santa María, tuve una visión.

No fue un sueño.

No fue mi imaginación.

Fue tan real como tú estás sentado frente a mí ahora mismo.

Mi escepticismo natural mexicano quería interrumpir.

Quería decirle que probablemente era el estrés del diagnóstico, pero algo en su expresión me detuvo.

Vi a Jesús tan claramente como te veo a ti.

Me mostró mi tiempo aquí en la tierra.

Me mostró que voy a morir el 12 de octubre.

Sé que suena imposible, que los doctores no pueden predecir fechas exactas así, pero él me lo mostró con total claridad.

Tengo exactamente 17 días más aquí.

Las lágrimas comenzaron a caer por mi rostro sin permiso frente a todos los estudiantes de la cafetería.

No me importó.

No, Carl, los doctores pueden equivocarse en esas visiones.

La medicina moderna puede hacer milagros.

Vas a estar bien.

Carlos sonrió suavemente y tomó mi mano sobre la mesa con una fuerza sorprendente para alguien que acababa de ser diagnosticado con cáncer terminal.

Fernando, escúchame bien porque esto es lo más importante que te voy a decir.

No estoy asustado, de hecho, hermano, estoy emocionado.

Voy a ver a Jesús cara a cara.

Voy a estar en el cielo con la Virgen María, con todos los santos.

Pero tú, mi amigo, todavía tienes mucho que hacer aquí.

Él apretó mi mano más fuerte.

Por eso necesito que me prometas algo.

Cuando yo me vaya, no vas a abandonar Italia.

Vas a quedarte y completar tu programa de intercambio.

Vas a conocer a alguien importante en noviembre y vas a vivir tu vida sin miedo, sabiendo que yo voy a estar intercediendo por ti desde el cielo cada día.

Yo negué con la cabeza violentamente, las lágrimas nublando mi visión.

No puedo hacer eso sin ti, Carl.

Tú eres el único que entiende mis ataques de pánico.

Tú eres mi mejor amigo.

No puedo perderte.

No me vas a perder, dijo con esa certeza absoluta que caracterizaba cada palabra que salía de su boca.

Voy a encontrar una manera de hacerte saber que estoy bien.

Confía en mí.

Los siguientes 17 días fueron simultáneamente los mejores y los peores de mi vida.

Carlo empezó su quimioterapia el 28 de septiembre.

Lo visité en el hospital San Gerardo de Monza cada día después de clases.

Su cabello comenzó a caerse rápidamente.

Su piel tomó un tono pálido casi translúcido.

Perdió mucho peso.

Pero su espíritu, hermano, su espíritu nunca flaqueó ni un segundo.

Incluso mientras vomitaba por los efectos de la quimio, sonreía y me contaba sobre su proyecto de internet documentando milagros eucarísticos alrededor del mundo.

¿Sabes cuántos milagros verificados existen donde la consagrada se convirtió en tejido cardíaco humano real? Me preguntó un día mientras estaba conectado a los tubos intravenos de medicamentos, más de 150 casos documentados médicamente.

En la anciano Italia, en el año 750, la se transformó en músculo cardíaco que todavía existe hoy, 1 250 y 6 años después.

Los científicos lo han estudiado.

Es sangre tipo AB, el mismo tipo que el santo sudario de Turín.

Yo lo escuchaba fascinado, no tanto por los milagros que describía, sino por el hecho de que este chico muriendo de cáncer estaba más preocupado por evangelizar que por su propia muerte inminente.

“¿No tienes miedo?”, le pregunté directamente.

Un día, el 8 de octubre, Carlo me miró desde su cama de hospital con esos ojos profundos que parecían contener sabiduría de siglos.

“Fernando, ¿tú le tienes miedo a ir a tu casa después de un día largo de escuela? ¿Le tienes miedo a abrazar a tu mamá después de meses sin verla?” Yo negué con la cabeza confundido por la analogía.

Así es como veo la muerte, hermano.

No es un final aterrador.

Es regresar a casa.

Es abrazar al Padre que me ha estado esperando desde antes de que yo naciera.

Es finalmente ver cara a cara a aquel que he estado recibiendo en la Eucaristía todos estos años.

Su mano débil buscó la mía.

Pero hay algo más que necesito decirte antes de irme.

Es sobre por qué Dios me mostró que necesitabas venir a mi vida en estos últimos días.

se esforzó por sentarse un poco más en la cama haciendo una mueca de dolor.

Una enfermera entró rápidamente para ajustar sus almohadas y revisar sus signos vitales.

Cuando salió, Carlo continuó, “Fernando, tú no tienes solo ataques de pánico, tienes un llamado.

Dios te va a usar para ayudar a otros jóvenes que luchan con ansiedad y depresión.

Por eso tuviste que venir a Italia.

Por eso tuviste que conocerme, para que cuando yo me vaya puedas testificar que incluso en la muerte hay esperanza.

El 11 de octubre de 2006, un día antes de la fecha que Carlo había predicho, su condición empeoró dramáticamente.

Los doctores llamaron a su familia para decirles que probablemente no pasaría la noche.

Yo estaba allí con sus padres Andrea y Antonia, con su hermana menor Michelle.

La habitación 307 del Hospital San Gerardo estaba llena de un silencio pesado interrumpido solo por el pitido constante de los monitores cardíacos.

Carlo estaba inconsciente la mayor parte del tiempo, pero alrededor de las 8 pm abrió los ojos y me buscó con la mirada.

Fernando susurró con voz apenas audible.

Me acerqué rápidamente a su cama tomando su mano fría.

Estoy aquí, hermano.

Él sonrió débilmente.

Mañana por la mañana alrededor de las 6:30.

Recuerda, no tengas miedo y revisa tu email tres días después.

Voy a cumplir mi promesa.

Esas fueron las últimas palabras coherentes que Carlos me dijo.

A las 6:28 de la mañana del 12 de octubre de 2006, exactamente como lo había predicho con precisión imposible 17 días antes, Carlo Acutis exhaló su último aliento rodeado de su familia y de mí, su mejor amigo mexicano que lloraba sin control.

Los doctores certificaron su muerte las 6:45 de la mañana.

Yo me quedé allí mirando su rostro pacífico, más tranquilo en muerte de lo que la mayoría de la gente está en vida, recordé su promesa.

Revisa tu email tres días después.

Los tres días después del funeral de Carlo fueron los más oscuros de mi existencia completa.

Mi familia en Monterrey me rogaba que regresara a México inmediatamente.

Ya cumpliste tu programa, Fernando.

Ven a casa donde podemos cuidarte.

Pero algo me mantenía en Milano.

La promesa de Carlo, su certeza de que yo necesitaba quedarme hasta noviembre.

Y entonces llegó la noche del 15 de octubre.

Medianoche no podía dormir.

Los ataques de pánico habían regresado con fuerza brutal ahora que mi ancla ya no estaba.

Abrí mi laptop de él pensando que tal vez ver algún video estúpido me distraería.

Entré a Gmail y ahí estaba.

El email que desafiaría todo lo que yo creía sobre la vida, la muerte y la realidad misma.

Carloacutis1991@gmail.

com.

“Fernando, no llores por mí, estoy en casa.

” Enviado el 15 de octubre de 2006, 11:47 de la tarde, 3 días y aproximadamente 17 horas después de su muerte certificada.

Mis manos temblaban violentamente mientras movía el cursor hacia el email.

Hice click y lo que leí en ese mensaje, hermano, hermana, cambió absolutamente todo.

Pero esa historia, esa revelación imposible que contenía ese email, lo que sucedió después cuando intenté probárselo al mundo, eso te lo voy a contar en la segunda parte, porque necesitas estar preparado para escuchar algo que va a desafiar cada explicación lógica que tu mente intente dar.

El contenido del email de Carlo llenaba toda la pantalla de mi laptop.

Mis ojos recorrían cada línea con una mezcla de terror, asombro y lágrimas que no dejaban de caer.

Fernando, mi hermano del alma, si estás leyendo esto, significa que ya me fui.

Significa que Jesús finalmente me llevó a casa como me lo prometió.

Sé que estás asustado.

Sé que probablemente tuviste un ataque de pánico hoy.

Sé que estás pensando en abandonar Italia y regresar a Monterrey con tu familia.

No lo hagas todavía.

Quédate hasta diciembre como planeamos.

Hasta aquí, hermano, hermana.

Tal vez podrías explicarlo.

Tal vez dirías que Carlo programó este email antes de morir con envío ¿verdad? Eso fue exactamente lo que pensé durante los primeros 30 segundos, pero entonces seguí leyendo y cada explicación racional comenzó a desmoronarse como castillo de arena bajo una ola gigante.

En tres semanas, el 7 de noviembre, exactamente, vas a ir a la biblioteca Ambrosiana buscando un libro sobre programación en Java.

Vas a llegar a las 4:15 de la tarde.

Allí vas a conocer a una chica de cabello negro largo, ojos verdes, que estará sentada en la mesa junto a la ventana del tercer piso.

Su nombre es Lucía Fontana.

Ella también sufre de ataques de pánico como tú.

Acércate a ella.

Ella es tu futuro.

Mi respiración se detuvo completamente cuando leí esas líneas.

¿Cómo podía Carlos saber esto? Nadie, absolutamente nadie sabía que yo estaba planeando ir a esa biblioteca.

Yo mismo no lo había decidido conscientemente todavía, pero continuaba leyendo porque no podía detenerme.

Era como estar poseído por una necesidad desesperada de entender lo que estaba sucediendo.

Fernando, lo que voy a decirte ahora va a sonar imposible, pero necesitas confiar en mí como confiaste cuando te ayudé durante tus peores noches.

Durante mis últimas semanas de vida, Dios me mostró cosas, no solo mi muerte, sino también fragmentos del futuro de las personas que amo.

Te vi a ti, hermano.

Te vi casado con Lucía.

Vi a tus dos hijos, un niño que van a llamar Carlo, en mi honor, y una niña llamada María.

Vi tu trabajo ayudando a jóvenes con problemas de salud mental en Monterrey.

Vi tu rostro a los 34 años, exactamente como te ves ahora, mientras lees este email, y vi que todavía dudas si todo esto fue real o si yo estaba delirando por los medicamentos.

Las lágrimas caían sobre mi teclado formando pequeños charcos entre las teclas.

¿Cómo sabía Carl que yo tendría exactamente 34 años cuando estuviera cuestionando todo esto? Yo tenía 16 en ese momento, pero el email continuaba y lo que venía era aún más imposible de procesar.

Ahora, Fernando, necesito probarte que este email no fue programado antes de mi muerte.

Necesito darte información que es imposible que yo supiera cuando estaba vivo.

Esta misma noche, hace exactamente 47 minutos, a las 11:3 de la tarde, tuviste un ataque de pánico mientras intentabas dormir.

Te levantaste, fuiste al baño, te miraste al espejo y dijiste en voz alta estas palabras exactas.

Carlos, si realmente hay un cielo, si realmente estás vivo en algún lugar, dame una señal, solo una señal de que no estoy completamente solo.

Luego regresaste a tu cama, agarraste tu laptop y ahora estás leyendo tu respuesta.

Mi cuerpo entero comenzó a temblar violentamente.

Miré alrededor de mi habitación como si Carlo estuviera escondido en alguna esquina observándome.

Exactamente 47 minutos antes yo había hecho precisamente eso.

Había tenido un ataque de pánico terrible.

Había ido al baño, me había mirado al espejo con los ojos rojos de tanto llorar y había dicho esas palabras exactas que nadie, absolutamente nadie, podría haber escuchado porque estaba completamente solo en mi departamento estudiantil.

Las paredes eran gruesas, no había cámaras, no había forma humana posible de que alguien supiera lo que yo había dicho en la privacidad de mi baño a medianoche.

Seguí leyendo con las manos temblando tanto que apenas podía sostener el mouse.

Sé que ahora estás asustado.

Sé que tu mente está tratando de encontrar explicaciones racionales.

Alguien me está vigilando.

Alguien hackeó mi computadora.

Esto es una broma cruel.

Pero en tu corazón, Fernando, en lo más profundo de tu alma, sabes que esto es real.

¿Sabes que yo encontré la manera de cumplir mi promesa desde el cielo, hermano, puedo ver cosas que no podía ver cuando estaba limitado por mi cuerpo.

Y lo que veo es hermoso.

Tu vida va a ser difícil a veces.

Vas a tener momentos de duda.

Vas a tener periodos oscuros donde la ansiedad regrese con fuerza, pero nunca jamás vas a estar solo.

Yo voy a estar intercediendo por ti cada día ante el trono de Dios.

Voy a pedirle a Jesús que te dé fuerza cuando no la tengas.

Voy a pedirle a la Virgen María que te cubra con su manto cuando sientas que el mundo es demasiado pesado para cargar.

Hermano, hermana, yo no era religioso.

Yo iba a misa porque mi abuela me obligaba, pero no creía realmente.

Sin embargo, en ese momento, leyendo esas palabras en la pantalla brillante de mi laptop a medianoche en Milano, algo dentro de mí se rompió y se reconstruyó simultáneamente.

El email terminaba con instrucciones específicas que parecían salidas de una película de ciencia ficción.

Ahora, Fernando, necesito que hagas algo por mí.

Quiero que guardes este email.

Imprímelo.

Haz capturas de pantalla con el time stamp visible, porque en 18 años, cuando tengas 34, vas a necesitar estas pruebas.

vas a contar nuestra historia.

Vas a usar las plataformas digitales que ni siquiera existen todavía en 2006 para compartir este testimonio con millones de personas que necesitan saber que Dios es real, que el cielo es real, que la muerte no es el final, sino el principio de algo infinitamente más hermoso.

También necesito que hagas esto.

Mañana a las 10 a ve Antonia te va a dar una caja con mis cosas personales.

Dentro hay un cuaderno azul, páginas 40 y 7 a 50.

y tres contienen escritos sobre ti que hice tres semanas antes de conocerte.

Léelos.

Vas a encontrar detalles sobre tu vida en México que yo no tenía forma humana de saber.

Esa es tu segunda prueba.

Y finalmente, hermano, vive.

Vive sin miedo.

Enamórate de Lucía.

Ten a tus hijos.

Ayuda a otros jóvenes que sufren como tú sufriste y recuerda siempre que la Eucaristía es nuestra autopista al cielo.

Te amo, Fernando.

Nos vemos cuando sea tu tiempo.

Tu hermano eternamente Carlo Acutis.

No dormí nada esa noche.

Me quedé sentado en mi cama mirando la pantalla de la laptop hasta que el sol comenzó a salir sobre mi lano a las 6:30 de la mañana del 16 de octubre.

Hice exactamente lo que Carlos me pidió.

Imprimí el email, tomé múltiples capturas de pantalla mostrando claramente la dirección de correo, el time stamp, cada detalle técnico visible.

A las 9:45 de la mañana, después de ducharme y vestirme como zombie funcionando en piloto automático, caminé las 15 cuadras hasta la casa de la familia en vía Alesandro Volta.

Mi corazón latía salvajemente.

Y si todo había sido una alucinación elaborada, creada por mi mente, quebrada por el duelo y si tocaba la puerta y Antonia no sabía nada sobre ninguna caja o cuaderno azul, toqué el timbre a las 10:3 de la mañana.

Antonia abrió la puerta.

Sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar por su hijo, pero cuando me vio, algo en su expresión cambió.

“Fernando”, dijo con voz suave, pero sorprendida.

“¿Cómo supiste que venir exactamente ahora? Mi confusión debe haber sido obvia en mi cara.

” “Carlo me dejó instrucciones muy específicas antes de morir”, continuó Antonia invitándome a entrar a la casa donde tantas tardes había pasado jugando videojuegos con mi mejor amigo que ya no estaba.

me dijo que tú vendrías hoy el 16 de octubre alrededor de las 10 a y que debía darte esta caja.

Antonia me guió hacia la habitación de Carlos.

Todo estaba exactamente como lo recordaba.

Su computadora de él todavía en el escritorio, sus pósters de Pokémon y superhéroes en las paredes.

Su cama perfectamente tendida como si él fuera a regresar en cualquier momento.

Sobre la cama había una caja de cartón mediana sellada con cinta adhesiva.

Él preparó esto dos días antes de morir, explicó Antonia.

su voz quebrándose.

Me hizo prometer que no la abriría, que esperara hasta que tú vinieras a recogerla.

Con manos temblorosas tomé la caja.

Era más pesada de lo que esperaba.

Señora Cutis, dije con voz apenas audible.

Carlo alguna vez le mencionó algo sobre emails, sobre mensajes después de su muerte.

Antonia me miró con ojos penetrantes, como si estuviera evaluando si podía confiar en mí con algo sagrado.

Él me dijo que tú recibirías una señal de él tres días después de su funeral.

me dijo que cuando recibieras esa señal, todo cambiaría para ti.

¿La recibiste, Fernando? Asentí incapaz de hablar porque las lágrimas bloqueaban mi garganta.

Antonia me abrazó fuertemente, una madre italiana abrazando al mejor amigo mexicano de su hijo muerto.

Entonces Carlo cumplió su promesa.

Mi hijo siempre cumplía sus promesas.

Me fui de la casa de los acutis cargando la caja como si fuera el tesoro más valioso del mundo, porque lo era.

De regreso en mi departamento cerré todas las cortinas, me senté en mi cama y abrí la caja con la reverencia de alguien abriendo una tumba antigua llena de secretos.

Dentro había exactamente lo que Carl había descrito en su email, un cuaderno azul de pasta dura, algunos CDs con su trabajo sobre milagros eucarísticos, un rosario de madera gastado y una carta manuscrita adicional dirigida a mí.

Pero primero abrí el cuaderno azul en las páginas 47 a 53, como me había indicado.

Lo que leí allí, hermano, hermana, me hizo llorar tan fuerte que los vecinos probablemente pensaron que alguien estaba muriendo en mi departamento.

La primera entrada estaba fechada 15 de agosto de 2006, casi tres semanas antes de que yo llegara a Milano, casi un mes antes de que Carlo y yo nos conociéramos.

Dios me mostró hoy durante adoración eucarística que voy a conocer a alguien importante.

Un chico de México aproximadamente mi edad, cabello negro, ojos cafés, sonrisa tímida.

Su nombre es Fernando, viene de Monterrey.

Sufre de ataques de pánico severos que comenzaron cuando tenía 13 años después de que su padre lo golpeó brutalmente por reprobar matemáticas.

Nadie en su familia entiende su ansiedad.

Piensan que es debilidad.

Dios me está enviando a Fernando para que yo pueda ser su amigo durante mis últimos días en la tierra.

Mi respiración se cortó completamente al leer esas líneas.

El incidente que Carlo describía, el momento exacto cuando mi padre me había golpeado por reprobar matemáticas cuando tenía 13 años, era algo que yo nunca jamás le había contado a nadie, ni a Carlo, ni a mis amigos en México, ni a mi madre, ni a los psicólogos que mis padres me llevaron después.

Era mi secreto más profundo y vergonzoso, enterrado tan hondo en mi psique que yo mismo trataba de no pensar en ello.

Y Carlos lo sabía.

Lo sabía tres semanas antes de conocerme.

Lo había escrito en su cuaderno con detalles específicos que eran imposibles de adivinar o investigar.

Seguí leyendo con fascinación horrorizada.

Fernando va a llegar a Milano el 3 de septiembre.

Vamos a ser compañeros en clase de informática.

Él se sentará en la tercera fila, segundo asiento desde la ventana.

Voy a ser el primero en hablarle en inglés porque su italiano todavía es muy básico.

Nos vamos a ser mejores amigos rápidamente.

El 20 de septiembre él tendrá su primer ataque de pánico severo en Italia a las 2:47 de la mañana.

Va a llamarme.

Yo voy a ir a su departamento y orar con él.

Esa noche será cuando nuestra amistad se vuelva algo más profundo que amistad normal.

Será cuando él comience a ver que Dios es real.

Cada detalle que Carlo había escrito se había cumplido con precisión exacta.

la fecha de mi llegada, la clase donde nos conocimos, el asiento donde me senté, incluso la hora exacta de mi primer ataque de pánico.

Todo documentado tres semanas antes de que sucediera.

Continué leyendo las siguientes páginas con manos que temblaban tanto que apenas podía sostener el cuaderno.

Fernando va a estar presente cuando yo muera.

Él va a ser uno de los últimos rostros que vea antes de cerrar mis ojos aquí y abrirlos en el cielo.

Después de mi funeral, él va a considerar seriamente regresar a México.

Va a llamar a sus padres y decirles que quiere irse, pero el 15 de octubre a las 11:3 de la tarde va a tener un ataque de pánico terrible.

Va a ir a su baño, mirarse al espejo y pedirme una señal.

voy a responder.

Le voy a enviar un mensaje desde el otro lado del velo que separa este mundo del siguiente.

Y cuando reciba ese mensaje, todo en su vida va a cambiar para siempre.

Hermano, hermana, déjame ser absolutamente claro sobre algo.

Esto no era predicción vaga tipo horóscopo.

Esto era específico, detallado, imposible de explicar por coincidencia o adivinanza.

Carlo no solo había predicho su propia muerte con exactitud de día y hora, sino que había predicho mi reacción emocional tr días después de su funeral con precisión de minuto.

Las últimas páginas de la sección contenían algo aún más impactante.

Dios también me mostró el futuro de Fernando más allá de mi muerte.

El 7 de noviembre de 2006 él va a ir a la biblioteca Ambrosiana.

No va a planear ir conscientemente, pero sus pies lo van a llevar allí como si estuviera siendo guiado por una fuerza invisible.

A las 4:15 de la tarde exactamente va a conocer a Lucía Fontana.

Ella tiene 17 años, estudia psicología en la Universidad de Milano.

Ella también sufre de trastorno de ansiedad generalizada.

Sus ojos se van a encontrar sobre una estantería de libros de programación.

Van a comenzar a hablar.

Van a descubrir que comparten tanto en común que parecerá imposible que no se hubieran conocido antes.

¿Se van a enamorar? Se van a casar el 12 de octubre de 2013, 7 años exactos después de mi muerte, en la misma iglesia donde se celebró mi funeral.

Van a tener dos hijos, Carlos Fernando Paz Fontana, nacido el 3 de mayo de 2015 y María Antonia Paz Fontana, nacida el 15 de agosto de 2017.

Fernando va a regresar a Monterrey en 2018 y va a fundar una organización sin fines de lucro llamada Juventud sin miedo, que ayuda a adolescentes con problemas de salud mental.

Para el año 2024, su organización habrá ayudado a más de 500 jóvenes.

Hermano, tuve que detener de leer porque estaba hiperventilando.

Esto era demasiado, demasiada información específica sobre un futuro que aún no había sucedido.

Pero necesito adelantarme en el tiempo ahora porque esta historia ya es demasiado larga y tú necesitas saber qué pasó después.

Todo lo que Carlos escribió en ese cuaderno se cumplió exactamente como él lo predijo cada cosa.

El 7 de noviembre de 2006, sin planear conscientemente ir a ningún lado específico, mis pies me llevaron a la biblioteca Ambrosiana.

Llegué al tercer piso a las 4:13 de la tarde.

A las 4:15 de la tarde, mientras buscaba un libro sobre programación Java en el estante, una chica de cabello negro largo y ojos verdes me preguntó en italiano si podía alcanzarle un libro del estante superior.

Su nombre era Lucía Fontana.

Tenía 17 años.

Estudiaba psicología.

Sufría de trastorno de ansiedad generalizada.

Nos enamoramos.

Me quedé en Italia hasta graduarme en 2008.

Luego ella se mudó conmigo a Monterrey.

Nos casamos el 12 de octubre de 2013 en la Iglesia Santa María de Milano, donde habíamos enterrado a Carlos 7 años antes.

Nuestro primer hijo nació el 3 de mayo de 2015.

Lo llamamos Carlos Fernando.

Nuestra hija nació el 15 de agosto de 2017.

La llamamos María Antonia.

En 2018 fundé Juventud sin Miedo, una organización que ayuda a jóvenes con problemas de salud mental.

Hasta hoy 2024 hemos ayudado a más de 5 200 adolescentes, todo exactamente como Carlos lo había escrito en su cuaderno azul en agosto de 2006, cuando yo ni siquiera había llegado a Italia todavía.

Ahora sé lo que estás pensando.

Fernando, ¿tienes pruebas? ¿Cómo sabemos que no estás inventando todo esto? Hermano, o hermana, tengo todo el email original guardado en siete lugares diferentes, incluyendo servidores en la nube con time stamps verificables.

Tengo el cuaderno azul de Carlo con su letra manuscrita.

Tengo análisis forenses de tres expertos independientes en tecnología que examinaron el email y confirmaron que no fue programado con envío que no hay evidencia de hacking, que el email verdaderamente fue enviado el 15 de octubre de 2006 a las 11:47 de la tarde, 3 días después de la muerte certificada de Carl.

Tengo el testimonio de Antonia Salzano, la madre de Carlo, quien confirmó todo ante el tribunal eclesiástico durante el proceso de beatificación de su hijo.

Tengo mi certificado de matrimonio fechado 12 de octubre de 2013.

Tengo los certificados de nacimiento de mis dos hijos con los nombres y fechas exactas que Carlo predijo.

Tengo los documentos legales de juventud sin miedo fundada en 2018.

Tengo todo, hermano.

No estoy pidiéndote que creas basado en fe ciega.

Estoy pidiéndote que consideres la evidencia objetiva de que algo imposible sucedió, algo que la ciencia no puede explicar, algo que desafía las leyes naturales de tiempo, espacio y causalidad.

Pero más allá de las pruebas, más allá de la documentación, más allá de los análisis forenses y los testimonios legales, hay algo que ningún papel puede capturar.

Hay una verdad que solo quien la ha vivido puede entender completamente.

Desde aquella noche del 15 de octubre de 2006, nunca más he estado realmente solo en mis momentos más oscuros.

Cuando tengo ataques de pánico severos ahora, a mis 34 años siento una presencia.

No es imaginación, no es autoconsuelo psicológico, es real, es tangible.

Es como si Carlo estuviera parado junto a mí, poniendo su mano sobre mi pecho, como hacía en aquellas noches en Milano, recordándome que respire, que estoy bien, que no estoy solo.

Mis hijos preguntan a veces por qué tienen los nombres que tienen.

Papi, ¿quién era Carlos? Y yo les cuento la historia de mi mejor amigo, que murió cuando era más joven que ellos ahora, pero que de alguna manera sigue vivo, sigue presente, sigue intercediendo desde un lugar que llamamos cielo, pero que es más real que cualquier lugar en la tierra.

Les muestro fotos de Carlo, ese chico de 15 años con sudadera de Pokémon y sonrisa que contenía sabiduría de siglos.

Les leo secciones de su cuaderno azul y veo en sus ojos el mismo asombro que yo sentí aquella noche de octubre cuando todo lo que creía sobre la realidad se derrumbó y se reconstruyó.

Hoy, 18 años después de recibir ese email imposible, estoy cumpliendo la última parte de la promesa que le hice a Carlo.

Estoy contando nuestra historia en estas plataformas digitales que no existían en 2006.

como YouTube, como él predijo que haría.

Estoy compartiendo este testimonio con millones de personas alrededor del mundo que necesitan saber lo que yo sé con certeza absoluta, que Dios es real, que el cielo es real, que los santos interceden por nosotros, que la muerte no es el final, sino apenas el comienzo de algo infinitamente más grande y más hermoso de lo que nuestras mentes limitadas pueden comprender.

Carlo Acutis fue beatificado por la Iglesia Católica en octubre de 2020.

será canonizado oficialmente como santo en abril de 2025.

Millones de jóvenes alrededor del mundo lo conocen ahora como el Santo Millenial, el patrono de internet.

Pero para mí, hermano, hermana, él siempre será simplemente mi mejor amigo que cumplió su promesa imposible.

El chico que me enseñó que incluso en la oscuridad más profunda del dolor y la pérdida, nunca estamos realmente solos.

Si estás viendo este testimonio ahora mismo, no es coincidencia.

Carlo me dijo en su email que personas específicas lo encontrarían, personas que Dios está llamando en este momento exacto de sus vidas.

Tal vez tú eres una de esas personas.

Tal vez tu corazón está latiendo más rápido ahora mismo porque algo dentro de ti reconoce la verdad de lo que te he contado.

Si es así, hermano, o hermana, Carlo está intercediendo por ti también desde el cielo en este preciso momento.

Él está pidiendo que tu vida sea transformada como la mía fue transformada aquella noche de octubre cuando recibí un email del otro lado de la muerte.

Que Dios te bendiga.

Carlo Acutis, ruega por nosotros.

Nos vemos del otro lado, hermanos.

Fernando Paz, Monterrey, México, noviembre 2024.

Yeah.

 

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