A sus 65 años, Sergio Vargas revela la verdad detrás de su vida llena de luces y sombras

En el corazón de la República Dominicana, en un pequeño bate de Villa Altagracia, nació Sergio Pascual Vargas Parra, conocido mundialmente como Sergio Vargas, “El Negrito de Villa”.
Su historia es una mezcla de lucha, dolor, redención y éxito que pocos se atreverían a imaginar.
Hoy, con 65 años, el ícono del merengue finalmente ha decidido abrir su corazón y contar lo que nunca antes había dicho.
Desde pequeño, Sergio Vargas vivió en condiciones extremas de pobreza.
“Iba a la escuela sin ropa, sin libros y sin desayuno”, confesó.
Sin embargo, desde temprana edad, la música ya corría por sus venas.
“Mi primer trabajo fue llevar agua a las vecinas, luego cargaba caña y trabajaba en el ingenio.
Todo para sobrevivir, pero la música siempre estuvo ahí, esperando por mí”, recordó.
La vida de Sergio Vargas cambió radicalmente en 1981, cuando participó en el Festival de la Voz organizado por Rafael Solano.
Aunque solo obtuvo el segundo lugar, su talento captó la atención de Dionis Fernández, quien le ofreció unirse a su orquesta.
Ahí comenzó su ascenso meteórico hacia la fama.

Con éxitos como “La quiero a morir”, Sergio Vargas se convirtió en una de las figuras más representativas de la época dorada del merengue en los años 80 y 90.
Sin embargo, detrás del brillo de los escenarios, había una historia llena de sombras.
Sergio Vargas confesó que su paso por el grupo “Los Hijos del Rey” estuvo marcado por un ambiente de excesos y vicios.
“Había drogas, relaciones poco convencionales y mucha manipulación hacia los más jóvenes”, reveló.
Aunque logró mantenerse alejado de las sustancias, fue testigo del lado oscuro de la fama.
“Vi muchos caer, pero gracias a Dios nunca me metí en eso”, afirmó con orgullo.
La tragedia también marcó la vida de Sergio Vargas.
Perdió a su madre, Ana, debido a un error médico.
“Le dije al médico que era alérgica a la penicilina, pero se la pusieron de todas formas”, recordó con dolor.
La muerte de su padre, Sergio Vargas Valdés, a causa de un cáncer de colon, también dejó una profunda huella en él.
Sin embargo, encontró consuelo en Ramona, una mujer que asumió el rol de madre y lo ayudó a sanar.
“Fue un ángel enviado en el momento más oscuro de mi vida”, expresó.
A lo largo de su carrera, Sergio Vargas enfrentó rumores y controversias.
Desde supuestas relaciones con mujeres casadas, hasta rivalidades con otros artistas como Fernandito Villalona, su vida estuvo constantemente bajo el escrutinio público.
“Yo siempre he dicho que me gustan las mujeres, pero la mujer ajena me da náuseas”, aclaró.
A pesar de las habladurías, su enfoque siempre estuvo en la música y en mantener su integridad.
En 1989, una hepatitis viral casi le costó la vida.

“Estuve al borde del abismo, pero me aferré a la música, a mis hijas y a mi fe”, confesó.
Años después, sobrevivió a un accidente de autobús en Venezuela, donde murieron cinco personas, incluido un percusionista que iba justo delante de él.
“Me golpeé la espalda y la cabeza, pero sobreviví otra vez”, recordó.
El COVID-19 también puso a prueba su resistencia.
Pasó cinco días en cuidados intensivos y perdió 60 libras.
“No quise que mi familia ni mis amigos vinieran a verme.
No quería que me vieran vulnerable entre máquinas, sin fuerzas”, dijo con los ojos húmedos.
El virus no solo casi lo mata a él, sino que también se llevó a su cuñado y asistente más cercano, Salvador, en solo diez días.
“Eso me rompió por dentro”, confesó.
Además de su carrera musical, Sergio Vargas incursionó en la política.
Fue electo diputado por Villa Altagracia y utilizó su influencia para mejorar la calidad de vida de su comunidad.
“Para mí, el poder solo vale si mejora la vida de los tuyos”, afirmó.
Durante el gobierno de Hipólito Mejía, protagonizó una protesta legendaria al negarse a cortarse el pelo hasta que arreglaran las calles de su pueblo.
“Le dije a Dios, ‘Hasta que mi gente no vea los beneficios, este pelo no se toca’.
Y lo cumplí”, recordó con orgullo.
En 2021, contra todo pronóstico, Sergio Vargas ganó su primer Latin Grammy con el álbum “Esmerengue”.
“Después de más de cuatro décadas de música, sudor, lágrimas y gloria, este reconocimiento es la prueba de que todo esfuerzo vale la pena”, expresó emocionado.
En 2024, fue ovacionado de pie en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, donde recibió el Congo de Oro, uno de los mayores reconocimientos a la excelencia musical en América Latina.
Hoy, a sus 65 años, Sergio Vargas reflexiona sobre su vida y legado.
“Yo vengo de un bate donde la gente no soñaba con aplausos, sino con comida, y aquí estoy.

Todavía tengo mucho que decir”, afirmó.
A pesar de los desafíos, sigue comprometido con su música y con inspirar a las nuevas generaciones.
“A los jóvenes que quieren cantar, les digo que lo tienen todo en la palma de la mano, pero si no lo hacen con respeto y con letras que digan algo, todo eso se les va a ir como agua entre los dedos”, aconsejó.
Sergio Vargas no solo es un ícono del merengue, sino también un testimonio vivo de que los sueños se logran cuando el talento se mezcla con integridad.
“Todo lo que tengo me lo gané cantando con el alma, con el corazón y con respeto por mi gente”, concluyó.
Esta es la historia de un hombre que ha sobrevivido a la pobreza, la enfermedad, el olvido y a sí mismo.
Una historia que, sin duda, necesitaría una película entera para ser contada en su totalidad.
Pero lo que queda claro es que Sergio Vargas ha dejado una huella imborrable en la música y en los corazones de quienes han sido tocados por su talento y su humanidad.