Mujer hindú cuidó a Carlo Acutis durante 2 años… lo que vio la convirtió al catolicismo Hermanos, lo que voy a revelar hoy es algo que cambió mi vida de una manera tan profunda, tan devastadora, que durante 19 años no me atreví a contarlo completamente, pero Dios me ha dado paz para compartir esta historia ahora, en este momento exacto, porque sé que alguien que está viendo este video necesita escucharla. Si no crecen milagros, prepárate, porque lo que voy a contarte desafiará todo lo que piensas que sabes sobre Dios, sobre la fe y sobre lo que es posible en este mundo. Imagina por un momento que toda tu vida has adorado a ciertos dioses, que cada mañana durante 40 años has encendido incienso, has recitado mantras en sánscrito, has puesto flores frescas frente a estatuas de deidades que tus padres y abuelos adoraron antes que tú. Imagina que tu identidad completa está atada a esa religión, a esas tradiciones, a esa cultura milenaria. Ahora imagina que todo eso se derrumba en dos años, no por argumentos filosóficos, no por debates teológicos, sino por algo mucho más simple y mucho más poderoso, por presenciar milagros reales con tus propios ojos. Mi nombre es Prilla Sharma. Tengo 61 años y vivo en Milán, Italia……….

Hermanos, lo que voy a revelar hoy es algo que cambió mi vida de una manera tan profunda, tan devastadora, que durante 19 años no me atreví a contarlo completamente, pero Dios me ha dado paz para compartir esta historia ahora, en este momento exacto, porque sé que alguien que está viendo este video necesita escucharla.

Si no crecen milagros, prepárate, porque lo que voy a contarte desafiará todo lo que piensas que sabes sobre Dios, sobre la fe y sobre lo que es posible en este mundo.

Imagina por un momento que toda tu vida has adorado a ciertos dioses, que cada mañana durante 40 años has encendido incienso, has recitado mantras en sánscrito, has puesto flores frescas frente a estatuas de deidades que tus padres y abuelos adoraron antes que tú.

Imagina que tu identidad completa está atada a esa religión, a esas tradiciones, a esa cultura milenaria.

Ahora imagina que todo eso se derrumba en dos años, no por argumentos filosóficos, no por debates teológicos, sino por algo mucho más simple y mucho más poderoso, por presenciar milagros reales con tus propios ojos.

Mi nombre es Prilla Sharma.

Tengo 61 años y vivo en Milán, Italia.

Pero hace 21 años, en 2004, yo era una mujer completamente diferente.

Era una hindú devota de 40 años, recién llegada de Mumbai, India, trabajando como empleada doméstica para sobrevivir y enviar dinero a mis dos hijos que había dejado en mi país.

Yo no sabía nada sobre el catolicismo.

No conocí a Jesucristo, no había leído ni una sola página de la Biblia.

Para mí, el cristianismo era solo la religión de los colonizadores europeos.

nada más.

Pero entonces conseguí trabajo en una casa, la casa de una familia italiana llamada Acutis, una familia católica con un hijo adolescente llamado Carlos.

Y lo que vi en esa casa durante los siguientes dos años no solo cambió mi religión, cambió mi comprensión completa de la realidad, cambió quién soy como persona, cambió mi destino eterno, porque ese niño no era un niño común y lo que hacía cada noche me demostró, sin ninguna duda, que Dios es real.

Era marzo de 2004 cuando llegué a Milán.

El frío italiano me cortaba la piel porque yo venía del calor de Mumbai.

Llevaba una maleta pequeña con toda mi vida dentro, tres aris, una foto de mis hijos, Raj y Anhali, y mi estatuilla de Ganesha envuelta en tela roja que mi madre me había dado antes de morir.

Mi esposo había fallecido dos años antes en un accidente de construcción y yo era la única que podía mantener a mis hijos y a mi suegra anciana.

Una amiga de mi pueblo me dijo que en Italia había trabajo, que las familias pagaban bien.

Así que vendí nuestro pequeño apartamento, dejé a mis hijos con mi hermana y compré un boleto de avión con todo el dinero que tenía.

El día que llegué a Milán no hablaba ni una palabra de italiano, solo sabía decir buenos días y gracias que me había enseñado mi amiga.

Recuerdo caminar por las calles empedradas de esa ciudad europea, sintiendo que había cometido el error más grande de mi vida.

A través de una agencia para inmigrantes encontré trabajo con la familia Cutis en apenas una semana.

Me dijeron que era una familia católica con un hijo adolescente, que necesitaban ayuda con la limpieza y algunas tareas domésticas.

Yo solo asentí, no me importaba su religión, solo necesitaba ese trabajo.

El primer día, cuando toqué la puerta de su casa en Viarimondi, mis manos temblaban.

La señora Andrea, la madre de Carlo, abrió la puerta con una sonrisa tan cálida que inmediatamente me hizo sentir un poco menos asustada.

Benvenuta Prilla, me dijo en italiano lento para que yo entendiera.

Me mostró la casa.

Era hermosa, con pisos de madera, ventanas grandes que dejaban entrar mucha luz y crucifijos en las paredes que yo miraba con curiosidad, pero sin comprensión real.

me llevó a mi cuarto.

Un espacio pequeño pero limpio en el segundo piso.

Este es tu espacio privado me explicó con gestos y palabras simples.

Puedes decorarlo como quieras.

Esa misma noche, después de que la familia cenara y yo terminara de limpiar la cocina, subí a mi cuarto y monté mi pequeño altar hindú.

Coloqué mi estatua de ganesha en la mesita de noche.

Puse un platito con arroz como ofrenda y encendí una varita de incienso que había traído de India.

El aroma de sándalo llenó mi pequeño cuarto y por primera vez desde que llegué a Italia me sentí en casa.

Me arrodillé frente a mi dios elefante y recité los mantras que mi padre me había enseñado cuando yo era niña.

Om, gam, ganapate, namaha.

Le pedí a Ganesha, el removedor de obstáculos, que me ayudara en este país extraño, que me diera fuerza para soportar la soledad, que protegiera a mis hijos en India, que me ayudara a ganar suficiente dinero para darles una buena vida.

Lloré esa noche, hermanos.

Lloré porque extrañaba mi país, mi templo, mi familia.

No sabía que Dios, el Dios verdadero, ya había comenzado a trabajar en mi corazón.

Los primeros días en la casa de los acutis fueron extraños para mí.

Yo estaba acostumbrada al caos ruidoso de Mumbai, a las calles llenas de gente, a los templos con música y campanadas.

Pero esta casa italiana era tranquila, ordenada, pacífica, de una manera que me incomodaba.

Cada mañana la señora Andrea se despertaba temprano y salía a misa.

Yo no entendía por qué alguien iría a una iglesia todos los días.

Para mí la religión era algo que hacías en festivales especiales, en ocasiones importantes, pero ella iba diariamente con una devoción que yo solo había visto en sacerdotes hindúes profesionales.

El señor Andrea trabajaba en finanzas y salía temprano cada mañana y Carlo, su hijo de 13 años, era el misterio más grande de todos.

Ese niño no era como otros adolescentes que yo había visto.

No era rebelde ni perezoso.

No pasaba horas viendo televisión ni jugando videojuegos violentos.

Había algo diferente en él desde el primer momento que lo vi.

El primer encuentro real que tuve con Carlo fue en mi tercera mañana trabajando allí.

Yo estaba limpiando la sala cuando él bajó las escaleras.

Era delgado, con cabello oscuro, un poco despeinado y tenía estos ojos.

Hermanos, no puedo explicarlo de otra manera.

Eran ojos que parecían ver más allá de lo que ves tú o yo.

Me miró y me sonrió con una calidez que me sorprendió.

Buongiorno, Brilla! Me dijo en italiano.

Yo respondí tímidamente.

Buenos días.

Él notó mi acento y cambió inmediatamente al inglés, que yo hablaba un poco mejor.

¿Eres de India?, me preguntó.

Sí, de Mumbai, respondí.

Qué hermoso”, dijo él con genuino interés.

“India tiene una espiritualidad muy profunda.

Yo me sorprendí de que un niño de 13 años supiera algo sobre mi país.

¿Eres hindú?”, me preguntó.

Yo asentí tocando instintivamente el pequeño amuleto de Ganesha que llevaba bajo mi blusa.

Él sonrió de nuevo, pero esta vez había algo en su mirada, una compasión que yo no entendía en ese momento.

Durante las siguientes semanas, yo establecí una rutina.

Ah, me levantaba a las 5 de la mañana, hacía mis oraciones hindúes en mi cuarto y luego bajaba a preparar el desayuno.

Limpiaba la casa mientras la familia estaba fuera.

La señora Andrea en misa, el señor Andrea en el trabajo y Carlo en la escuela.

Por las tardes yo cocinaba la cena aprendiendo recetas italianas que la señora Andrea me enseñaba con paciencia.

Y cada noche, antes de dormir, yo volvía a mi altar y rezaba a mis dioses.

Pero algo extraño comenzó a suceder alrededor de mi tercera semana allí.

Cada noche, aproximadamente a las 3 de la madrugada, yo despertaba por un sonido.

Al principio pensé que era mi imaginación, el resultado del estrés de estar en un país nuevo, pero el sonido continuaba noche tras noche.

Eran pasos, pasos suaves, ligeros, como de alguien caminando descalso por el pasillo.

Los pasos bajaban las escaleras y se dirigían hacia la sala principal de la casa.

La primera vez que escuché esos pasos, mi corazón comenzó a latir rápidamente.

En India, mi abuela me había contado historias de butas, espíritus que caminan por las casas en la noche.

Habría espíritus también en Italia.

Me quedé en mi cama paralizada por el miedo, escuchando como los pasos se alejaban hacia abajo.

Después de unos minutos de silencio, los escuché regresar, subir las escaleras y volver a la habitación de Carlo.

Todo quedaba en silencio otra vez.

Esto sucedió la siguiente noche también.

Y la siguiente, siempre a las 3 de la madrugada, siempre los mismos pasos suaves.

Yo no le dije nada a la familia porque no quería que pensaran que estaba loca o que era supersticiosa, pero mi curiosidad hindú, esa misma curiosidad que me había hecho estudiar Los Vedas cuando era joven en Mumbai, no me dejaba en paz.

Después de dos semanas de escuchar lo mismo cada noche tomé una decisión.

La próxima vez que escuchara esos pasos los iba a seguir.

Fue una noche de abril.

Recuerdo exactamente la fecha, 23 de abril de 2004.

Yo me había acostado temprano, pero dormí solo unas horas.

A las 3 de la madrugada, como un reloj, escuché los pasos otra vez.

Esta vez, en lugar de quedarme paralizada en mi cama, me levanté silenciosamente.

Mi corazón latía tan fuerte que pensé que todos en la casa podrían escucharlo.

Abrí la puerta de mi cuarto muy despacio, tratando de no hacer ningún ruido.

El pasillo estaba oscuro, excepto por una pequeña luz de noche que la señora Andrea mantenía encendida cerca de las escaleras y entonces lo vi.

Era Carlo.

Estaba caminando descalo, vestido con su pijama, bajando las escaleras con los ojos cerrados.

Está sonámbulo, pensé inmediatamente.

El pobre niño está caminando dormido.

Decidí seguirlo para asegurarme de que no se lastimara.

Bajé las escaleras detrás de él, manteniendo mi distancia, lista para agarrarlos y tropezaba.

Pero Carlo caminaba con una seguridad extraña para alguien dormido.

Carlo llegó a la sala principal y caminó directamente hacia un rincón donde había un pequeño altar católico.

Era una mesa con un crucifijo, una imagen de la Virgen María y siempre había velas y flores frescas.

Yo había limpiado ese altar muchas veces, pero nunca le había prestado mucha atención.

Era solo decoración religiosa para mí, como mis estatuas de Ganesha eran para otros.

Pero lo que vi a continuación, hermanos, cambió todo.

Carlos se arrodilló frente a ese altar con sus ojos todavía cerrados y entonces comenzó a a hablar.

No estaba rezando como yo había visto a la señora Andrea rezar con palabras memorizadas de oraciones católicas.

Estaba hablando como si estuviera conversando con alguien real, alguien presente en la habitación.

“Sí, señor, lo entiendo”, decía en italiano con una voz suave pero clara.

Mañana hablaré con él.

Sé que está sufriendo.

Hubo una pausa, como si estuviera escuchando una respuesta que yo no podía oír.

Y la señora del segundo piso también está enferma.

Otra pausa.

Yo me quedé completamente inmóvil, escondida detrás de la puerta de la cocina, observando esta escena imposible.

Carlos seguía hablando.

Jesús, sé que mi tiempo es corto.

Mi mamá va a sufrir mucho cuando yo me vaya.

Por favor, cuídala.

y a mi papá también.

Mis manos comenzaron a temblar.

Tiempo corto, irse.

¿De qué estaba hablando este niño? Y la señora Pría.

Continuó Carlo.

Y mi corazón se detuvo al escuchar mi nombre.

La nueva empleada de India.

Señor, ella no te conoce todavía, pero tú la trajiste aquí por una razón.

Por favor, muéstrate a ella.

Rompe las cadenas que la atan a dioses falsos.

Ella tiene un corazón bueno.

Solo necesita ver tu verdad.

Lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

¿Cómo sabía este niño dormido lo que había en mi corazón? ¿Cómo sabía sobre mi lucha espiritual que yo ni siquiera había admitido a mí misma? Después de unos minutos más de conversación silenciosa, Carlos se levantó, todavía con los ojos cerrados y caminó de regreso hacia las escaleras.

Yo me escondí rápidamente en la cocina mientras Carlo pasaba.

Esperé hasta que escuché que su puerta se cerraba arriba y entonces subí corriendo a mi cuarto.

Cerré la puerta temblando de pies a cabeza y me senté en mi cama tratando de procesar lo que acababa de presenciar.

Miré mi altar hindú, mis estatuas de Ganesha y Shiva, el incienso que había quemado esa mañana.

Falsos había dicho Carlo en su oración.

Era posible.

Durante 40 años yo había adorado a estos dioses.

Mi familia entera los adoraba.

Generaciones de mis ancestros habían encontrado paz en estos rituales.

¿Cómo podía un niño italiano de 13 años, hablando en su sueño, cuestionar todo eso? Pero había algo en lo que presencié esa noche que no podía negar.

Carlo no estaba simplemente rezando al aire, estaba conversando.

Y quien fuera que estaba del otro lado de esa conversación sabía cosas que no debería saber.

Sabía sobre mí, sabía sobre mi corazón.

Esa noche no dormí nada.

A la mañana siguiente, cuando Carlo bajó a desayunar, yo lo observé cuidadosamente.

Se veía completamente normal.

un niño de 13 años comiendo su pan con mermelada y tomando leche.

No había ninguna señal de que recordara lo que había hecho en la madrugada.

Durante el desayuno, él habló con su madre sobre su proyecto de computadora, algo sobre crear un sitio web de milagros eucarísticos.

Yo no entendía nada de eso, pero lo escuchaba mientras limpiaba la cocina.

Después de que su madre salió de la habitación, Carlo me miró directamente y me dijo en inglés, “Brilla, ¿dormiste bien anoche? Mi corazón dio un salto.

Sabía que yo lo había seguido.

Sí, bien.

Mentí torpemente.

Él sonrió de una manera que me hizo sentir que él sabía perfectamente que yo estaba mintiendo.

A veces Dios nos muestra cosas en la noche, dijo él casualmente, cosas que necesitamos ver para entender su plan.

Antes de que yo pudiera responder, él se levantó y subió a su cuarto.

Durante las siguientes semanas, yo no pude dejar de pensar en lo que había visto.

Cada noche, a las 3 de la madrugada, yo despertaba automáticamente.

Escuchaba los pasos de Carlo, pero ya no lo seguía.

Sabía a dónde iba y qué hacía, pero algo había cambiado en mí.

Cuando yo hacía mis oraciones hindúes cada mañana, las palabras comenzaban a sentirse vacías.

Los mantras que había recitado durante décadas de repente no tenían el mismo poder.

Miraba mis estatuas de dioses y me preguntaba, “¿Ustedes me pueden escuchar realmente o solo estoy hablando con piedra?” Una tarde, cuando Carlos regresó de la escuela, me encontró limpiando la sala.

Él puso su mochila en el sofá y se sentó observándome trabajar.

Después de un momento de silencio me preguntó, “Brilla, ¿puedo hacerte una pregunta personal?” Yo dejé de limpiar y lo miré.

“Tus dioses te han hablado alguna vez.

La pregunta me golpeó como un puño en el estómago, porque la respuesta honesta, la respuesta que nunca me había atrevido a admitir en 40 años de devoción hindú era no.

” No.

Tuve que admitir finalmente mi voz apenas un susurro.

Mis dioses nunca me han hablado.

Carlo asintió con una tristeza en sus ojos que parecía demasiado profunda para un niño de 13 años.

Brilla me dijo con una gentileza que me rompió el corazón.

Dios quiere hablarte.

El Dios verdadero no está enojado contigo por no conocerlo todavía.

Él te ama.

Te ama tanto que te trajo hasta aquí a miles de kilómetros de tu país, solo para encontrarte.

Yo no supe qué decir.

Mis manos temblaban mientras sostenía el trapo de limpieza.

Pero yo soy hindú, logré decir.

Mi familia entera es hindú.

Mis ancestros.

Carlo me interrumpió suavemente.

Jesús no vino solo para los italianos brilla.

Él murió por todos.

Por los hindúes, por los musulmanes, por los budistas, por cada persona que alguna vez ha vivido.

Él te está esperando.

Solo tienes que abrir tu corazón.

Esa noche, por primera vez en mi vida, no encendí incienso en mi altar hindú.

Solo me senté en mi cama mirando mis estatuas, sintiendo algo que nunca había sentido antes, duda.

Los meses pasaron y mi relación con Carlos se volvió más cercana.

Él nunca me presionó sobre religión después de esa conversación.

Nunca me predicó ni me hizo sentir inferior por mi fe hindú.

Simplemente vivía su catolicismo de una manera tan auténtica.

tan radical que yo no podía ignorarlo.

Lo veía rechazar invitaciones de amigos para ir a fiestas porque prefería ir a misa.

Lo veía ayunar los viernes ofreciendo ese sacrificio por las almas del purgatorio.

Algo que yo no entendía, pero que claramente significaba mucho para él.

Lo veía pasar horas frente a su computadora, no jugando, sino catalogando milagros eucarísticos de todo el mundo.

Es mi misión, me explicó un día, mostrarle al mundo que Jesús está realmente presente en la Eucaristía, que los milagros siguen sucediendo hoy.

Yo lo observaba trabajar en ese proyecto con una dedicación que yo solo había visto en Santos Hindúes, pero lo que más me impactaba era su alegría.

A pesar de todo el sacrificio, de toda la disciplina, Carlo era el adolescente más feliz que yo había conocido.

Y esa alegría venía de adentro, de un lugar profundo que yo no podía alcanzar con todas mis oraciones hindúes.

Era junio de 2004 cuando sucedió algo que me sacudió profundamente.

Yo estaba limpiando la sala cuando la señora Andrea entró llorando.

Ella acababa de recibir una llamada de su madre, que estaba muy enferma en otro pueblo.

Necesitaba viajar inmediatamente, pero estaba preocupada por dejar a Carlos solo.

No se preocupe, señora, le dije.

Yo cuidaré de Carlo.

Puede irse tranquila.

Ella me abrazó con lágrimas en los ojos, agradeciéndome profusamente.

Esa noche, después de que ella se fue, Carlo y yo cenamos juntos.

Él me hizo preguntas sobre India, sobre mi familia, sobre mis hijos que yo extrañaba terriblemente.

¿Cuándo fue la última vez que los viste?, me preguntó hace 4 meses.

Respondí con lágrimas en mis ojos.

Ellos son mi razón para estar aquí.

Carlo asintió comprensivamente.

Prilla, ¿puedo orar por tus hijos? La pregunta me sorprendió.

¿Tú harías eso?, pregunté.

Por supuesto, dijo él con esa sonrisa suya.

Dios ama a Raj y a Yali tanto como te ama a ti.

Ese fue el momento cuando mi corazón comenzó a abrirse realmente, porque ninguno de mis dioses hindúes había mostrado interés en mis hijos de esta manera personal.

Esa noche, a las 3 de la madrugada yo escuché los pasos otra vez, pero esta vez algo me impulsó a seguirlos nuevamente.

Bajé las escaleras silenciosamente y vi a Carlo arrodillado frente a su altar como siempre.

Pero esta vez, cuando comenzó ahí a hablar, yo escuché mi nombre y los nombres de mis hijos.

Jesús decía él con sus ojos cerrados, por favor, protege a Rag y a Yali en India.

Ellos no tienen padre y su madre está lejos.

Envía ángeles para cuidarlos.

Y Señor, por favor, ayuda a Priat a encontrar paz.

Ella trabaja tan duro, ella sacrifica tanto.

Muéstrale que tú ves todo su sufrimiento y que tienes un plan hermoso para su vida.

Yo comencé a llorar allí mismo en la oscuridad.

Este niño de 13 años, que tenía su propia vida, sus propios problemas, estaba usando sus conversaciones nocturnas con Jesús para interceder por mí y mis hijos.

¿Qué clase de amor era ese? No era el amor impersonal de Brahman o la devoción ritualista a Shiva.

Era algo completamente diferente.

Era personal, era real, era poderoso.

Al día siguiente recibí una llamada de mi hermana en India.

Yo casi nunca recibía llamadas porque eran muy caras.

Mi corazón se detuvo pensando que algo malo había pasado.

Pría, me dijo mi hermana con emoción en su voz.

Tienes que escuchar lo que pasó anoche con Raj.

Ella me contó que mi hijo de 12 años había estado muy enfermo con fiebre alta durante dos días.

Los médicos no podían identificar la causa y estaban considerando hospitalizarlo.

Pero anoche, exactamente a las 3:30 de la madrugada, hora de India, lo que serían las 11 pm, hora italiana, la fiebre había desaparecido completamente.

Se despertó sudando, explicó mi hermana y dijo que había tenido un sueño con un niño italiano que le tocó la frente y le dijo que ya estaba curado.

Mi corazón comenzó a latir rápidamente.

Un niño italiano.

Repetí.

Sí.

Rag lo describió con detalle.

Dijo que tenía ojos muy amables y que brillaba con una luz suave.

Yo colgué el teléfono con manos temblorosas.

Carlo había orado por mis hijos anoche y algo había pasado al otro lado del mundo.

Cuando Carlos regresó de la escuela ese día, yo lo estaba esperando en la sala.

Carl, le dije con lágrimas corriendo por mis mejillas.

¿Qué eres tú? Él me miró con confusión.

¿Qué quieres decir, Prilla? Mi hijo en India, le dije.

Estaba muy enfermo, pero anoche, después de que oraste por él, se curó y soñó con un niño italiano que lo tocó.

Carlos sonrió, pero sin sorpresa, como si cosas así pasaran todo el tiempo.

No fui yo, Pría, fue Jesús.

Yo solo le pedí que sanara a Raj y él lo hizo porque te ama.

Pero mis dioses, comencé a decir, mi voz quebrándose.

Yo he rezado a mis dioses durante años y nunca.

Carlos se acercó y puso su mano en mi hombro.

Prilla, tus dioses no pueden escuchar porque no están vivos, son piedra.

Pero Jesús está vivo.

Él resucitó de entre los muertos y él quiere tener una relación contigo, no solo recibir tus ofrendas de flores e incienso.

Él quiere tu corazón.

Por primera vez en mi vida, hermana, hermanos, yo sentí que alguien estaba realmente escuchando.

Esa noche hice algo que nunca imaginé que haría.

Bajé las escaleras a las 3 de la madrugada y me senté en el sofá de la sala esperando.

Cuando Carlo bajó con sus ojos cerrados y se arrodilló frente al altar, yo me arrodillé también a su lado.

No sabía qué hacer.

No conocía oraciones católicas.

No entendía la teología cristiana, pero simplemente hablé desde mi corazón.

Jesús, dije en voz baja, mis manos temblando.

Yo no sé si eres real, pero si eres real, si realmente sanaste a mi hijo, necesito conocerte.

He pasado 40 años buscando a Dios en lugares equivocados.

Estoy cansada, estoy sola, estoy perdida.

Si me puedes escuchar, por favor, muéstrate a mí.

Y entonces, hermanos, algo inexplicable sucedió.

Sentí como si un calor suave comenzara en mi pecho y se expandiera por todo mi cuerpo.

No era fuego físico, era algo más profundo.

Era amor, un amor tan puro, tan completo, tan abrumador, que comencé a soylozar incontrolablemente.

Por primera vez en mi vida sentí que Dios no estaba en templos lejanos o en rituales complejos.

estaba allí conmigo amándome personalmente.

Carl abrió sus ojos y me miró por primera vez.

Él no estaba dormido durante estas oraciones nocturnas.

Me sonrió con lágrimas también en sus ojos.

Él te escuchó, brilla.

Jesús te está abrazando ahora mismo.

Y yo lo sentí.

Sentí ese abrazo invisible, pero más real que cualquier abrazo físico que había recibido jamás.

Esa noche cambió todo para mí.

Los siguientes meses fueron una transformación gradual, pero profunda.

Carlos comenzó a enseñarme sobre Jesús, no con sermones largos, sino con conversaciones simples durante el día.

Me explicó la Santísima Trinidad de una manera que yo pudiera entender.

Me contó sobre la crucifixión, sobre cómo Jesús había sufrido voluntariamente para salvar a la humanidad.

Me habló de la Eucaristía, de cómo Jesús se hace presente en la consagrada.

Todo esto era tan diferente del hinduismo que yo conocía.

No era sobre karma o reencarnación, era sobre gracia, sobre perdón, sobre un Dios que te busca activamente en lugar de esperar que tú lo alcances a través de miles de vidas.

Un día Carlos me dio una Biblia en inglés.

Lee el evangelio de Juan.

Me dijo, empieza ahí.

Yo comencé a leer esa Biblia cada noche después del trabajo.

Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan me impactaban profundamente.

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Nadie viene al Padre sino por mí.

Esas palabras eran tan diferentes del pluralismo hindú que yo había aprendido.

No había múltiples caminos, había uno solo.

Y ese camino era una persona, Jesucristo.

Yo soy la luz del mundo.

El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Yo había caminado en tinieblas durante 40 años sin siquiera darme cuenta, pero ahora una luz estaba comenzando a brillar.

Lentamente comencé a asistir a misa con la señora Andrea.

Al principio no entendía nada.

El ritual católico era completamente ajeno para mí, pero había algo en la misa, especialmente en el momento de la consagración, cuando el sacerdote levantaba la que me hacía sentir esa misma presencia amorosa que había experimentado aquella noche en la sala.

Un día después de misa, le dije a Carlo, “Creo que Jesús está realmente allí en esa hostia.

” Él sonrió enormemente.

Lo está Prilla.

Ese es el milagro más grande de todos.

Pero entonces, en septiembre de 2006, todo cambió.

Carlo comenzó a sentirse mal.

Al principio pensamos que era solo un resfriado o gripe, pero la fiebre no bajaba.

comenzó a perder peso rápidamente.

La señora Andrea, preocupada lo llevó al hospital para exámenes.

Yo recuerdo perfectamente el día cuando ella regresó de la cita médica.

Su rostro estaba pálido, sus ojos rojos de tanto llorar.

Priya, me dijo con voz quebrada, Carlo tiene leucemia.

El mundo se detuvo para mí.

¿Qué? Logré susurrar.

Los doctores dicen que es agresiva, van a comenzar quimioterapia inmediatamente, pero ella no pudo terminar la frase antes de comenzar a soyar.

Yo la abracé, pero mi mente estaba corriendo.

Carlo, el niño que había cambiado mi vida, que conversaba con Jesús cada noche, que había sanado a mi hijo al otro lado del mundo, tenía cáncer, ¿dónde estaba Jesús ahora? ¿Por qué permitiría que Carlo, su servidor más fiel, sufriera así? Esas preguntas me atormentaban.

Era mi primera prueba real de fe como nueva creyente.

Carlo enfrentó su enfermedad con una paz que desafiaba toda comprensión humana.

Mientras los otros niños con cáncer en el hospital lloraban y se quejaban, Carlos sonreía.

“No estoy sufriendo por nada”, me dijo un día cuando fui a visitarlo al hospital.

“Estoy ofreciendo mi dolor por el Papa y por la Iglesia”.

Yo no entendía completamente lo que eso significaba, pero podía ver que había un propósito en su sufrimiento que le daba fuerza.

Él continuó trabajando en su proyecto de milagros eucarísticos desde su cama de hospital usando su laptop cuando tenía energía.

“Tengo que terminarlo, Prilla”, me decía.

Es importante.

La gente necesita saber sobre estos milagros.

Durante esas semanas difíciles, yo oraba más que nunca, pero ya no oraba a Ganesha o Shiva.

oraba a Jesús.

“Por favor”, le decía cada noche.

“Salva a Carlo, él es tan joven, tiene tanto que dar todavía.

Por favor, hazlo por su madre, por su padre, por mí.

” Pero en mi corazón yo sabía que algo diferente estaba pasando.

Carlo mismo me lo había dicho meses antes durante nuestra primera conversación.

“Mi tiempo es corto.

Las últimas semanas de la vida de Carlo fueron las más difíciles, pero también las más transformadoras para mí.

Yo pasaba cada momento libre que tenía en el hospital con él.

La señora Andrea apreciaba mi compañía porque ella estaba exhausta emocional y físicamente.

Un día, cuando estábamos solos en su habitación del hospital, Carlo me miró con esos ojos profundos suyos y me dijo, “Prilla, ¿puedo pedirte algo?” “Cualquier cosa”, respondí.

“Cuando yo me vaya”, dijo él calmadamente, “no quiero que pierdas tu fe.

Sé que va a ser difícil.

Vas a preguntarte por qué Dios permitió esto.

Pero quiero que recuerdes algo importante.

La muerte no es el final para los cristianos, es solo el comienzo.

Voy a estar con Jesús y voy a orar por ti desde el cielo.

Te lo prometo.

Lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

No hables así, Carlo.

Vas a mejorarte.

Dios va a hacer un milagro.

Él sonrió tristemente.

Dios ya hizo un milagro.

Prilla.

Te trajo a ti desde India hasta mi casa para que pudieras conocerlo.

Ese fue el milagro.

Carlo Acutis murió el 12 de octubre de 2006.

Tenía 15 años.

Yo estaba allí en la habitación del hospital cuando sucedió.

La señora Andrea sostenía su mano derecha, el señor Andrea su mano izquierda y yo estaba parada al pie de la cama llorando silenciosamente.

Los últimos momentos de Carlo fueron pacíficos.

Él murmuró una oración final.

Jesús, María, José, os doy el corazón y el alma mía.

Y entonces, hermanos, algo extraordinario sucedió.

La habitación se llenó con un aroma.

No era el olor medicinal del hospital.

Era un aroma dulce, como flores frescas, como rosas.

Y la expresión en el rostro de Carlo cambió.

Una sonrisa pequeña pero hermosa apareció en sus labios.

Era como si estuviera viendo algo hermoso que nosotros no podíamos ver.

Y entonces se fue.

El monitor cardíaco comenzó a sonar con ese pitido continuo que indica que no hay más latidos.

Las enfermeras entraron corriendo, pero yo sabía que Carlo ya no estaba en ese cuerpo.

Estaba con Jesús, como él había dicho que estaría.

Mi primer pensamiento fue de dolor absoluto.

Había perdido al niño que me había enseñado sobre el amor verdadero de Dios.

Los días después de la muerte de Carlo fueron los más oscuros de mi nueva fe.

Yo me encerraba en mi cuarto y lloraba durante horas.

Miraba mi altar hindú que todavía estaba allí, aunque yo ya no lo usaba.

Por un momento pensé en volver.

Quizás estaba equivocada, me decía a mí misma.

Quizás el hinduismo era correcto después de todo.

Quizás todo esto del cristianismo era una ilusión.

Pero entonces recordaba las palabras de Carlo, no pierdas tu fe cuando yo me vaya.

Nair, semana después del funeral sucedió algo que solidificó mi conversión para siempre.

Yo estaba limpiando la habitación de Carlo, una tarea que la señora Andrea no podía hacer porque era demasiado dolorosa para ella.

Estaba doblando su ropa, tocando sus libros, llorando mientras recordaba todas nuestras conversaciones.

De repente, su computadora, que había estado apagada, se encendió sola.

La pantalla mostró su proyecto de milagros eucarísticos y entonces, sin que yo tocara nada, el cursor comenzó a moverse solo, como si alguien invisible estuviera controlándolo.

El cursor se movió hasta un mensaje que Carlo había escrito, pero nunca había publicado.

El mensaje decía, “Para Prilla, la Eucaristía es nuestra autopista al cielo.

No lo olvides.

Te veré allí algún día.

Carlo, yo caí de rodillas en ese momento soyando incontrolablemente.

No era mi imaginación, no era coincidencia, era Carlo desde el cielo, cumpliendo su promesa de orar por mí, de cuidarme, de ayudarme a mantener mi fe.

Esa noche, por primera vez su muerte, dormí en paz y a las 3 de la madrugada yo desperté automáticamente, como había hecho durante dos años.

Bajé las escaleras y me arrodillé frente al altar católico de la sala.

Ya no había pasos de Carlo, porque su cuerpo ya no estaba aquí, pero su espíritu, su intercesión, su amor seguían presentes.

Jesús, oré con todo mi corazón.

Acepto todo lo que Carlos me enseñó.

Acepto que tú eres el único Dios verdadero.

Acepto que tú moriste por mis pecados.

Acepto que la eucaristía es tu cuerpo y sangre reales.

Renuncio a mis antiguos dioses.

Renuncio al hinduismo.

Te entrego mi vida completamente.

Hazme tu hija.

Y entonces, hermanos, sentí ese mismo calor, esa misma presencia amorosa que había sentido meses antes, pero esta vez era aún más fuerte, más completa.

Era una certeza absoluta de que había tomado la decisión correcta.

Al día siguiente subí a mi cuarto y miré mi altar hindú por última vez, las estatuas de Ganesha y Shiva que mi familia me había dado, el incienso que había quemado durante décadas, las imágenes de dioses que había adorado desde niña, con lágrimas en mis ojos, pero con determinación en mi corazón, tomé cada estatua y la envolví cuidadosamente en tela.

No las tiré a la basura porque habían sido regalos de mi familia, pero las guardé en una caja y las puse en el fondo de mi armario.

Ese capítulo de mi vida había terminado.

Le dije a la señora Andrea que quería convertirme al catolicismo oficialmente.

Ella lloró de alegría y me abrazó.

Carl estaría tan feliz, me dijo.

Durante los siguientes meses tomé clases de catecismo con el padre de la parroquia.

Aprendí sobre los sacramentos, sobre la doctrina católica, sobre la historia de la Iglesia.

Todo esto era fascinante para mí.

El 12 de abril de 2007, exactamente 6 meses después de la muerte de Carlo, fui bautizada en la misma iglesia donde él había sido bautizado ese día.

Mientras el agua bendita tocaba mi frente, sentí como si 40 años de esclavitud espiritual fueran lavados completamente.

Era libre, era hija de Dios.

era nueva.

Hoy, 19 años después de conocer a Carlo Acutis, soy una mujer completamente diferente.

Traje a mis dos hijos de India a Italia hace 15 años.

Ambos son ahora católicos también.

Raj estudia para ser sacerdote.

Anjali trabaja en un hospital católico cuidando a los enfermos.

Todo porque un niño de 13 años aceptó a una empleada hindú en su casa y le mostró el amor de Cristo sin palabras complicadas, solo con su vida.

Hermano, hermana que me estás escuchando ahora, no sé qué religión tienes, no sé si eres hindú como yo era, musulmán, budista o simplemente alguien que no cree en nada, pero lo que sí sé es esto.

Jesucristo es real, los milagros son reales y Dios te está buscando en este momento exacto.

No es casualidad que estés viendo este video.

Dios usó a un niño santo para encontrarme a mí en Milán, Italia, y está usando mi testimonio ahora para encontrarte a ti donde sea que estés.

Carlutis fue declarado beato en 2020.

Su cuerpo permanece incorrupto hasta hoy.

Un milagro más de los muchos que rodearon su vida.

Yo voy a su tumba cada mes y le agradezco por salvarme del error espiritual.

Pero más que todo le agradezco a Jesús, quien usó a un adolescente ordinario para hacer cosas extraordinarias.

Si este testimonio tocó tu corazón, compártelo, porque en algún lugar hay otra prilla esperando escuchar que Dios la ama.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

M.

 

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