La Hija de Flor Silvestre Revela Secretos Inéditos que Conmueven al Público
Flor Silvestre, la legendaria cantante, actriz y amazona mexicana, ha deslumbrado a generaciones durante más de siete décadas.
Reconocida por su cautivadora voz y belleza, Silvestre se convirtió en una de las estrellas más importantes del cine mexicano en la época de oro de los años 40.
Sin embargo, detrás de su fama, enfrentó desafíos profundos que han sido revelados recientemente por su hija, quien compartió detalles conmovedores sobre los últimos momentos de la vida de su madre.
En un emotivo relato, se dio a conocer el sincero consejo que Flor Silvestre le dio a su nieta Ángela Aguilar antes de partir.
Nacida como Guillermina Jiménez Chaboya el 16 de agosto de 1930 en Salamanca, Guanajuato, México, Flor Silvestre fue una figura central del entretenimiento mexicano, con una vida tan apasionante como su carrera.
Como tercera de ocho hijos, creció en un hogar impregnado de música, gracias a su madre, María de Jesús Chaboya Peña, quien era una apasionada del canto.
Su padre, Jesús Jiménez Cervantes, era carnicero, pero ambos progenitores inculcaron en sus hijos el amor por la música.
Desde pequeña, Guillermina mostró una pasión innata por el canto, participando en festivales locales y eventos escolares donde interpretaba canciones populares.
Influenciada por grandes como Jorge Negrete y Lucha Reyes, su amor por la música tradicional mexicana fue evidente desde temprano.
A finales de los años 30, un cambio importante ocurrió en su vida cuando su madre decidió trasladarse a la Ciudad de México después de que su padre vendiera la propiedad en Salamanca.
María de Jesús llevó a sus tres hijos menores a la capital, dejando temporalmente a Guillermina con sus abuelos.
Una vez terminada su educación primaria, Guillermina se unió a su familia en la capital, donde comenzó a prepararse para nuevas oportunidades estudiando secretariado.
En 1943, su carrera dio un giro decisivo durante una presentación del mariachi Pulido en el teatro del pueblo.
Guillermina se acercó audazmente al director de escena, solicitando la oportunidad de cantar.
Aunque fue inicialmente rechazada, Carlos López Stián, el director de escena, reconoció su talento y planeó su debut la semana siguiente.
Con una blusa y falda confeccionadas por su madre, Guillermina interpretó tres canciones, incluyendo “También soy mexicana” y “El herradero”, recibiendo una ovación.
Este debut marcó un comienzo triunfal para su carrera.
Su siguiente aparición fue en la obra “La soldadera”, dirigida por López Santillán, donde interpretó una canción escrita especialmente para ella por José de Jesús Morales.
Esta actuación, transmitida por la radio, le valió el primer nombre artístico de “La Soldadera”.
Sin embargo, al descubrirse que ya existía otra cantante con ese nombre, el periodista Arturo Blanca sugirió que adoptara el apodo de “La Amapola”.
Finalmente, inspirándose en la película “Flor Silvestre” de Dolores del Río, Blancas le dio el nombre que la acompañaría por siempre: Flor Silvestre.
Con este nuevo nombre que reflejaba su talento natural y belleza, Flor Silvestre comenzó una trayectoria imparable.
Su presencia en el teatro, la radio y eventualmente el cine consolidó su lugar como una de las artistas más queridas y recordadas de México.
Flor Silvestre destacó rápidamente en el mundo del entretenimiento al ganar un concurso de aficionados patrocinado por la estación de radio XEW, la más influyente de México.
Este triunfo le aseguró un contrato en el prestigioso Teatro Colonial de la Avenida San Juan de Letrán, donde cautivó a los asistentes con sus presentaciones.
En los años 40, este teatro era uno de los escenarios más reconocidos, y fue allí donde un empresario se fijó en su talento, invitándola a unirse a su compañía de giras.
La compañía recorrió el norte de México, presentándose en ciudades como Torreón, donde Flor abrió el espectáculo para el renombrado cantante de tango argentino Hugo del Carril.
En este periodo, su familia enfrentaba dificultades económicas, y Flor asistió a diversos eventos para contribuir.
En diciembre de 1945, se presentó en el Coliseo Olímpico de Guadalajara, donde fue anunciada como “Flor Silvestre, el alma de la canción ranchera”.
Su renombre siguió creciendo, y para noviembre de 1946 fue invitada a la inauguración del cine Juárez en Guadalajara, donde el periódico “El Informador” la describió como la joven cantante que representaba el sentimiento ranchero.
Entre 1947 y 1949, Flor Silvestre y la compañía del empresario emprendieron una gira por Centro y Sudamérica, actuando en los clubes más importantes de la región.
En Argentina, Hugo del Carril la presentó a un nuevo público, y luego la compañía llegó a Perú, donde actuó para la Fuerza Aérea Mexicana antes de regresar a México.
A su regreso en 1950, Flor obtuvo un contrato en “El Patio”, el club nocturno más popular de la Ciudad de México.
Allí, Emilio Azcárraga y el productor Gregorio Wallerstein notaron su talento y le ofrecieron oportunidades.
Azcárraga le dio su propio programa de radio en la XEW, y Wallerstein, el influyente productor de cine, la contrató para realizar cinco películas.
El programa de radio impulsó su fama, y la periodista Mónica Fu elogió su dedicación, señalando que Flor se esforzaba constantemente por mejorar.
Ese mismo año, grabó sus primeras canciones con Columbia Records, lanzando varios sencillos de 78 rpm que se convirtieron en éxitos.
Formó además un dueto llamado “Las Flores” junto a su hermana “La Prieta Linda”, con quienes grabó temas como “Los desvelados” y “Lo traigo en la sangre” con el mariachi de Rubén Fuentes.
Flor también se unió al elenco de “A los toros”, una revista centrada en la tauromaquia en el Teatro Tivoli, escrita y presentada por Paco Malgesto, quien luego se convertiría en su esposo.
Esta revista tuvo un gran éxito en todo México y fue allí donde comenzó a cantar también en la Plaza México, dejando una huella en la historia de la música y el cine mexicanos.
En la cúspide de su carrera, Flor Silvestre ofreció un valioso consejo a su nieta Ángela Aguilar, que resuena como una lección de vida: “Nunca olvides de dónde vienes y mantén siempre el respeto por tus raíces y por la música que te ha dado todo”.
Este consejo refleja los valores que la acompañaron durante toda su trayectoria, y su legado sigue siendo un testimonio de talento, perseverancia y pasión por la cultura mexicana.
A mediados de la década de 1950, Flor Silvestre ya había consolidado su fama como una estrella en el cine mexicano.
Su participación en películas icónicas como “El bolero de Raquel” (1957) junto a Cantinflas y “Ánimas Trujano” (1962), nominada al Óscar, demostraron su habilidad para la actuación dramática.
En “Ánimas Trujano”, compartió escenas con reconocidos actores como Toshiro Mifune y Columba Domínguez, recibiendo elogios de la crítica internacional por su interpretación genuina y emotiva.
Durante estos años, no solo brilló en la gran pantalla, sino que también continuó su carrera musical, lanzando éxitos que se convirtieron en auténticos himnos.
Canciones como “Cielo rojo”, “Mi destino fue quererte” y “Cruz de olvido” resonaron no solo en México, sino en toda América Latina.
Su voz cautivadora y su capacidad para transmitir la esencia de la música ranchera la mantuvieron en la cima de las listas de popularidad, reafirmando su estatus como una de las artistas más queridas de su generación.
En su vida personal, Flor Silvestre fue igualmente admirada.
Su primer matrimonio fue con el locutor y empresario Paco Malgesto, con quien tuvo dos hijos, Francisco y Marcela.
Aunque la relación terminó, ambos mantuvieron una relación cordial por el bienestar de sus hijos.
En 1959, durante la filmación de “El rayo de Sinaloa”, conoció a Antonio Aguilar, quien se convertiría en el gran amor de su vida y un compañero artístico invaluable.
Su romance fue uno de los más célebres de la época, y juntos formaron una dinastía artística que perdura hasta hoy.
Con Antonio, Flor tuvo dos hijos, Pepe y Antonio Aguilar Jr., quienes también encontraron su pasión en la música y el cine, siguiendo los pasos de sus padres.
La familia Aguilar se convirtió en un símbolo de la música ranchera, y Flor desempeñó un papel fundamental en la formación de sus hijos.
Siempre fue una madre cariñosa y una mentora dedicada, guiándolos en cada etapa de sus carreras.
Durante su matrimonio, Flor y Antonio compartieron la pantalla en varias películas y realizaron giras por todo México y América Latina, llevando su música y su arte a miles de personas.
Su relación era admirada como un ejemplo de amor y compañerismo, y se mantuvo sólida hasta la muerte de Antonio Aguilar en 2007.
En sus últimos años, Flor Silvestre se retiró gradualmente de la vida pública.
Aunque nunca dejó de ser una figura querida y respetada, pasó sus días en el rancho “El Soyate” en Zacatecas, un lugar que construyó junto a Antonio y que se convirtió en su refugio.
Aunque sus apariciones públicas disminuyeron, su legado continuó y su música siguió resonando en los corazones de sus seguidores, siendo redescubierta y celebrada por nuevas generaciones.
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